―¡Oigan, pero si quieren le digo a mi mamá que se nos una! ―exclama Rebeca.
Suelto una gran carcajada. No puede ser. Debe estar loca. Rafael asiente con entusiasmo. ¿Pero qué mierda?
―No, Rebe, es muy mala idea. ¿Olvidaste como suda, mamá Sara? ―le recuerda Karla.
―¡Ay, tonta, tampoco exageres! ―le responde cortante.
―Yo, la verdad, si quiero mojarme hoy, y opino que nos grabemos ―escucho atónito a Mariale.
―Dale, está bien, probemos ―acepta Rafael.
―Entonces, Johan… ¿Si te animas? ―me pregunta Rebeca. Siento su mano en mi cuello y la miro, justo cuando se muerde el labio―. Cariño, no te sientas obligado. Si algo no te convence o no quieres, dinos.
Por más que mi cerebro se niega a esta locura, ese simple gesto de su boca acaba por ponerme duro y convencerme. Paso el brazo por su hombro y me acerco a ella.
―No, no me siento obligado. Claro que me animo ―contesto.
―¿Seguro?
―Totalmente ―reafirmo.
―Bueno, vamos. Ya tengo ganas ―dice Karla levantándose de la silla. Y todos la imitamos, pero yo necesito un segundo a solas para darme valor, así que pido prestado el baño.