Te Conocí Cuando No Eras Nadie

8: La nota

(Sue)

—Me aburrí. —el chico pasó ambas manos por su cabello, frustrado. 

—¿Que tú qué? —alcé una ceja confundida en su dirección. 

 —Me aburrí de esperar que tengas tiempo para hablar conmigo.

Me quedé inmóvil mirándolo sin si quiera pestañar, mientras el me observaba esperando que dijera algo o reaccionara. Sacudí la cabeza cerrando los ojos, centrándome.

—Esa no es razón para aparecer en mi casa sin avisar. —me crucé de brazos, a la defensiva, pero eso a él no le importó, porque en un abrir y cerrar de ojos avanzó y se adentró en mi casa. 

Cerré la puerta con más fuerza de la necesaria y me di la media vuelta para ir a la sala, donde Hans estaba sentado en el sofá, con los codos apoyados sobre sus rodillas mirándome y yo... yo estaba furiosa porque ¡entró en mi casa como si nada! 

Me paré frente a él, aun de brazos cruzados, esperando a que dijera algo, pero nada. El silencio reinó entre nosotros y cada segundo me sentía más enojada de tenerlo allí.

—Te dije que necesitaba hablar contigo y tú no me lo haces nada fácil. —volví a alzar una ceja.

—Oh, Universo. Lamento no ser una de esas chicas que estás para ti cuando se te paga la maldita gana —ironicé, perdiendo cada vez más la paciencia. 

—Sue...

Hans se puso de pie y dio unos pasos hacía mí, haciéndome retroceder por instinto, evadiendo sus manos que casi lograron tomar las mías. Un destello de dolor cruzó sus ojos y soltó un suspiro, desviando la mirada.

—¡No! —exclamé—. ¿Por qué? ¿Por qué venir a hablar conmigo ahora? Después de tanto tiempo ignorándome. Saludándome de lejos ¿Por qué venir aquí? —el dolo atravesó mi pecho, provocando que mis ojos se humedecieran. 

Oh no. No lloraría. No de nuevo. 

Cerré mis ojos con fuerza, deseando que las malditas lagrimas se fueran y pasé una mano por mi cara.

—Deberías... deberías irte —murmuré.

—No me iré hasta que me escuches. —volvió a acercarse a mí, pero nuevamente, di un paso atrás.

—No... 

—Sue... mi vida ha sido una mierda, últimamente. Necesito... te necesito.

—Eso no es mi culpa.

—Lo sé, pero siempre has sido la única que me ha escuchado. 

Me le quedo viendo por unos segundos, sin saber qué más decir. 

¿Qué debía hacer? ¿Me rendía o seguí intentando que se marchara? ¿Lo abrazaba? ¿Le preguntaba qué había pasado? Sé que no tiene buena relación con su madre. 

Antes, solía escabullirse en mi habitación cuando pelaba con ella y hablábamos sobre lo que le molestaba, hasta que se sentía mejor... pero no. 

Las cosas no son como antes. Él cambio. Yo cambie. No podía seguir esperando que las cosas fueran como antes. Aunque las ganas fueran grandes, debía resistirme.

—¿Entonces solo te sirvo cuando estás mal? ¿Y luego qué? ¿Cuándo te sientas mejor te iras y me dejaras sola? ¿Volverás a ignorarme? —ser dura con él me estaba afectando, pero sabía que, si era amable con él, la única que terminaría sufriendo sería yo. Y odio ser la que siempre salga herida.

—Solo... - sacudió la cabeza y caminó rápidamente hacia mí, sin darme tiempo de reaccionar. 

Lo siguiente que sentí fueron sus brazos alrededor de mí, apretándome fuertemente contra él, sin permitirme reaccionar. Estaba inmóvil. Como un palo. 

Su olor llegó a mi nariz, provocando que nuevamente mis ojos se llenaran de lágrimas. 

Muchos recuerdos llegaron a mi mente: la vez que me pidió ser su novia, nuestra primera cita, nuestro primer beso, aquel campamento, las bromas, las horas de almuerzo en que nos quedábamos hablando, las llamadas de madrugada, los mensajes, nuestra primera vez, la sensación de dormir junto a él... 

Una parte de mi seguía queriendo perdonarlo. Quería mandar todo el orgullo a la mierda y aceptarlo nuevamente. Y esa parte era la que me controlaba en ese momento. 

Sin pensarlo bien, lo rodeé con mis brazos.

Las lagrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas al tenerlo así. Lo había extrañado tanto que dolía. 

Reacciona.

Con un rápido movimiento, me aparté, sin darle tiempo de impedirlo. Me volteé, secando mis lagrimas para que Hans no las viera y me acerqué a la puerta, abriéndola para él.

—Vete —susurré. 

Intercambiamos miradas antes de que él comenzara a moverse hacia la salida. Se colocó la capucha de su sudadera y, cuando estuvo a mi lado, se detuvo y me sonrió melancólicamente. Noté que sus ojos estaban llorosos.

Una vez desapareció, cerré la puerta y me fui a mi cuarto, para tirarme en mi cama, boca abajo, enterrando mi cara en la almohada.

No me importaba que fueran las seis y media de la tarde, necesitaba recostarme y dormir, para ignorar el dolor de mi pecho. 

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente, pero esta vez, no me molesté en reprimirlas. Estaba sola. 

Lloré, lloré y lloré, como si mi vida dependiera de ello.

Eso es lo que pasa cuando dejas que el idiota que te rompió el corazón regrese a tu vida. 

Hay sufrimiento. Mucho, mucho dolor. 

Ni si quiera tenía muy claro porque lloraba. Un poco porque quería volver como si nada, otro poco por los recuerdos que me trajo su olor, otro poco por sentirlo abrazarme y otro poco por su simple existencia.

—¿Sue? Ya llegué. —sentí la voz de mamá en la sala e inmediatamente, cerré los ojos por si entraba. 

No quería que me viera así porque me preguntaría que me pasaba y no me sentía con el ánimo de responder. Además, no creía que se alegrara mucho porque la razón de mis lagrimas fuera la misma que hace unos años. 

Inconscientemente, me quedé dormida y desperté en plena madrugada. 

Me levanté lentamente y me fui al baño, intentando meter el menor ruido posible. 

Me miré en el espejo e hice una mueca al dar con mi reflejo. Mi cabello era un desastre, tenía los ojos hinchados, mis mejillas rojas y unas ojeras mucho más grandes que las que tenía esta mañana. 




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