A pesar de la noche tan espantosa que atravesó, y de haberse prohibido a sí misma el volver a dormir en casa de los Oliver, Sam no deja de quedarse junto a ellos noche tras noche. De hecho, que prácticamente ya vive en casa de David; pues de los siete días que descuenta la semana, si acaso pasará dos en su departamento. Envuelta en medio de sus pesadillas nocturnas y maldiciéndose a cada nada cuando echa mano de su botella de wisky para lograr dormir, aunque sea, ese par de horas que tanto necesita. Pero de resto, procura ir y quedarse junto a ellos. Los constantes ruegos de su pequeño no le permiten actuar de otra manera. Ben siempre calcula y la llama a la hora que, sabe muy bien, ella está por terminar su turno; preguntándole a Sam a qué hora llegará a casa y si ya viene en camino, pues su papá está preparando la cena.
Muchas veces estando en la cama y en medio de los dos, Sam puede sentir como se le van cerrando los ojos de a poco, en contra de su voluntad. Entonces tiene que echar mano de toda su voluntad y de todo su coraje, para no quedarse dormida envuelta en el delicioso calor que ambos producen. La estrechan con tal fuerza contra sus cuerpos, como si con esto los dos se asegurasen de que ella no se les va a escapar.
Hasta ahora Sam lo ha conseguido y se considera triunfante desde el momento en el que los mira abrir los ojos cada mañana. No confía para nada en quedarse dormida estando junto a ellos, eso ni pensarlo. Por eso aún se ve en la necesidad de refugiarse, de vez en cuando, en la cueva de sus pesadillas y por eso, también, no ha tenido más remedio que informar a Lorie sobre la recaída de sus síntomas. Sus episodios han vuelto y le ruega que la ayude; pero, por favor, le suplica que no la mediquen de nuevo, ni que la pongan en la mirilla de sus colegas. No quiere verse sometida, una vez más, a rigurosas terapias psicológicas y psiquiátricas que, a la larga, no hacen más que hacerla recaer con más fuerza sobre sus desgracias.
Eso la dejaría al descubierto con David y con su familia. La tacharían de loca; entonces, perdería a su hija, a Ben…y lo perdería también a él.
Lorie ha sido la principal testigo del bien que le ha hecho a Sam el tener a David y al pequeño en su vida. La mira con mejor semblante, su chica ya sonríe de nuevo y hasta ha subido unos cuantos kilos. ¡Sus mejillas están de nuevo coloradas! Ahora su vida es lo más cercana posible a la normalidad que ella una vez presenció y aunque Sam todavía llora en frente de su ángel guardián el recuerdo y la pérdida de Richard; Lorie intenta hacerla entender a diario que ella no lo está traicionando y que tiene todo el derecho de seguir adelante con su vida. Como el mismo Richard hubiese deseado que así fuera.
No obstante, al parecer, ella experimenta día con día esta culpabilidad, aunque no lo quiera. Y se pregunta el por qué del que ella siga con vida, cuando él y su niño ya no están. Se consuela entonces, mirando a David leyéndole cuentos en la cama al pequeño Ben y sonríe en cuanto el niño se recuesta al lado de su padre, con el pequeño osito sobre su pecho…
…«Quizás de igual forma hubiese sido la temática reproducida entre Richard y su hijo» —Y Sam piensa en esto con una apagada sonrisa impregnándole los labios. De un pronto a otro se descubre a sí misma cambiando el rostro de David por el de su amor ya fallecido. Mas se apresura y sacude de inmediato la cabeza con frustración; porque si, bien, nada ni nadie podría jamás reemplazar sus pérdidas, agradece el poder estar junto a ellos y por eso procura pasar el mayor tiempo posible a su lado. Cada vez es menos la resistencia que experimenta en cuanto él se aproxima. En cuanto recibe de David todos sus besos, sus caricias…su sola cercanía. Aún no ha logrado y no ha conseguido entregarse por completo a él. El rostro de Richard siempre se interpone entre ella y los deseos de este hombre cargado de testosterona. En su desesperación por hacerla suya.
Con esta noche ya van tres intentos fallidos que ejecuta David sin obtener resultado alguno.
—Perdóname, yooo…yo no sé qué es lo que me pasa. Te juro que…
—Está bien, no te preocupes —la interrumpe David y acotando las palabras de Sam, hace a un lado su virilidad y la libera de su peso.
—Estoy muy estresada. He tenido mucho trabajo. La verdad es que me siento bajo mucha presión —Una tras otras se van haciendo presentes las excusas.
—Ya te he dicho que no hay ningún problema, Sam —responde él de una manera muy serena. Se sienta en la orilla de la cama y girando medio cuerpo desnudo hacia ella, la toma de la mano —. Te dije que no te iba a presionar y no lo voy hacer. Yo no te voy a obligar a hacer nada que tú no quieras.
La bondadosa sonrisa que David le brinda, lo único que consigue es que Sam esconda el rostro entre las piernas y termine de hundir la cabeza con la ayuda de sus manos.
—Pero es que yo sí quiero. Lo que pasa es que…
—Lo que pasa es que tú aún no te sientes preparada —menciona David y cortando de lleno las histerias de Sam, se introduce de nuevo en la cama mientras termina de adueñarse por completo de ella por detrás—. Lo nuestro…nuestro reencuentro —le dice—; todo ha sucedido de una forma muy rápida. Eso lo entiendo. Y también comprendo que tú quieras llevar las cosas con más calma. Que nos conozcamos mejor.
—¿Qué nos conozcamos mejor? David, pero si nos conocemos prácticamente desde que nacimos.
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Editado: 29.05.2024