Días enteros de largas jornadas laborales agobian a Sam desde hace una semana. Turnos de hasta cuarenta y ocho horas seguidos secuestrada en el hospital. Descansos a intervalos de tan sólo media hora; esto si no es que antes alguna de sus pesadillas la haga saltar de la camilla en la que descansa; percatándose, antes que nada, que ninguno de sus compañeros se encuentre allí, observándola y haciendo del conocimiento ajeno sus locuras. Todo un cúmulo de eventos que no dan pie a la serenidad, mucho menos a la paz.
Lo único que hoy la conforta y la inyecta, además, de una carga extra de energía positiva es que, en cuanto termine su turno, Sam podrá pasar por su pequeñito para llevarlo al zoológico.
Un rápido baño la termina de reanimar y un arremolinado paso por los vestidores la pone en marcha a toda velocidad. Quedó de pasar por Ben poco después del mediodía y el sol ya le aventaja el paso con veinte grados al oeste sobre la carretera; así que aumenta las revoluciones de su viejo Corolla, de igual forma que aumentan las palpitaciones de su corazón. Latidos llenos de una increíble emoción y que golpean con fuerza dentro de su pecho, porque pronto podrá sostener al niño entre sus brazos y piensa esto mientras las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba. Sopesa que es una verdadera lástima el que David se haya negado a acompañarlos, por razones obvias por supuesto. Sin embargo, esto no le molesta. En realidad, disfruta mucho de su compañía; pero, si él no quiere ir con ellos, para ella está bien.
Su auto ingresa a la propiedad con toda propiedad —valga la redundancia—. Cuando menos David no la despojó de los controles de los portones; ni de las llaves que le habían sido adjudicadas a su confianza, y a su deseo de que ella...Bueno, para que continuar hablando más del asunto; si él ya no quiso tocar más el tema y ella...ella agradece que así sea.
Sonríe, pues como siempre y en cuanto baja del auto se apresuran a venir a su encuentro para recibirla. Los furiosos gruñidos de quien antes la amedrentara, ahora le mueve el rabo con hilarante desesperación; buscando de ella las acostumbradas caricias que de inmediato son recibidas sobre el dorado brillo de su abundante pelaje. La fuerza de sus patas marcha alrededor de Sam mientras que ella, puesta en cuclillas, masajea la hermosura del animal. Al parecer se han hecho muy buenos amigos, ya que Corey honra esa amistad jadeando y manteniendo la postura quieta y sumisa ante Sam, para que a ella le sea más fácil la tarea de acariciarlo.
—Parece que hay visitas —pronuncia Sam en medio de curiosas miradas. En cuanto entró descubrió una fila de autos estacionados al final de las cocheras—. ¿Acaso sabes de quiénes son…eh, amiguito? ¿Me dirás con quiénes voy a encontrarme en cuanto entre a la casa? —Las interrogantes continúan durante la sesión de caricias. Pero las respuestas de Corey no concluyen más que con el par de gruñidos que en este momento son lanzados hacia la entrada de la casa. En donde, para la sorpresiva mirada de Sam, aquella mujer se asoma y sale un poco más allá de la puerta.
—Si, ¿se le ofrece algo? — Pregunta la señora de la casa, o al menos eso fue lo que le pareció a Sam por la forma en la que esta mujer se adueña de sus modos y de sus palabras.
«¡No puede ser!» ―De pronto surgen los deseos de vomitar. Si es nada más y nada menos que su vieja amiga " Rebequita "...O, más bien, la amiga de David. Según la versión de Ben...su novia.
Sam se pregunta si la odiosa estampa de la mujer recordará quién es ella. Pero claro, como ni siquiera se tomó la molestia de alzarla a mirar en aquella ocasión, en realidad no cree que se acuerde.
—Vine por Ben, puedes decirle a Dav...
—¡Oh sí, claro! Tú debes ser la niñera.
—¿La qué? —Objeta Sam—. No, en realidad, yo...
—Iré a informarle a David que ya estás aquí.
Sam la mira entrar en la casa y cerrar la puerta tras ella. La deja afuera con la palabra en la boca, en compañía de los gruñidos de Corey. Los de ella se apresuran y le hacen el coro...«¿Qué, acaso David le dijo a esta tipa que ella era la niñera? En tal caso pudo decir que era una buena amiga la cual venía por su hijo para llevarlo a pasear. No había necesidad de tal cosa. No comprende por qué David le diría algo así a esa mujer».
Sus protestas continúan en silencio mientras la puerta se abre. David sale a recibirla y la invita a pasar; al tiempo que Corey, escoltando los pasos de Sam, la acompaña hasta la entrada.
—¿Y tus llaves? —Pregunta él—. ¿Por qué, simplemente, no entraste?
—Lo que sucede es que...
—¡Sam! ―Sus pequeños pasitos corren con desespero escaleras abajo.
Sam se apresura en ir a su encuentro.
—Mi amor, espera no corras, te puedes caer —le previene ella, pero recibe de una vez al niño entre sus brazos. Un amplio repertorio de resonantes, encantadores y tiernos besos son expuestos en medio del salón...Y David los mira, mas ya no reclama parte alguna en ellos. Se limita a sonreír y procede a presentar a Sam con sus compañeros de trabajo. Un grupo de ingenieros que, al igual que él, la miran con agrado. Claro está, Rebeca no la alza ni a mirar...una vez más.
Tienen un trabajo urgente que presentar al día siguiente; así que lo más seguro es que tendrán que trabajar lo que les resta del día, mas toda la noche para lograr presentar los planos a tiempo ante el comité de evaluación —le comenta David—. Trabajarán en casa, en su estudio para ser más precisos. Único lugar que, además de su antigua habitación y la cocina, está acondicionada ahora que ha vuelto a sus funciones laborales. Por tanto, David le agradece a Sam que se haga cargo de Ben por ese día.
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Editado: 12.05.2024