Las chicas y yo nos preparamos en nuestras respectivas habitaciones para ir al hotel y recoger a mi madre para llevarla al aeropuerto.
Los chicos van a estar ocupados ensayando para el concierto online de esta noche, donde nos reuniremos con ellos por la tarde.
Estoy terminando de delinear mi ojo cuando mi chico entra en el baño anexo del dormitorio, me abraza por la espalda rodeando mi cintura con sus brazos y apoya su barbilla en mi hombro con los labios fruncidos en una mueca infantil.
—¿Qué te ocurre, bebé? —Le pregunto con una leve sonrisa en los labios al oír su ronroneo.
—Quiero ir contigo a despedir a tu madre.
—Lo sé, pero tienes que trabajar. Te prometo que me disculparé con ella de tu parte.
—Con un abrazo y un beso —me recuerda con un pequeño mordisquito en mi hombro.
—Lo recuerdo. No te preocupes.
Me deja un beso en el cuello y otro en los labios cuando escucha que NamYoon lo llama desde la puerta.
—Te quiero. No tardes en ir al concierto —me advierte con un susurro en el oído que hace que un escalofrío recorra mi cuerpo de la cabeza a los pies.
Se marcha para encontrarse con los demás integrantes del grupo y escucho que la puerta principal se cierra. El motor del coche se aleja y salgo de la habitación para llamar a las chicas.
—SuHye, Elenor, ¿estáis listas? —les pregunto tocando con los nudillos en las puertas de sus respectivos dormitorios.
—Por supuesto. ¿A qué hora sale el vuelo? —Quiere saber la escritora al salir de la estancia metiendo su móvil en el bolso.
—A las doce.
—Tranquilas, vamos bien de tiempo —nos dice la editora echando a un lado la tabla de madera—. ¿Os apetece almorzar en un restaurante?
—A mí sí. Además, así podemos hablar un rato sin la presencia de los chicos. Tienes que contarnos con más detalle lo que pasó en casa de tus suegros con esa… ¿chica? No sé cómo llamarla —comenta SuHye bajando las escaleras detrás de mí.
—Enana desteñida —respondo entrando en el garaje.
—Bueno, pues la historia de la enana desteñida. ¿A qué hotel tenemos que ir?
—Al de tus padres.
Elenor arranca el motor del vehículo, salimos de la urbanización con el sol en lo más alto del cielo y pone rumbo hacia la dirección que la escritora le marca en el navegador.
***
Saludamos a los padres de SuHye cuando llegamos al recibidor del hotel para esperar a mi madre y nos invitan a que vayamos a su casa un día para almorzar o cenar.
Mi progenitora se acerca a mí tirando de su maleta, se despide de los padres de mi amiga, le presento a las chicas y nos dirigimos hacia el coche. Dejo la maleta en el maletero, me siento detrás de Elenor y agarro la mano de mi madre de camino hacia el aeropuerto.
—Así que, las tres estáis saliendo con tres de los miembros del grupo BT7 —comenta mi progenitora con curiosidad e interés—. ¿Quién fue la primera en entrar en la casa?
—Yo, aunque no fue por voluntad propia —contesta Elenor girando para entrar en la autopista.
—¿Te tiene secuestrada? —inquiere mi madre preocupada.
—No le hagas caso, Carmen. JK la engañó un poquito cuando le dieron el alta en el hospital, después de que su ex jefe, guión, amigo con derecho, la apuñalara en medio de la calle —le explica SuHye haciendo que mi madre se sorprenda al escuchar la historia.
—Madre mía, ha debido de ser muy duro. Tanto para él como para ti. Normal que no quiera que vivas sola —habla mi progenitora dando la razón a la estrategia del chico—. ¿Y tú cómo llegaste a vivir con ellos? —le pregunta a la escritora al inclinarse hacia un lado para poder ver a la chica.
—Un supuesto editor me acosaba. Entró en mi casa cuando conseguimos que le echaran de la editorial en la que trabajamos Elenor y yo, supongo que para vengarse y acabar con lo que había empezado durante nuestro breve tiempo trabajando juntos —contesta la joven haciendo que los ojos de mi madre se abran de par en par, con miedo.
—¡Madre del amor hermoso! —exclama en español mientras se lleva la mano a la frente y se abanica con la otra—. Vuestras vidas no son nada monótonas. A ti no te pregunto lo que te llevó a vivir con ellos porque ya lo sé y, la verdad, me alegro mucho de que estés allí.
—Yo también, mamá. ¿Has visto a tu marido? —la interrogo sin poder pronunciar la palabra “papá”.
—Ayer. Sigue con sus hábitos y con su terquedad. Mi abogado se pondrá en contacto con el suyo para llevar a cabo el divorcio.
—¿Te puedo hacer una pregunta, mami? —ella asiente apretando mi mano para darme fuerzas y prosigo—: ¿Qué hizo ese hombre para que acabaras casada con él?
—Antes no era así. Desde la muerte de tu hermano su carácter y su modo de ver la vida ha cambiado drásticamente. No me ayudó cuando estuve tan mal, yo tampoco a él por razones obvias. No cuidaba ni de mí misma, ¿cómo iba a cuidar de otra persona o, más bien, de dos personas? Lo siento, princesa. Me hundí demasiado en la pérdida de tu hermano que me olvidé que aún me quedaba otra hija a la que proteger —me dice acariciando mi rostro para, luego, abrazarme con fuerza intentando contener las lágrimas.