—¡¿Dónde rayos estás?! —Se escucharon los enfurecidos gritos desde el otro lado de la línea. Sam apartó de inmediato el teléfono de su oído, antes de que los aullidos de su hermano le terminaran de explotar la cabeza. Pero aún y con toda la distancia puesta entre ella y la gravedad de aquella voz, ésta se podía oír por toda la habitación—. Te he estado llamando toda la mañana y no me digas que estás con Casey porque tampoco ha querido responderme las llamadas. Mamá no ha dejado de preguntar por ti y tú ni luces de dar señas de vida. ¿Acaso piensas que soy tu guardia personal para que me tengas cubriéndote la espalda todo el día?
—Llegaré a casa en unos minutos. No te preocupes, ya estoy en camino —respondió ella por fin.
—Más te vale que así sea, porque no pienso seguir encubriéndote por más tiempo, ¿me oyes?
—No pienso seguir encubriéndote por más tiempo —chilló Sam imitando la voz de Adam—. Ya relájate, llegaré pronto —y le cortó la llamada—. Hay ocasiones en las que no lo soporto.
—Creo que será mejor que salgas por la puerta, Sam —la aconsejó David, volviendo de su alejado destierro frente a la ventana; pero sin molestarse siquiera en volverla a ver. Al parecer no se había movido de allí por estar pensando, meditando en lo sucedido.
—Y correr el riesgo de encontrarme con tu madre, olvídalo —contestó ella sin afán de ofensa—. No te preocupes bajaré con cuidado por la ventana. Oye, en verdad espero que te recuperes pronto, David. Estaré pendiente de tu mejoría.
El resentimiento de David la miró aún en contra de su voluntad.
—Eso no será necesario —contestó.
—Cierto —respondió ella, con una sutil sonrisa que la abarcaba en toda su ignorancia —, se me olvidaba que pronto te irás al extranjero. Tu mamá me lo contó.
—Así es —confirmó él sin brindar mayores detalles. Todo lo que tenía que decir al respecto, lo había dicho la noche anterior. No hacía falta volverlo a repetir.
—¿Y cuándo te irás?
—Después de la graduación.
Esas respuestas tan simples y concisas por parte del amable vecino, le indicaron a Sam que de seguro David estaba más que ansioso por verla largarse de allí. Deseoso de que ella desapareciese de su vista, así que decidió marcharse y dejar de causarle más problemas. Se despidió de él no sin antes desearle buena suerte, y le hizo la promesa de que lo visitaría para las próximas vacaciones de fin de año, cuando ambos regresaran de la universidad a pasar las fiestas.
—Claro —contestó él, concertando con ella un falso encuentro que, sabía muy bien, no habría de darse—. Será mejor que te vayas, si no Adam volverá a llamarte enfurecido...Sam, espera ―David la detuvo un segundo antes de que se marchara―. Gracias...por la visita.
—La verdad es que ni siquiera recuerdo cómo fue que llegué hasta acá —confesó ella con total descaro—; pero, supongo, era lo menos que podía hacer después de lo que hiciste por mí…David ―mencionó ella mientras se cruzaba del otro lado del ventanal—, no creo que pueda acercarme a ti el día de la graduación, ya sabes, por tus padres. Así que si no logro hablar contigo antes de que te vayas...
Mientras le decía esto, David miró como Sam desprendía de su cuello un hermoso cordón del color del sol y sujeto a éste, la mariposa que ella llevara siempre colgando sobre su pecho. Era un hermoso dije de cuyo dorado cuerpo salían dos pares de majestuosas alas extendidas; confeccionadas también en oro puro, pero de distintos colores rosas y perlados brillantes. Entremezclaba su belleza con la grácil forma de las alas de la mariposa. Incrustadas en éstas se esparcían pequeños diamantes de corte redondo, que impedían a la ligereza de sus alas salir volando debido al peso de su exuberante valor.
—Toma —dijo Sam sin pensarlo y poniendo la mariposa entre las manos de David sonrió—, quiero que tú la tengas. Es para la buena suerte.
La perplejidad en David le obligó actuar con apremio ante el hermoso obsequio que acababa de recibir y poniéndolo de vuelta en las manos de Sam, se negó a aceptarlo.
—No, no puedo, Sam. Es demasiado, desde que tengo memoria la llevas puesta. Debe significar mucho para ti; además, se ve que es muy costosa.
—Tienes razón —admitió ella con una nueva sonrisa—; sabes, le pertenecía a mi abuela. Ella me la dio poco antes de morir, cuando yo tenía cinco años. Por eso quiero que la conserves, David. Lo que tú hiciste anoche por mí no podría pagártelo ni con todo el oro del mundo. Te la doy por el gran valor sentimental que tiene y no por el valor que mi bella mariposa posea en sí. Porque así eres tú, verdadero, como lo que realmente representa el obsequio de mi querida abuela para mí.
Ni aún su bello discurso persuadió a la sensatez de David como para sentirse merecedor de recompensa tan grande, así que se rehusó con rotundas negativas a aceptarla.
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Editado: 12.05.2024