Lorie detiene a Sam en el pasillo.
—¿Te encuentras bien? —Le pregunta, se muestra un tanto preocupada. La vio salir del quirófano, mas las magulladuras bajo sus ojos la alertaron de inmediato.
—Sí, ¿por qué? —Responde ella, al instante, fingiendo una total y completa normalidad. La amable sonrisa en su rostro funge como cómplice de su mentira.
Pero Lorie la conoce muy bien y sabe que algo anda mal. Ya está enterada del malogrado encuentro que sostuvo Sam con el hermano el día anterior; no así nada del episodio que padeció anoche.
—Vete a descansar —le ordena—, te llamaré si hace falta.
—Bien —contesta Sam. Desea poder dormir más que cualquier otra cosa en el mundo. Sin embargo, jamás se arriesgaría a ello; menos estando allí en el hospital, así que no hace otra cosa que sentarse en la camilla y recostar la espalda contra la pared. Se ocupa de revisar su móvil. Si bien recuerda su papá quedó en llamarla.
El corazón le rebota contra el pecho...¡Tiene más de diez llamadas perdidas! Él ya debe haber hablado con su madre y la verdad es que ahora no se siente preparada para ello. No cuenta con las fuerzas necesarias como para hacerle frente y encarar la situación. Pero no tiene otra alternativa, así que marca y devuelve la llamada...Tenía razón, su padre le informa que Alexandra ha accedido a recibirla, así que debe prepararse, pues la esperan esa misma noche en casa para la hora de la cena.
—Si tan sólo pudiese evadir el encuentro —Se amedrenta Sam con el alma envuelta en cobardía. No obstante, se reconforta a sí misma pensando en que, por fin, pronto todo acabará. Deja reposar la cabeza hacia atrás y contra la pared.
De la nada, la puerta se abre de golpe.
—¡Dra. Kendall, la necesitan con urgencia en cuidados intensivos!
Sam lanza el teléfono a un lado y corre tras la enfermera. El paciente que acaba de intervenir entró en paro cardíaco, así que debe apresurarse. En cuanto llega advierte como intentan reanimarlo. De inmediato se hace cargo y luego de un fallido intento por hacerlo volver, la doctora dictamina que es inútil...―Hay que llevarlo devuelta al quirófano ―le indica al equipo de cirugía.
—El procedimiento laparoscópico pareció funcionar en un principio; pero debido a distintas complicaciones, no tuvimos más remedio que abrir.
Sam intenta explicar a los desesperados familiares con las palabras más simples que su vocabulario de médico pueda hallar. Ella misma tuvo que abrirse paso hasta llegar al corazón del anciano y bombear con sus propias manos la inercia del órgano mientras lograban sostener sus latidos con la asistencia de la bomba de derivación. Luego de varias horas más de exhaustiva cirugía lograron preservarle la vida. Ahora mismo se encuentra abatida por un terrible cansancio. Mas sigue de pie, respondiendo a las preguntas de la angustiada familia.
—¿Se recuperará? —Pregunta, en medio de más lágrimas, una de las hijas del pobre hombre.
—Lo único que puedo decirles es que por ahora se encuentra muy delicado. Las próximas veinticuatro horas serán demasiado críticas para él, y sólo con el correr del tiempo nos daremos cuenta si lo logrará o no. Lo siento mucho ―les declara la doctora―; pero tienen que entender que su padre ya es un hombre mayor. Nosotros hicimos todo lo humanamente posible. El resto ya no depende de nuestras capacidades.
El corazón de Sam se duele al ver como una anciana esposa con sus dos hijas y tres nietos a su alrededor, rompen a llorar ahí mismo, frente a ella. Y a su forma tan directa, casi que hasta cruel, de anunciarles que es muy probable que la muerte pronto venga y llame a su puerta. Pero como ella ya les dijo y tiene que repetírselo a sí misma "Se hizo todo lo humanamente posible". Como médico dio lo mejor de sí en las trece horas que estuvo dentro de una sala de cirugía, intentando brindarles algo más de tiempo al lado de su ser amado. Y como ser humano, nadie más que ella podría comprender su dolor; porque Sam también perdió lo que más amaba en la vida y por ello se esfuerza aún más por la esperanza de los demás. Esperanza que le fue negada cuando, sin oportunidad alguna de luchar por ellos, los arrancaron de su vida sin piedad alguna. Pero como médico y profesional también sabe que no debe involucrarse más allá de lo que su pena le impulse a actuar o decir. Así que, poniéndose a la entera disposición de la familia, sale de la sala de espera sin mirar atrás, dejando a su paso llanto y pena.
—Dra. Kendall, su teléfono no ha dejado de sonar.
—¡Mierda! —Exclama Sam, mientras se preocupa por mirar la hora en el reloj de su muñeca―...¡Las siete y treinta! ¡Demonios!
Apenas si tiene tiempo de zambullirse en la ducha y salir corriendo a casa de sus padres. Espera que ningún oficial de tránsito detecte y detenga al conductor temerario que acaba de adueñarse de su auto. Hunde el pie en el acelerador lo que la lleva a cruzar la ciudad como alma que lleva el diablo...pero no por mucho tiempo.
—¡Me lleva mi maldita suerte! ¡Muévanse! —Grita la histérica. Quedó atascada en el tráfico y el claxon de su auto amenaza con estallar los vidrios de quienes estorban su alocado intento por llegar a tiempo. Pero es inútil, porque tenía una hora de llegada, las siete...Las siete, pasado meridiano —le indicó con claridad su padre—; ni un minuto más ni uno menos. Eso fue, hace ya, una hora atrás y ni siquiera se encuentra cerca de su destino.
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Editado: 12.05.2024