Cap. 17.
Llegó a casa y veo la decoración navideña, no es nada ostentoso, se ve sutil, elegante y admito que me agrada.
—Buenas tardes Señor Hoffmann, llega Justo a tiempo. —dice la joven que decoró.
No le respondo ya que me estoy quitando el abrigo que traigo sobre los hombros, el aroma del pino me hace respirar hondo, no puedo creer que me haya perdido de este fresco aroma y el hecho de que huela a galletas de mantequilla me hace feliz.
Paso del lado de la joven y veo los duendecillos navideños que están acomodados estratégicamente y hacen que no se vea tanto adorno, los renos de cristal sobre mi chimenea, los toco y veo que son de calidad, como pedí.
Observo los adornos del árbol.
—Es porcelana auténtica. —dice con nervios. Y solo asiento. —la estrella la deje al final para que usted la ponga con su familia.
Volteo a un lado y veo la caja que la guarda. Es de cristal también. Se lució la mujer.
Enciendo las luces que rodean al árbol y antes de que se enciendan la mujer habla.
—Son amarillas como pidió.
Asiento, tantos colores tienden a sobre estimular.
Enciendo las luces y las apago al comprobar lo que dice, detalló el cascanueces que yace al lado de la chimenea dos para ser honestos, me agradan.
—¿Algún detalle que sobre o falte, señor?
Niego.
—para la decoración de la mesa, me presentaré por la mañana el día de navidad. ¿Le parece? —Asiento y pese a que no la veo siento su desesperación, no soy de muchas palabras.
—Bueno, eso es todo por hoy, nos vemos dentro de quince días. —se despide, el celular me vibra y volteo a ver a la joven que toma sus cosas ya ordenadas, un punto extra porque limpio su desastre antes de que llegara.
Le sonrió al pasar a su lado y su voz me detiene.
—¿Podría darme un autógrafo y una foto? En mi familia admiramos lo que hace—cuestiona con las mejillas sonrojadas.
Tomo la revista donde aparezco y estampo la dichosa firma que me pide. Veo que se ve muy sola y le pinto una carita de un robot y un engranaje.
—¿puede ponerme algo motivador?
Suspiro, si que es exigente.
Y escribo: “Siempre avanza, para al frente o los lados, e incluso para atrás y toma fuerzas, pero nunca te quedes de pie en un solo sitio, Vive”.
Le entrego su revista y contesto la llamada de Hartmann.
—Hace diez minutos un paquete debió llegar a la puerta de tu casa, ¿puedes recibirlo?
Suspiro.
—No te molestes, te gustará, creo.
La señorita pasa a mi lado y le ayudo con la puerta para que saque sus cosas.
—Bonito día, lo veo pronto. —asiento y veo el paquete que yace fuera.
—¿Llevaste a alguien a casa? Dios, quisiera poder verlo.
—Es la decoradora. Te había dicho que vendría.
—Oh cielo, no hace falta que des explicaciones yo confío en ti, mi Dulce hombre.
—Detesto cuando dices apodos que tienen que ver con la comida.
—No te exaltes y mejor habré el paquete. Quiero estar en línea cuando lo abras.
Suspiro y cierro con el pie la puerta.
En la mesa ratona del centro de la sala pongo la caja y la abro con la navaja suiza que porto siempre, es muy útil.
Hago el corte con cuidado.
—Deja de medir los centímetros y ábrela, solo es cartón y ponle en modo videollamada.
Hago lo que pide y acomodo el celular en un ángulo que vea la caja que envío.
El plástico burbuja es lo primero que veo lo quito y doblo con cuidado.
—cansa que seas tan Perfecto.
—me gusta el orden. —digo finalmente.
Saco una pequeña caja de regalo cuadrada, color roja y con un montón de hojas de arce estampadas y con la palabra “Cooper” escrita en dorado.
La abro con cuidado y saco una esfera de cristal o mejor conocidas como una bola de nieve que dentro de ella aparece el parque Stanley de Vancouver. La muevo y la simulación de la nieve cae sobre dicho sitio.
—Ya que andas en modo decorador, la vi y se me hizo linda para que vaya encima de la chimenea.
Es bonita lo admito.
—Ya… —sacó lo que resta de la caja y son tres hojas de arce de madera con mi nombre grabado, el de Dunkel y el de Bruno. Bufo al ver la de él. Veo que todos los adornos traen el nombre de la posible tienda donde las consiguió. “Cooper” y el “Vancouver Canadá” hacen saber de dónde vienen. —esta está demás, —digo enseñando la que dice su nombre.
—De hecho no, es para que no me extrañes.
ruedo los ojos, es tan patético.
Saco dos botellas de miel de maple. Y un paquete de paletas de la asombrosa hoja ya mencionada.
—Ya me quedo claro que el paquete viene de Vancouver, —digo mostrando sus detalles. —que pocos originales son en esa tienda, ¿no hay nada más que no sean hojas de arce?
—el cuadro pequeño que envié, es una pintura. Pensé que te agradaría.
Lo desenvuelvo y lo que veo no me impresiona y lo hago a un lado.
—Tanta basura, me sorprende de ti que no te gusta contaminar.
—Admítelo y di que te gusto. No te va quitar lo hombre. Prueba el jarabe y las paletas, te vas a enamorar del sabor ya que es receta única y pedirás más y te dire que no. alemán malagradecido.
—Veremos, me empalaga lo dulce. En fin. Ve hacer lo que quiera que estes haciendo.
—de nada.
Cuelgo la llamada.
Abro las dichosas paletas y me meto una a la boca, al principio sólo sabe a azúcar, pero después el sabor cambia y no se como descifrarlo. Sabe bien.
El cuadro pequeño que yace a mi lado cae y lo tomo.
Es la pintura de un ojo de un huracán, ya que es lo que parece, al rededor la pintura es azul y dentro del ojo del huracán se forma un ojo humano en color verde. La firma del autor no es nada del otro mundo solo “Annie”.
Veo que detrás del canva viene una nota. “ver la mirada de quien amas siempre será un huracán en ascenso en nuestro interior”.
La frase no me inspira nada, pero dejo la nota detrás, me gusta la pintura es abstracta, así que me pongo de pie y la llevo a mi habitación, es pequeña si a caso de unos 30 cm. Y es un regalo de mi amigo no puedo obviar los detalles que me dan.
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Editado: 18.11.2024