Estoy en pleno ensayo cuando el rostro de la chica del gimnasio aparece en mi mente haciendo que pierda el ritmo en un paso y mis compañeros me miren extrañados.
HoYung, el bailarín principal del grupo, se acerca a mí y me recuerda cómo debo hacerlo. Sé perfectamente cómo debo hacerlo, sin embargo, me he distraído un segundo al recordar a esa mujer.
Asiento guardando los acontecimientos que me han llevado a equivocarme y empezamos de nuevo hasta la hora del almuerzo.
Cojo comida del catering y me siento en una silla de la sala de descanso. Pongo el móvil encima de la mesa y lo miro de reojo mientras doy bocados a mi comida.
No estoy seguro si hablarle o no, sin embargo, saco su tarjeta de mi bolsillo y apunto su teléfono en mis contactos. Abro el chat y mis dedos vuelan por la pantalla del dispositivo con rapidez.
Leo una y otra vez el texto, respiro hondo y lo mando dejando salir el aire, despacio.
Para mi sorpresa, recibo la respuesta y pienso en lo que debo decir después. “Por Dios, ni que fueras un adolescente”, me regaño negando con la cabeza.
Quedamos para entrenar por la mañana y continúo almorzando.
Mis ojos no dejan de desviarse hacia el teléfono mientras charlo con mis compañeros y, sin pensarlo mucho más, lo agarro y escribo una nueva pregunta.
La contestación se hace esperar. “Supongo que estará ocupada”, pienso sin echar cuenta de lo que mis amigos hablan a mi lado.
Casi hemos terminado de almorzar cuando me llega un mensaje con una cuestión muy interesante: <<Tengo una idea. Ya sé cómo puedo compensar su amabilidad. ¿Le apetece cenar conmigo? Puede elegir el día que mejor le venga>>, me dice haciendo que me atragante con mi bebida y mis compañeros me dediquen su atención, preocupados.
—¿Te encuentras bien? —se preocupa NamYoon, el líder del grupo.
—Se me ha ido por otro lado.
Regreso mi atención a la pantalla del móvil y leo el mensaje una y otra vez, intento pensar qué decirle y cómo podría escabullirme para que mis amigos y mis jefes no se den cuenta y no me regañen.
<<No estoy muy seguro de lo que me depara esta semana, pero la avisaré en cuanto pueda confirmar la invitación>>, escribo con cuidado de no equivocarme y lo mando antes de que me arrepienta.
<<Sin problema. Cuando sepa su día libre me avisa y reservo. Le veré mañana>>.
Bloqueo el móvil con la sorpresa aún en mi rostro, me termino el almuerzo y regreso a la sala de práctica para continuar con el ensayo.
***
Salimos todos juntos de la empresa y nos marchamos a la casa que compartimos en la ciudad, en una urbanización de máxima seguridad. Entramos en el salón y nos desperdigamos por la vivienda.
Me dejo caer encima de mi cama, cansado de ese largo día, cuando escucho que alguien entra en mi dormitorio y se sienta a mi lado. Abro un ojo para ver quién es y el rostro de JoMin me da la bienvenida con una sonrisa.
—¿Qué te pasaba hoy con el móvil? No has dejado de mirarlo y ha sonado mucho más que otros días —quiere saber con curiosidad.
—Solo era publicidad —contesto sin darle importancia al asunto.
—¿Y desde cuándo la publicidad te hace dibujar una gran sonrisa en los labios?
—¿He sonreído? —inquiero asombrado. Mi compañero asiente con una mirada pícara y sube sus piernas para quedar sentado, dispuesto a meditar, encima de mi cama—. No sé, supongo que algo me haría gracia.
—¿Estás seguro de que esa va a ser tu respuesta?
—¿Por qué debería cambiarla?
—¿Te digo lo que pienso, bueno, lo que todos pensamos? —asiento con los ojos cerrados y sin mover ni un músculo—. Has conocido a una chica y estás hablando con ella.
—¿Por qué pensáis que es una chica? Tal vez es un chico.
—Que yo recuerde, la última vez eras heterosexual. ¿Has cambiado de parecer? —me interroga con una mirada escrutadora. Niego y él continúa—: ¿Quién es ella? ¿Dónde la has conocido? ¿A qué se dedica?
—Vaya, ha pasado de una charla entre amigos a un interrogatorio —me quejo al levantarme para darme una ducha en el baño anexo a mi habitación.
—Solo intento cuidar de ti. Me será más difícil sin ningún dato sobre ella —se excusa mi amigo desde la puerta.
—No te preocupes, aún es demasiado pronto para pensar en algo más que una amistad.
—¿Ella no siente lo mismo que tú?
—Para empezar, no sabes lo que yo siento por ella y, para terminar, no es de tu incumbencia, al menos, por ahora.
—Está bien. Sabes que puedes contarnos lo que quieras o lo que te haga sentir mal, ¿verdad?
—Lo sé.
Escucho que la puerta se cierra cuando mi compañero se marcha y dejo que el agua caiga por mi cuerpo, haciendo que me despeje de todos los pensamientos y sentimientos que tengo en ese instante.
“¿He sonreído cuando hablaba con ella?”, me pregunto sorprendido por ello.