Bajo una lluvia de verano yacían en el panteón de Santa Inés dos tumbas pertenecientes a un padre y un hijo, con los epitafios de “Amado esposo y padre” y “Amado hijo” Dichas tumbas estaban abandonadas, olvidadas y cubiertas con flores marchitas. Alma miraba cabizbaja ambas tumbas mientras sostenía un ramo de flores de cempasúchil, sintiendo la lluvia cayendo sobre su rostro. Rita se colocaba a un lado de Alma, para ver junto a ella ese par de lapidas olvidadas.
--Lo extrañas. ¿Cierto?
--¿Puedo decirte un secreto, Rita?
--Lo que sea, niña.
--No amaba a Maxwell.
Esta revelación tomo por sorpresa a Rita quién volteo desconcertada a ver a Alma, seguido de eso, se quedaron en silencio contemplado aquellas tristes tumbas.
--Pero no por eso lo dejo de extrañar—agregaba Alma.
Se acercó a las lapidas para sacudir las flores marchitas con el dorso de su mano y dejar el ramo de flores de cempasúchil sobre aquella lapida perteneciente al hombre que había sido su prometido.