Mientras van de camino, David mira a Sam limpiando los rastros de la sangre que aún se halla untada en sus manos, con la ayuda de toallas de papel y agua.
—Lo siento, sé que esto debe ser asqueroso para ti, pero no las había visto.
—Lo que hiciste esta noche fue algo increíble.
—¿Por qué? No es nada distinto de lo que siempre hago —responde ella con indiferencia. La verdad es que antes ya se las ha visto actuando en peores circunstancias y en las más precarias condiciones. ¡Ja! Que si lo sabrá bien. Hace un tiempo atrás ese fue su pan diario.
Continúa con el interés puesto en la limpieza de sus manos.
—Si, pero no siempre tienes la oportunidad de verlo en acción —insiste David, al tiempo que el azul de sus ojos se enciende de orgullo al mencionar estas palabras—. Toda tu familia está impactada.
—¿Ah, si? —Recalca ella interceptando aquel orgullo. Sus manos continúan acicalándose entre sí; pero, esta vez, con más fuerza—. Y dime una cosa, ¿qué es lo que más les impacta? El que le haya salvado yo la vida a un hombre o el darse cuenta de que no servía mesas en un café. Como muy de seguro todos pensaban. Y sé bien que es así, pues el mismo Adam me lo dijo. Como si cualquier trabajo, por humilde que sea, no fuese digno de respeto. Amo mucho a mi familia, David ―agrega Sam―; pero sus prejuicios me sobrepasan de indignación.
Es más que claro que el bienintencionado comentario no le sentó bien…para nada bien. Así que David mejor opta por guardar silencio y los oídos de Sam muy pronto se percatan de la ausencia de sus palabras.
—Lo siento ―le dice―; debes estar cansado de escuchar las constantes quejas que tengo contra mi familia.
—No es tanto eso como el no comprender —responde David.
Pero Sam calla y él, una vez más, se inclina por guardar sus especulaciones.
No comprende todo este lío imperando dentro del núcleo familiar de los Kendall. La ausencia de Sam de tantos años, los problemas que se le han presentado para reintegrarse de nuevo a su casa. ¿Qué pudo ser tan grave como para que los hechos ocurridos desembocaran y la convirtieran en anatema del juicio, y el cual la excluyó de esta forma de los suyos? Quisiera poder preguntarle en demanda directa, hostigarla por una válida respuesta; pero ya sabe cuál sería el resultado, su bendito silencio. Entonces, para qué provocar más con su insistencia la molestia del desapacible carácter que tanto la representa.
Además, si David se enterase de que todo lo vincula a él en forma directa, eso no sería muy conveniente. Es bueno que haya tomado la decisión de cambiar el tema e irle conversando de otras cosas a Sam por el camino.
El viejo mirador al que todos los chicos acudían cuando estaban en la preparatoria, se vislumbra a lo lejos.
—¿Qué te parece si nos acercamos? —Propone Sam. De todos modos, no le causa interés alguno arribar al nido de sus pesadillas. Pronto amanecerá y tomar licor para lograr algunas horas de sueño no le es factible estando a pocas horas de comenzar su turno. Lo mejor será permanecer despierta. Ya dormirá después si topa con suerte.
No así y para su sorpresa, David le anuncia que no puede demorarse más. Quedó pactado con la niñera de que llegaría a eso de las tres y ya van a ser las cuatro de la madrugada.
—Debo ir a casa ―le dice―, no sabes lo difícil que es encontrar a alguien de confianza para que cuide de Ben.
—Pero, ¿cómo, tu hijo ya está contigo? —Pregunta ella mostrando su contrariedad.
—Desde hace un par de días.
Sam se alarma de inmediato.
—David, ¿por qué no me lo dijiste? Habría tomado un taxi. No deberías estar aquí conmigo, sino en casa con tu pequeño. No, déjame aquí y vuelve a tu casa ―le ordena―. Yo me las arreglaré para buscar un transporte.
La expresión en el rostro de David demarca por completo su desacuerdo.
—Dejarte aquí, en medio de la nada y a estas horas. No lo creo —manifiesta.
—Estamos más cerca de tu destino que del mío, y no pienso retrasarte más.
—Entonces, ven conmigo a casa —le propone David—, podrás dormir allá.
—¿Dónde? —Le porfía Sam. Su sarcasmo se dibuja en la comisura de sus labios—…¿En el piso? Te recuerdo que la casa no está amueblada.
—Mi antigua habitación sí lo está. Podrás descansar en ella. De todos modos, estamos en domingo. Es día de reposo, ¿recuerdas?
—Me temo que tengo guardia todo el día.
—Cierto —menciona David, socavado en la pena por su ignorancia—, olvidaba que los médicos no tienen horario. Bueno, pero de igual forma podrías descansar, al menos, por un rato. En cuanto amanezca te haré el desayuno. Quizás no te habías enterado de ello, pero hago muy buenos panqueques o al menos, eso es lo que dice mi pequeño. Luego yo mismo te llevaré de vuelta al hospital. Entonces, ¿qué dices, te parece la idea?
Las excusas se tardan un poco en revolotear dentro de la cabeza de Sam; pero si hay algo que le ayuda es echarse un rápido vistazo a sí misma.
—¿Y también propones que ingrese vestida de esta forma al hospital?
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Editado: 12.05.2024