Te fuiste con dirección al norte. Como el viento que lleva el polvo de los restos de un recuerdo. Partiste sin siquiera decir adiós. Como un ave te alejaste surcando el valle. Y te perdiste con el llanto del cielo y el sollozo de la luna. Cabalgaste lejos de mí, dejándome atrás como una huella en la tierra. Quisiera volar para acompañarte como las golondrinas que guían tu camino. Pero yo no tengo alas y sin ti ahora quien me enseñara a volar.
Escribía Alma en un pequeño diario que su madre le había regalado. Cada noche escribía frases y poemas antes de dormir, pues desde la partida de su padre comenzó a sufrir de insomnio. En las noches que se quedaba sola en su alcoba, recordaba a su papá, vestido con su uniforme militar, alto y fuerte, con sus enormes bigotes ralos, su voz fuerte y gruesa como la de un león, su aroma que siempre la hacía sentir como cuando olía la tierra húmeda y la fragancia de las hojas de los árboles en épocas de otoño. Para tranquilizarse a veces pasaba noches enteras escribiendo en su diario sin que su mamá se diera cuenta. En menos de dos semanas ya había llenado cincuenta páginas con recuerdos de su padre. Recuerdos, que solo podía plasmar en unas cuantas hojas de papel.
Había noches que no lograba conciliar el sueño y permanecía horas dando vueltas en la cama, mirando el techo he imaginándose donde y como estaría su papá. En ocasiones, después de varias horas de girar en la cama lograba cerra los ojos y dormir, pero solo para tener pesadillas y sueños que la volvían a despertar.
Una noche, después de haber escrito parte de un poema, se sintió cansada y decidió irse a la cama. Había logrado dormir unas cuantas horas, pero a mitad de la madrugada alguien abría la puerta de su alcoba haciendo que despertara. El viento entraba arrastrando algunas hojas secas de árboles al interior de su alcoba junto con la luz de la luna y el frío viento. Al ver la puerta emparejada, se quedó congelada sobre su cama. Se escuchaban los fuertes y pesados pasos de un hombre acercándose lentamente. Alma solo podía ver la luz de la luna que entraba por el umbral entreabierto de la puerta, fue cuando alcanzo a ver la sombra de un hombre acercándose poco a poco. Pensó que era Gabriel y de inmediato dio un suspiro “¿Papá?” Se preguntaba. Cuando la sombra se acercó lo suficiente se detuvo un momento dejando que la luz de la luna se traspusiera sobre ella, volviéndose más grande y extendiéndose al interior de la alcoba. Alma se acomodaba y la sombra seguía acercándose hasta que pudo distinguirse claramente la silueta de un hombre grande y fuerte posándose en el umbral de la puerta, sosteniendo la perilla. Alma supo que esa silueta pertenecía a la de su padre. Intentaba levantarse para acercarse a él, pero algo se lo impedía y solo podía permanecer dentro de la cama viendo la silueta la cual permanecía sin hacer un solo movimiento. Esa noche Alma despertó pensando que su padre estaba ahí y que al fin había llegado, pero al enderezarse sobre la cama y al mirar la puerta se dio cuenta que todo había sido un sueño, pues la puerta estaba cerrada, no había hojas en el piso y no había nadie con ella en la alcoba. Se quedo desconcertada y confundida, después bajo su mirada y el recuerdo de inmediato la hizo llorar. Se limpió las lágrimas y cuando levanto la mirada vio en dirección hacia su tocador, donde se encontraba un marco con la fotografía de Gabriel vestido con su uniforme militar y con su postura firme y orgullosa.
Alma a menudo salía de su alcoba e iba a dormir con Leonora quién mantenía en secreto lo tanto que echaba de menos a Gabriel, al igual que su hija, pasaba noches enteras, pensando en él, así que su compañía le era muy grata. De cierta forma le agradaba que fuera a dormir con ella. Como ninguna de la dos lograba conciliar el sueño, pasaban minutos, incluso horas hablando sobre cualquier cosa que tuvieran en mente, árboles, su día, la escuela, los campos de flores, el lago, pero nunca de Gabriel.
A veces Leonora le hacía preguntas a Alma respecto a sus sueños, pero esta siempre cambiaba la conversación, pues no le gustaba hablar sobre sus pesadillas.
El insomnio de Alma era tan persistente que ella y Leonora permanecían horas hablando hasta quedarse dormidas. Esa noche hablaron sobre la escuela y sobre los campos de cempasúchil, hasta que Alma se quedó dormida entre los brazos de Leonora quien ya no logro conciliar el sueño y permaneció absorta en sus pensamientos mientras la mantenía arropada y envuelta.