Todas las mañanas después de darse una ducha y arreglarse para la escuela, Alma bajaba al patio de servicio para darle de comer a Mimoso, pero esa mañana fue diferente a las demás, pues cuando se acercó para darle de comer, se percató de que la puertita de la jaula estaba abierta y Mimoso no estaba dentro.
En la alcoba de Leonora, se encontraba Rita tendiendo la cama, cuando Alma entro corriendo y llorando, buscando a su mamá, pero en lugar de eso encontró a Rita quien a pesar de lo ocupada que estaba recogiendo la casa no dudo en saber porque lloraba. Alma intentaba explicarle lo que había pasado pero el llanto la hacía dar de hipo evitando que se le pudiera entender alguna palabra. Desesperada, Rita la llevo a la cocina para darle un té, para que pudiera tranquilizarse.
Ya estando en la cocina, Rita preparaba el té. Mientras esperaba a que se calentara aún hacía un intento por hablar con Alma, pero esta no dejaba de llorar y patalear, fue entonces que Leonora entro corriendo, mostrándose preocupada al ver llorando a su hija. Pregunto qué pasaba, pero ni Alma ni Rita le pudieron dar razón.
La tetera silbo anunciando que el té ya estaba listo. Tanto Rita como Leonora ayudaron a que Alma lo bebiera. Después de algunos minutos y unas cuantas tazas de té. Las tres mujeres hablaban tranquilamente. Finalmente, Alma explico que estaba llorando porque Mimoso se había ido. Leonora sintió un alivio al saber que solo se trataba de eso. Pensó que era una completa tontería infantil, pero para Alma era desgarrador, pues Mimoso era como su único amigo. Le llenaba de una enorme alegría escucharlo cantar todas las mañanas. Verlo bailar en su jaula danzando con sus plumas amarillas brillantes. Después de la escuela siempre corría para decirle que ya había regresado. Leonora trato de consolarla prometiéndole que le compraría otro, pero estaba encaprichada con su canario. Rita también intentó calmarla diciéndole que tal vez había volado pero que quizás no estaba muy lejos y que muy probablemente regresaría, pero Alma estaba inconsolable. A pesar del apoyo y el consuelo de su nana y de su mamá no dejaba de llorar por su pequeño canario. Y aunque Leonora le prometió comprarle otro. No quiso. Como podía renunciar a él. No era un simple canario, era su amigo que siempre le cantaba todas las mañanas y que le daba la bienvenida siempre que llegaba de la escuela. Desde ese día ya no volvería a escuchar su canto. Ni volvería a verlo volar entre las ramas del ocote. Ahora solo se volvía otro recuerdo que se iba volando con el viento.