77. Mónica

Dibujo una gran sonrisa de oreja a oreja al llegar al aeropuerto, busco con la mirada y encuentro al chico saliendo de la terminal con la maleta rodando detrás de él. Alzo el brazo para moverlo por encima de mi cabeza y lo llamo entre la multitud agolpada en la puerta:

—¡Alessandro!

El joven me mira e imita mi movimiento de brazo mientras se acerca a mí para abrazarme despegando mis pies del suelo cuando me levanta. Se baja la mascarilla durante unos segundos para dejarme un beso en la frente y nos ponemos rumbo hacia el coche.

Rodeo su cintura con mi brazo, él apoya su brazo en mis hombros y me achucha encantado.

—Te he echado mucho de menos —me dice en italiano durante el camino hacia el aparcamiento.

—Y yo a ti. ¿Cómo están todos?

—Deseando verte. ¿Cuándo vas a ir a verlos?

—Espero que pronto. Ya tengo un viaje preparado con unas amigas para Halloween. Veré si puedo ir para Navidad y… —mi frase queda interrumpida cuando mi móvil suena y veo que es Hana. Descuelgo y contesto—: ¿Qué tal estás?

—Mal. No puedo respirar… ¿Puedes venir, por favor? —me responde EunWoo por el otro lado de la línea haciendo que me sorprenda, ya que le dije a la mujer que borrara mi número para que no volviera a llamarme.

—¿Dónde está tu madre? —le pregunto con un suspiro cansado.

—Se ha ido a comprar. Estoy solo, por favor, ven.

—Está bien. Enseguida estoy allí —cuelgo y miro a Alessandro que me observa con expectación—. Tenemos que hacer una pequeña parada antes de ir a casa.

—¿Qué ocurre?

—Nada grave. No te preocupes.

Nos montamos en el coche y pongo rumbo hacia el edificio de EunWoo. Aparco enfrente del portal y subimos al apartamento.

—Menos mal que estás aquí. Gracias por venir —me saluda el chico con un abrazo que me deja sin respiración.

—Cálmate. Entremos y respira hondo —le pido dejando que se siente en el sofá. Me arrodillo delante de él y lo miro a los ojos—. Te voy a hacer una pregunta y quiero que me respondas con la verdad. Sabes que no me gusta que me mientan, ¿verdad? —él asiente respirando hondo para tranquilizar su ansiedad y clava su mirada en mi rostro—. ¿Estás haciendo todo este alboroto de tu enfermedad para tenerme pendiente de ti?

El chico abre los ojos sorprendidos, me mira sin decir ni una palabra durante un minuto que se hace eterno y, de repente, enmarca mi rostro con sus manos y posa sus labios en los míos.

Me ha cogido desprevenida ese ataque, pero enseguida me repongo, lo alejo enfadada y le dejo un guantazo en la cara. Su mejilla está roja por mi torta y se lleva la mano a ella para aliviar la quemazón.

—Eso confirma mis sospechas. No quiero volver a verte en lo que me quede de vida —le advierto con los dientes apretados por la rabia de haber dejado que me mintiera todos esos años en los que pensé que solo estaba ayudándolo a superar una enfermedad.

Agarro la mano de Alessandro que se ha quedado desconcertado con esa escena, salgo del edificio y subo a mi coche para poner rumbo hacia mi casa.

—¿Qué ha pasado entre vosotros? ¿En qué momento lo habéis dejado? —me inquiere el chico confundido.

—Hace tres años que lo dejé. ¿No te lo he dicho?

—No lo recuerdo.

—Pues sí. Unos meses después de dejarlo me llamó con un ataque de ansiedad y fui a calmarlo. Desde ese día he estado pendiente de él e iba corriendo cada vez que me llamaba con su supuesto ataque de ansiedad. Al parecer, solo ha estado jugando conmigo para tenerme cerca y encontrar el mejor momento para abalanzarse sobre mí —le explico en español, cabreada por haber sido tan estúpida y no darme cuenta antes.

—Caray. Has hecho bien en darle ese guantazo.

—Por cierto, quiero presentarte a alguien…

—No, por favor, no vuelvas a buscarme novia. Ya tuve suficiente con la última —se lamenta al recordar esa pesadilla de cita a ciegas.

—No es eso. Ya aprendí la lección. Es otra persona.

—En ese caso, sí. ¿Quién es?

—Lo verás esta noche.