Sólo bastaron un par de días para que el local de Eva quedara listo. Entre Marisol y ella se habían encargado de compartir su página de internet a todos sus contactos, y tanto Celia como Mayra les habían comentado a todas sus amigas. Gracias a eso, la agenda de Eva ya tenía varias citas apartadas.
Eva organizó una pequeña fiesta de inauguración la noche anterior a la apertura oficial. Estaban Fernando y sus padres, los papás de Eva, Adán y Marisol y algunos amigos más.
Aunque trataban de ser discretos y no crear falsas expectativas en los demás, ya sus allegados sabían que estaban juntos.
Una mañana, quedaron en que ella lo iba a alcanzar en la clínica para desayunar juntos, porque él había estado de guardia la noche anterior. Eva solía visitar muy raras veces el edificio, así que el personal casi no la conocía. Mientras caminaba por un pasillo hacia el consultorio de Fernando, escuchó sin querer la conversación de un par de enfermeras que iban unos pasos delante de ella.
— ¿Qué pasa con el doctor Fernando? — Dijo una de ellas bastante molesta.
— ¿Qué pasa de qué? — Preguntó la otra.
— Anoche nos tocó guardia juntos, y por más que me le insinué, no me hizo caso. ¿Es gay o qué?
— No eres la primera ni la última en ser rechazada, ya varias lo han intentado. — Le dijo la otra riéndose. — Dicen que lo que pasa es que tenía una novia y que se iba a casar con ella, pero que lo dejó, no sé por qué, y desde entonces está amargado y no quiere saber de mujeres.
— ¿Pues qué clase de tonta lo dejaría? ¡Porque es un partidazo!
— No se saben los detalles. Sé que él se lo dijo a una de las chicas, que estaba cumpliendo penitencia porque no sé qué hizo que perdió al amor de su vida. — Relató la otra chica. — Y, en realidad nunca se le ha visto con nadie desde hace años, siempre es como que muy frío y profesional cuando se le acercan las compañeras.
— Pues yo voy a insistir en pegar mi chicle, porque ese papacito no se me va a ir vivo.
— Yo te aconsejaría que no intentaras nada. — Dijo Eva sin poder contenerse. Ambas enfermeras saltaron ante su voz y giraron rápidamente a mirarla.
— ¿Y tú quién te crees para decirme qué hacer? — Le respondió la primera con bastante insolencia.
Eva se detuvo y la miró de frente.
— No me creo nada. Sólo acepta el consejo: Deja de coquetearle al doctor.
En cuanto terminó de hablar, vio que Fernando venía por el pasillo acompañado de Alberto y Javier, los tres venían conversando y no habían notado que ella estaba ahí.
La enfermera también los notó, y miró por última vez a Eva sonriendo maliciosamente y se acercó a los médicos, posando la mano sobre el brazo de Fernando mirándolo con coquetería.
— ¿Ya desayunó, doctor? — Preguntó.
Fer inmediatamente retiró el brazo y, frunciendo el ceño, se alejó un paso. Los otros médicos miraban asombrados la escena. Eva se quedó de pie con los brazos cruzados observándolos con una ceja levantada, mientras la otra enfermera, que se había quedado parada cerca de ella, tenía la decencia de mostrarse apenada.
— Enfermera, le he dicho en varias ocasiones que no se tome ciertas libertades con mi persona. — Dijo Fernando molesto. — Si continúa con esa actitud de acoso, voy a tener que tomar medidas drásticas, esto ya está rayando en lo ridículo.
— Ay vamos, doctor, sólo lo estoy invitando a desayunar. — insistió ella acercándose de nuevo y tratando de volver a tomar su brazo.
— La enfermera venía planeando seducir al doctor. — Dijo Eva en voz alta con un tono bastante molesto. — Cuando le dije que no lo hiciera, preguntó que quién diablos era yo para prohibírselo.
Todos giraron sorprendidos al escucharla.
— ¡Evi! — Dijo Fernando sonriendo mientras caminaba hacia ella — ¿Hace mucho que llegaste?
— Y yo también pregunto… — Siguió hablando Eva bastante molesta. — ¿Quién soy para prohibirle que se acerque a ti?
Fernando sonrió, llegó junto a ella y le pasó un brazo por los hombros mientras le daba un beso en los labios.
— La señorita es mi prometida. — Dijo mirando hacia la sorprendida enfermera bastante serio.
— Y es mi nuera. — Completó Javier barriendo con la mirada a la enfermera quien empezaba a ruborizarse.
— Y es mi hija. — Remató Alberto. — Y el acoso es un delito, no sólo de un jefe a una empleada, sino de empleado a jefe también, tenemos reglas estrictas en este hospital y si usted insiste en romperlas nos veremos obligados a prescindir de sus servicios.
La miró molesto
— Y ahora no voy a hablar como su jefe, sino a manera personal: Si se atreve a volverle a faltar al respeto a mi hija, se las verá conmigo y, créame, me voy a encargar que jamás vuelva a encontrar trabajo en ningún hospital de la ciudad ¿Quedó claro?
— Si doctor, por favor disculpen. — Dijo y salió caminando lo más rápido posible.
— ¿Estás bien? — Preguntó Fernando a Eva preocupado porque aún se veía furiosa.
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Editado: 20.08.2020