Entro en mi despacho sin dedicarle ni una mirada a mi jefe que está en el marco de la puerta abierta de su oficina echando un vistazo a unos papeles que le entrega su secretaria. Me siento en mi silla después de dejar el bolso en el perchero de la esquina y enciendo el ordenador portátil para continuar mi trabajo y tener todo preparado para el lanzamiento del libro ese mismo viernes.
Estoy escribiendo un correo electrónico a la sala donde se hará la presentación cuando mi jefe llama a mi puerta y abre antes de que yo pueda responder. Cierra detrás de él, se acerca a mi mesa y se sienta en una silla enfrente de mí. Me mira con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, intentando adivinar mi estado de ánimo.
—Lo siento. Terminé muy tarde la reunión y por eso no te llamé —se disculpa creyendo que estoy enfadada por ello.
—No te preocupes. Me quedé dormida en cuanto llegué a casa —contesto sin levantar la mirada de la pantalla del ordenador.
—Te noto extraña. ¿Te encuentras bien?
—Estupendamente. Estoy cansada por mi entrenamiento. Estos días sin mi rutina de ejercicio me está pasando factura. ¿Necesitas algo?
—¿Te apetece cenar conmigo esta noche? Después puedo hacer algo para desestresarte y compensarte por lo de anoche —apoya los codos en mi mesa para acercarse más a mí, se baja unos centímetros la mascarilla y me lo susurra con una voz sensual que me hace temblar.
Disimulo el estremecimiento de mi cuerpo como si estuviera estirando mis brazos, lo miro y respondo con la voz más neutral y profesional que puedo en ese momento:
—Esta noche no puedo. Tal vez en otra ocasión.
Se sorprende por mi negativa, se recuesta en el respaldo de la silla y cruza los brazos a la altura de su pecho, clavando sus ojos celestes en mí.
—¿Qué tienes que hacer? —me pregunta con escepticismo. No se lo cree.
“Mierda”, pienso intentando buscar alguna excusa en mi mente.
Estoy en ese cometido cuando un mensaje llega a mi móvil y lo cojo de inmediato. Es de un número desconocido. Me resulta extraño y lo abro para leer el texto en coreano: <<Hola, soy el chico del gimnasio. Quisiera saber cómo se encuentra y hacerle una pregunta>>.
Inconscientemente, una sonrisa se dibuja en mi boca, me acomodo en la silla giratoria y tecleo sobre la pantalla: <<Estoy mucho mejor. Gracias por el interés. ¿Cuál es esa pregunta?>>.
Alzo la mirada hacia mi jefe que me mira con el ceño fruncido, mi sonrisa se desvanece, aunque no puede verla, y le inquiero:
—¿Necesitas algo más o eso es todo?
Me mira con fijeza durante un minuto, se levanta abrochando el botón de su chaqueta y se marcha dando un portazo.
Me sobresalto al escuchar el estruendo y respiro hondo. “Lo estás haciendo bien, Elenor. El follamigo debe terminarse desde ya”, me digo para darme ánimos.
Mi móvil vuelve a sonar y leo el mensaje de inmediato, dejando salir el aire que he estado conteniendo: <<¿Va a ese gimnasio todas las mañanas?>>.
Asiento con mi cabeza mientras mis dedos vuelan por la pantalla: <<Sí, excepto cuando estoy muy ocupada con el trabajo, pero sí, intento no faltar ningún día. ¿Puedo saber por qué quiere saberlo?>>.
No pasa ni un minuto cuando recibo la respuesta del chico: <<¿Le parece bien si me uno a su entrenamiento? El gimnasio al que voy está inhabilitado y ese recinto es nuevo para mí. Podría ser mi guía>>.
Me encojo de hombros, aunque no me puede ver, y contesto: <<Será un placer. ¿Aún no se le ha ocurrido lo que puedo hacer para compensarle?>>.
<<Lo cierto es que no, pero seguro que algo se me ocurre. Gracias por su amabilidad y nos vemos mañana. ¿En la segunda planta?>>.
<<Correcto. Que tenga un buen día>>.
***
Mi secretaria me llama por el interfono para recordarme la reunión que tengo con mi jefe y el escritor de la novela, así que cojo a toda prisa mi portátil, mi móvil y el libro ya terminado para enseñárselo a su creador.
Entro en el despacho de mi jefe, los saludo a los dos y me siento en el sofá, al lado del escritor. Abro el portátil en mi regazo, le entrego el libro para que le eche un vistazo y veo sus ojos brillando de felicidad.
—Al fin estoy haciendo mi sueño realidad —comenta el autor con los ojos rasgados vidriosos por las lágrimas contenidas.
—Y yo me alegro de ser parte de llevarlo a cabo —contesto haciendo una reverencia—. Ya está todo preparado y casi dispuesto para que el viernes salga a la luz tu gran obra.
—Estoy emocionado y nervioso. ¿Y si no va nadie a la presentación?
—Por supuesto que van a ir. Yo los he invitado y no se atreverán a rechazarla. No te preocupes por eso, mejor preocúpate por tu cuerpo. Quiero que estés en plena forma y con una salud fuerte, ¿de acuerdo?
El hombre asiente con agradecimiento y me estrecha la mano con suavidad.
Continuamos revisando el libro para que no haya ningún error y, después de una hora y media encerrada en aquel despacho, sintiendo cómo mi móvil vibra en mi muslo al llegar los mensajes, entro en mi oficina y me siento para leer y contestar.