Abro los ojos cuando los rayos del sol entran por la ventana y miro a mi alrededor, confundida. ¿Cómo he llegado hasta mi cama? No recuerdo nada de lo que pasó anoche.
Me levanto despacio, camino arrastrando los pies hasta el baño y veo a mi compañera despierta cuando salgo de la estancia anexa.
—¿Cómo te encuentras? —me pregunta con la voz adormilada y restregando sus manos por los ojos para despejarse.
—Mejor. ¿Qué me pasó anoche?
—Te desmayaste. Jan te trajo en brazos después de que el médico te viera. Quería quedarse contigo toda la noche, pero JK no le ha dejado —contesta con una sonrisita traviesa en los labios.
—No pienses mal. Solo somos buenos amigos —la chica cierra la boca con una cremallera imaginaria y yo me atavío con unos pantalones y el abrigo para ir a la casa principal.
Entro en la vivienda y camino con sigilo para buscar a Jan sin que nadie se entere de mi presencia. Subo las escaleras que llevan a las habitaciones y abro las puertas para ver si él está en el interior.
Lo veo dormido en la misma cama que JK, ataviado con un pijama rosado con pequeños osos dibujados en la tela. Detengo la carcajada que está a punto de salir de mi garganta, me acerco a su lado y lo llamo con un susurro:
—Jan, despierta.
El chico abre los ojos, abrazado a su pequeño peluche de una alpaca blanca, gira la cabeza para mirarme y me dedica una sonrisa al ver mi rostro.
—¿Te encuentras mejor? —me inquiere restregando su mano por sus ojos para quitarse las legañas y verme con más claridad.
—Mucho mejor. Gracias por cuidar de mí.
—JK no me dejó quedarme en tu habitación. El médico nos dejó unas pastillas para que se te asiente el estómago.
—Gracias de nuevo. Te dejo dormir un rato más.
El chico asiente con los ojos ya cerrados y una sonrisa en los labios, apoya la cabeza en la almohada y me retiro para que nadie me vea salir de la habitación.
***
La grabación del episodio continúa toda la mañana y las pastillas han hecho un buen trabajo. Aún siento náuseas, pero no he vomitado después del desayuno.
Me rio cuando los chicos están en el pequeño astillero que lleva al lago enfrente de la casa, tapados con los abrigos, esperando a terminar la despedida del programa para hacer el castigo que JoMin y Jan deben hacer por las apuestas de los juegos de anoche.
JoMin es el primero en bajar la escalera de madera para ver cómo está el agua.
—Hyung, cuidado con los peldaños al bajar, resbalan —le advierte a su amigo antes de meter el pie en el líquido transparente.
—¿Está fría? —le pregunta HoYung desde lo alto del astillero.
—Está caliente —contesta JoMin con total convicción y el rostro sorprendido.
Jan baja la escalera, mete la punta del pie en el agua y lo saca de inmediato con el rostro asombrado.
—Está helada. Qué buena actuación —halaga a su compañero entrando en el agua antes de arrepentirse.
—Hyung, no siento las piernas desde los muslos hasta los pies —se ríe JoMin dejando salir la tiritera que ha estado conteniendo para hacer su mejor actuación.
Todos nos reímos, se despiden de sus fans con el eslogan del programa y las cámaras dejan de grabar al instante para que los chicos salgan lo antes posible del lago.
Guardo todos los bártulos para que no se quede nada en Canadá, después preparo mi maleta y mi móvil suena encima de la cama. Lo cojo para descolgar y pregunto:
—¿Sí?
—Belinda, soy el médico del programa. Tengo los resultados de tus análisis.
—¿Qué análisis?
—Los de sangre que te hice anoche para quedarme más tranquilo con mi diagnóstico. No ha sido una intoxicación alimenticia.
—¿No? ¿Qué es? —quiero saber, aunque no estoy muy segura de ello. ¿Será algo malo?
—Estás… embarazada de ocho semanas.
Aquella respuesta cae sobre mí como un jarro de agua fría. Mis piernas empiezan a temblar y me siento en el borde de la cama para no caerme al suelo. «Esto no puede ser verdad», me digo para no entrar en una hiperventilación.
—¿Está seguro, doctor? ¿No habrá podido ser una confusión? —le pregunto con la esperanza de que me dé la sorpresa de que ha sido una broma de mal gusto.
—Completamente seguro. Tengo los resultados delante de mí y son muy claros.
«Madre mía», pienso moviendo mi mano para echarme aire en el rostro y no desmayarme.
—Doctor, ¿le puedo pedir un favor? ¿Podría ser esto un secreto entre ambos? Tómelo como secreto profesional —le suplico con la voz en un susurro.
—Tarde o temprano se darán cuenta, pero lo mantendré en secreto. No te preocupes.
—Gracias —le agradezco con una reverencia que no puede ver.
Cuelgo y me quedo sentada en el borde de la cama, con ganas de llorar y casi en estado de shock. «¿Cómo me puede estar pasando esto?», me pregunto recordando lo distante que hemos estado mi prometido y yo en estos últimos meses.