Los gritos de Sam se escuchan por todo el apartamento. Despierta atormentada por una voz que le grita en la cabeza y que le ordena ponerse a salvo, salir de la cama ahora mismo. Sus piernas no responden, están paralizadas. Cae al suelo por medio de un severo golpe que la hace arrastrarse hasta alejarse del peligro que representan las sábanas, el envoltorio de sus pesadillas. Y continúa deslizándose sobre su pecho, temblando y llorando hasta dar contra el fondo del armario junto con su cuerpo. Un puñado de recuerdos y temores envuelve su encorvada postura, unidos a los espasmos que la asfixian en su llanto y que la obligan a permanecer allí, a ocultarse.
No es hasta con el correr de los minutos sin espacio que Sam logra volver de a poco y se controla lo suficiente como para poder salir de allí. Se arrastra con la ayuda de sus manos hasta llegar al baño. El contenido líquido y amargo de su estómago es expulsado y vertido dentro del inodoro. Un fuego espumoso verdi—amarillo de jugos gástricos que pasan y queman su garganta, amenazándola con ahogarla en medio de sus pujidos. Pero, ¿qué más iba expulsar? Si lleva días enteros casi sin probar bocado sólido.
Su descomposición se muestra amable para con ella y al menos le brinda las fuerzas necesarias como para dejarse abandonar el cuerpo contra la pared. Todavía no logra recobrar el control de sus piernas.
Tenía meses de no experimentar un retroceso como este, meses sin una de sus crueles pesadillas. La esperanza de haberse liberado de éstas, de una vez por todas, acaba de esfumarse. Su cuerpo aún se sacude sin control. Intenta calmarse, tranquilizarse un poco.
No puede permitir que nadie se entere de esto. No ahora que había logrado avanzar tanto, que hasta había conseguido le suspendieran los medicamentos. No soportaría que la vuelvan internar, no aguantaría tener que atravesar otra vez por todas aquellas largas sesiones de terapia que no hacían otra cosa más que provocar que reviviera una y otra vez su pasado...—No de nuevo…no otra vez, por favor —y suplica esto encogiendo la figura como si fuese un caracol sobre el piso—. De un tiempo para acá el licor había sido suficiente para mantener a raya a sus demonios. Adormecidas todas sus vivencias, su dolor...sus memorias. ¿No entiende qué fue lo que pasó? ¿No comprende qué sucedió? Y teme por ello, siente mucho miedo de tener que atravesar todo de nuevo. Tiene terror de que todo vuelva a ser como antes; de que su mente se pierda y que deba luchar por días, semanas e incluso meses enteros para lograr volver.
Hace poco que logró terminar su especialidad. Tuvo más de dos años de retraso en sus estudios, en su carrera y batalló como nadie para lograr salir adelante, para poder concluirlos. Pero al final lo consiguió y lo hizo por él, por su promesa hecha hacia Richard. Por eso se obligó a continuar, a seguir adelante y de hecho que estaba avanzando como nunca, a un muy buen ritmo. Pero ahora... ahora sabe que por haber experimentado el primer episodio no se detendrán. No hasta que intenten acabar con ella, hasta que decidan detenerse por sí solos y entonces, la dejen en paz.
El reloj marca la una y cuarenta y tres de la madrugada. Sam decide quedarse allí, sentada sobre el piso del baño hasta que le llegue la hora de irse a trabajar. En este instante la cama vuelve a constituirse en su enemigo número uno. En una trampa mortal y a la cual no se acercará, para caer en ella, por lo menos en unas cuantas noches más.
El dormir se volvió una tortura desde hace mucho; pero el wisky anulaba gran parte de ese castigo al permitirle descansar lo mínimo para mantenerse funcionando lo necesario. ¿Ahora no sabe qué hacer? ¿Cómo hará para controlar la furia de su pasado? Por lo pronto no se arriesgará a verse inmersa en los infernales sueños que la aquejan. En sus horribles pesadillas que siempre suelen ser las mismas. Sabe muy bien lo que le espera en su recorrer; pero aún así no puede evitar verse envuelta en su desenlace, lo que las hace todavía más aterradoras. Por eso es que debe aparentar normalidad. Por ello es que no puede permitirse que nadie se entere de su recaída.
Aquí nadie sabe lo que sucedió. Aquí todos la miran simplemente como una más del personal médico del hospital. Una mujer como cualquier otra que se pasea por las calles de la ciudad. Nadie cuestiona sus habilidades físicas ni mentales para ejercer su profesión; ni ponen entredicho si puede o no efectuar su trabajo. Su futuro profesional no está comprometido, tampoco su vida. Aquí no es como allá, donde todos sabían lo que había ocurrido, donde todos la miraban como a un bicho raro a raíz de lo acontecido.
Por eso, aunque se sienta abandonada por las fuerzas, en cuanto logra obtener la movilidad de sus piernas, Sam se levanta tambaleante del piso. Arrastra los pies hasta llegar a la ducha. Abre la llave y se introduce en la tina con todo y ropa. Se sienta allí, dejando que los finos chorros de agua tibia que caen sobre su espalda, alivien los sollozos que todavía salen de su pecho. Si agradecía no haber experimentado desde hacía tanto tiempo uno de estos horribles sueños, también resentía la terrible ausencia de la voz de su amor dentro de su mente. Hacía tanto que no le escuchaba, tanto que la realidad de sus sueños no se adueñaba de su presencia. Que hasta siente agradecer la crueldad de sus proyecciones y la maldad de sus descansos; porque la frescura de aquellas palabras, permanecen reproduciéndose en ella. Se repiten en sus pensamientos con tal intensidad, que es tal y como si Richard estuviese ahora mismo allí, con ella, a sabiendas de que no es así. Y por esto es que aún llora, por eso es que solloza bajo la caída del agua que oculta sus lágrimas, porque lo extraña en demasía y ansía su presencia con tal desespero, que termina por esconder el rostro entre las piernas y continúa llorando hasta que ya no puede más.
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Editado: 12.05.2024