—¡No puede ser! —Exclama Sam precipitándose, sin aviso alguno, sobre él. Quiere asegurarse de que lo que mira es real, de que no es una ilusión. Piensa que es increíble que luzca igual de majestuosa, igual de bella tal cual y siempre la recordara. No puede evitar que los ojos se le inunden de nuevo. Pero esta vez y para ella, si se permite rodar una solitaria y silenciosa lágrima a través de la mejilla, pues creyó que jamás en la vida la volvería a ver. Es el obsequio de su querida abuela, su amado dije. El que entregó hace tantos años atrás en ofrenda por la heroica acción que la rescatara de la maldad...Y ahora ésta se encuentra allí, de nuevo frente a ella.
Su mano se eleva muy despacio y se sitúa justo sobre la palma extendida que resguarda su preciado tesoro. Sam acaricia las gráciles y coloridas alas con tan tierna delicadeza, como si fuese un velo protector y el cual se asegura de que ésta permanezca tranquila. De que la mariposa no se asuste y termine por alzar el vuelo alejándose otra vez de ella.
El brillo de su mirada se encuentra con la remarcada seriedad en el rostro de David.
—Aún la conservas.
—La llevo conmigo a todas partes, a toda hora —responde éste—. Desde el momento en que me la diste no la he apartado de mí ―Y David revela esto con la convicción de un acuerdo hecho desde hace mucho tiempo atrás. Cuando juró custodiarla hasta el momento en que pudiese ponerla una vez más entre sus manos—. Toma ―le dice. De este modo hace entrega de la mariposa a Sam, dejándola en posesión de su verdadera dueña.
Sam, ella...su corazón se encuentra turbado y la firmeza de sus reproches comienza a desmoronarse.
—No —responde y la rechaza con decisión. Entonces las manos de ambos quedan enfrascadas en una cordial lucha por mantener su honor, por hacer lo correcto—. Yo te la obsequié a ti ―le dice―, es tuya por derecho.
—No —le objeta David—; ese no fue el trato, ¿recuerdas? Ambos acordamos en que te la devolvería en el momento en que nos volviésemos a encontrar. Así que aquí está...tómala, es tuya. Por fin pude cumplir con mi promesa. Al fin pude retornarla al lugar donde pertenece ―Su mirada la atrapa como siempre―. Jamás pensé que tendría que esperar tanto para poder hacerlo. Pero está hecho, así que acéptala de vuelta. Yoo...yo sé que lo eché todo a perder, Sam y en verdad lo siento, jamás quise ofenderte. No sé cómo, pero tienes que creerme.
David se inclina hasta ella, con las claras intenciones de besar la mejilla de Sam, si es que se puede antes de marcharse. Y quizás, una vez más, si es que tiene la oportunidad, decirle cuanto lo siente. Sólo en caso de que esta sea la despedida final.
Pero Sam lo mira venir hacia ella, y es hasta que David está muy cerca de su rostro que al fin la nota. De seguro se debió a la oscuridad de la noche anterior que no logró advertirla, y quizás también por la tupida barba que ahora se ocupa de ocultar cualquier tipo de imperfección en el rostro de David. Pero en estos momentos el fulminante sol del medio día desnuda por completo su faz, al grado de dejar al descubierto la delgada línea pálida y rosácea que atraviesa de lado a lado y en forma vertical, la carnosidad de su labio inferior.
Es la cicatriz que David lleva junto a él y a todos lados desde hace trece años. Desde que alguien lo lastimó con gravedad en su intento por defenderla del mal. Y Sam observa en cuestión de segundos pasar todo de nuevo dentro de su cabeza; sintiendo tanto agradecimiento hacia él por el sacrificio hecho, que esto sólo provoca que la ira crezca inconmensurable dentro de sus razonamientos. Porque: «¿Cómo es posible que deba odiarlo por su estupidez? Cuando, en realidad, ella debería estar rindiéndole eterno tributo a David. En constante agradecimiento por todo lo que hizo para salvarla». Tanta confusión invadiéndole el juicio, sólo causa que el rostro de Sam se aparte y se voltee ante el amable intento que hace David para despedirse de ella.
―Lo siento —le escucha musitar y el leve carraspeo de su voz resuena como un triste lamento cerca de su oído. Sin pronunciar más, Sam lo mira pasar de su lado dejándola allí, a espaldas de un abatido caminar. Pero esto ella no lo nota porque no puede dejar de observar la mariposa que aún posa la gracia de su grandeza sobre su mano. No puede dejar de analizar el por qué del que ahora pueda abrigarla de nuevo bajo su protección. No puede dejar de escuchar su voz.
«La llevo conmigo a todas partes, a toda hora —lo escucha pronunciar—. Por fin pude cumplir con mi promesa...Todo fue real para mí —analizan sus pensamientos—... Porque te juro por mi vida que tú estuviste allí, conmigo —Un absurdo total para ella. Sin embargo, todo crepita y resuena en un constante martilleo dentro de su cabeza. Tan doloroso y molesto como el picoteo de un pájaro carpintero sobre la corteza de un árbol.
«No sabes cuánto deseo el poder creerte, David. La verdad que así es» —Y Sam piensa esto girando en dirección al atribulado caminar de David, mirando cómo éste se aleja de ella sin posibilidad alguna de que su rostro vuelva a ver hacia atrás—...«Al menos así no me sentiría tan mal por la forma en cómo ocurrieron las cosas, por verte marchar así. Pero no, es obvio que mientes; si me hubieses amado tanto como dices que lo hiciste, jamás me habrías ocultado la verdad...O al menos no así, no con tanta facilidad como bien lo supiste hacer». ―¡No! —Recapitula dando de nuevo la espalda al perdón—. No hay lugar para la lástima. Que se largue, que se marche para siempre y que no vuelva a saber nunca más de él...
#18739 en Novela romántica
#2420 en Novela contemporánea
romance accion suspenso drama, suspenso misterio drama amor romance, contemporanea moderna ficcion general
Editado: 12.05.2024