Cap. 1
Adam.
(pasado)
Estoy sentado en las bancas del colegio esperando que vengan por mí, observo cómo los niños más pequeños pueden mecer sus piernas debido a que no alcanzan a tocar el piso, mientras las mías sí están firmes en el, por lo que recurro a recorrerme más atrás y así logro que se despeguen un poco de el.
El frío me cala en las mejillas que de seguro ya debo de tener rojas, por suerte mis manos están calentitas debido a mis guantes de piel que mamá me regalo, el abrigo que cargo me da para que mi cuerpo esté en buena temperatura.
Volteo a mi izquierda y veo como Francis intenta calentar sus manos que pese a que trae guantes de tela no lo calienta del todo.
—Tranquilo, ya vendrá tu mamá a llevarte a casa, recuerda que no debes agitarte tu asma puede desencadenarse. —le acarició la espalda y lo abrazó.
—Lo sé Ad, pero mis manos no se calientan, jugué con la nieve y los guantes se mojaron. —me mira y se ríe con nervios.
—Espera, —rebuscó en mi lonchera y encuentro una barra de chocolate suizo amargo, —Toma, esto siempre me funciona para entrar en calor.
Lo agarra y distingo que sus guantes rojos con azul están muy mojados, miro mis guantes cafés de piel y decido entregárselos, tengo más pares en casa y él los necesita más que yo.
—Ten, te los regalo, solo cuídalos mucho. —se los extiendo.
—¿seguro? Nunca te despegas de ellos. —me mira apenado.
—No pasa nada, es mejor eso a que pesques un resfriado y sabes que a nuestro padre no le gustan las enfermedades en casa.
—Papá, siempre dice eso pero cuando me da fiebre siempre me cuida. —sonríe feliz.
Francis es mi mejor amigo, y descubrimos que tenemos al mismo padre, pero muy raro, porque tenemos una mamá distinta.
No hemos dicho nada a nuestras madres porque es nuestro secreto.
Miro al Niño que se pone los guantes que le di, tiene el mismo color de cabello que yo, rubio oscuro, también tenemos la misma sonrisa de papá, él es más delgado que yo y un poco más bajo, también en lo que nos diferenciamos es en el color de ojos, yo los tengo azules como papá y él como los de su mamá. Sé por los comentarios que la gente dice que yo me parezco bastante a mi padre y eso a él le genera un desagrado. Supongo que es normal en papá que todo le desagrade.
Miro como Francis disfruta la barra de chocolate y me sonríe cuando me ofrece un pedazo.
—come tú, yo tengo más en casa.
—Está deliciosa.
—Dice mi madre que es uno de los mejores chocolates.
—Tu madre tiene razón.
Levantó los hombros y me pongo de pie cuando observo a mi chofer llegar por mí.
—nos vemos mañana, cuídate. —chocamos las manos y él se pone de pie para abrazarme.
—Te quiero hermano grande. —me dice en un susurro.
—Te quiero hermano pequeño.
Nos despedimos y me dirijo al Roll Royce negro, Que me espera ya con la puerta abierta, madre sabe que estos autos me encantan y por ello manda por mí en uno.
—Buenas tardes. —Saludó al chofer que solo me sonríe.
Veo el camino de árboles que me indican que ya voy a llegar a casa, a lo lejos veo la reja negra que en medio se traza una H plateada.
Atrás de ella una enorme fuente centrada en el jardín y atrás el lugar donde habitó con el estilo gótico. Me da terror este lugar y no por la fachada, sino porque aquí es donde Padre me maltrata.
Suspiro fuertemente, ya que según mis modales no debo de renegar de las cosas en voz alta.
El chofer me abre la puerta y me sonríe mientras me palmea el hombro.
—Usted es más fuerte que esto, Herr.
—¿Crees? —preguntó con seguridad.
—Por supuesto, es Adam Hoffmann ¿O no? —me guiña el ojo.
—Soy Adam Hoffmann, claro que lo soy. —me rio orgulloso.
—El único. —me encamina a casa y se marcha.
Entro y observo la servidumbre que no me determina y voy a la cocina observando a Tammy tomando café, ella es mi enfermera personal la encargada de mis cuidados.
—Hola Ad, ¿Listo para tus deberes? —se pone de pie y toma una caja de galletas para ofrecerme.
—Listo.
—Llegó tu boleta de calificaciones y tu madre llamó para decirte que está orgullosa de ti, porque fuiste el promedio mas alto de la clase, que te ama mucho…
—¿Vendrá a casa temprano?—pregunto con ilusión.
—No, dijo que no la esperarás despierto.
—Entendido.
—lava tus manos y ve a comer.
Obedezco y voy a comer.
Después de la comida me voy a vestir para ponerme hacer mis deberes, observo mi habitación y me fascina la decoración que tengo de astronomía, voy al reproductor de música y hago que la voz de Andrea Bocelli suene en mi espacio.
Las horas pasan por mi ventanal, me tomo un minuto para mí y observo como la nieve comienza a caer de nuevo sobre las copas de los árboles.
Me pongo a pensar en el mañana y deseo con toda mi alma que me vaya muy bien y que sea más feliz en algún momento. Pero sobre todo deseo poder hacer feliz a alguien con mi sola existencia.
El pensamiento llena mi mente cuando observo por la ventana el auto de papá.
Aprieto los ojos y me recuerdo que soy Adam Hoffmann y puedo con todo porque soy valiente.
—¡Dónde está la basura de la casa! —Escucho que grita.
Me pongo los zapatos y bajo corriendo.
—Buenas noches Padre, ya hice todos mis deberes. —digo con sutileza.
—Me importa una mierda lo que hagas. —se quita la corbata, —¿te pedí que hablaras?
Niego.
—Así es, solo niegas y asientes. —me levanta la cara, —¿entendido?
No me muevo.
—¡Dije que si entendido pedazo de basura! —grita colérico.
—¡No soy una basura!—lo miro enojado.
—¿Entonces que eres?
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Editado: 18.11.2024