Ni siquiera se preocupa por utilizar portones y salidas como era de suponerse que lo haría una persona normal; sino que, lanzándose a campo traviesa por la propiedad de los Oliver, se cruza hasta la propiedad de sus padres utilizando antiguos y ocultos pasadizos resguardados desde su niñez.
—Ramitas secas de mis oraciones, gracias por conservar los caminos abiertos para esta pobre mujer desesperada —Y permanece balbuceando al son de los apretados pasos que la llevan, como alma en pena pero desaforada, hasta encumbrarse escalones arribas y colarse luego por uno de los balcones—. ¡Nana! ¡Nana! ¿Dónde está Ben? —Pregunta Sam, cruzándose de frente ante la noble señora. No se molesta siquiera en saludar.
Nana se detiene en cuanto mira lo exaltado del rostro de su niña.
—Ya es hora de la comida, mi cielo. Está en el comedor con el resto de tu familia.
—¡¿Qué?!...No, no, no, no, eso no puede ser. ¡Ve por él y tráemelo de inmediato, por favor!
—¿Qué, pero por qué? ¿Acaso sucede algo malo?
—¿Suceder algo malo? No, ¿cómo crees, nana? —Responde Sam y componiendo la forma de su rostro, entona ante ella un timbre de voz embustero. Sam se cruza de brazos hasta envolver su delgada figura, tan sólo para poder fingir una apacible serenidad en frente de su nana. Pero no puede dejar de aprisionarse los labios a cada instante mostrando su premura—. Nana, por favor —insiste ella—, tráeme al niño. Ya es hora de comer y David lo quiere de vuelta en casa —el silencio impuesto por nana la obliga a actuar por cuenta propia—. Bien, entonces, iré yo misma por él.
—Pero, mi niña —responde nana saliendo de sus modos—. El pequeño ya está sentado en la mesa. Ha pasado una divertida mañana de juegos junto a mis otros pequeños. Déjale quedar un rato más para que comparta con ellos los alimentos. Es más —añade nana asiéndose del brazo de su niña querida —, por qué no te unes a ellos.
—No puedo, nana. David está esperando por nosotros y si no llegamos pronto, se impacientará.
—Por eso mismo le llamé, pero no me contestó el teléfono. Llámale tú y dile al joven Oliver que venga él también a comer.
«¡¿Qué?! ¡Eso ni pensarlo!». Protestan enseguida los pensamientos de Sam; porque, para empezar, ella ni siquiera entiende qué es lo que está haciendo Ben allí. Y bien que se ha preocupado por sembrar la desconfianza sobre David todo este tiempo. Alimentar el veneno que le produce a éste el recordar todas las ofensas dichas por Alexandra. Todo para que a David no se le ocurra nunca, ni se mire tentado de volver a poner un solo pie en el lugar. No estando allí su hija. El imaginarlos a los dos juntos y en el mismo lugar, es algo que le produce náuseas instantáneas. No entiende cómo es que se concertó una cita de juegos entre los niños para que éstos se reuniesen. ¿En qué momento algún miembro de su familia tuvo contacto con David como para llegar a tales acuerdos? «Tengo que salir de aquí ahora mismo con Ben».
—Lo siento, nana. Quizás otro día, ¿te parece? Pero ahora y en definitiva debo marcharme —pronuncia Sam. Deja atrás a nana con la palabra en la boca y toma un rumbo directo que la lleva al comedor. El temor de sus pensamientos no le permite actuar de otra manera y al calor de sus pasos irrumpe de una en medio de la comida. Saluda a todos de una forma muy casual y generalizada. Ignorando a su paso las reacciones de éstos y prestando toda su atención sobre los movimientos de un pequeñito que, al verla, no pide disculpas ni prórrogas sobre su comida; simplemente se lanza a cómo puede de su silla y corre con los brazos abiertos hasta llegar a Sam.
El niño sabe que la presencia de ella en el lugar se debe a él y sólo por él. Por eso se adueña de la pierna de Sam mientras se balancea de un lado a otro, justo de igual forma como lo hace con su padre.
—Hola, mi amor —pronuncia ella elevándolo de inmediato entre sus brazos. Muchas sonrisas y más abrazos invaden el cabello y los cachetitos de su niño con besos de dulzura—. ¿Te has divertido, mi cielo?
—Ajá —responde Ben con cohibidas sonrisas colmadas de ternura. Inocentes afirmaciones que le llevan a envolver el cuello de Sam con ambos bracitos, mostrándose feliz de que ella se encuentre allí.
Todo el clan de los Kendall se encuentra en la habitación, reunidos alrededor de la mesa. Observando en silencio la singular escena que protagoniza Sam junto al hijo de David. Escuchando como el pequeño ruega ante ella, como si de su propia madre se tratase, para poder quedarse un poco más de tiempo en el lugar y así continuar jugando con los hijos de Adam. Y de como ella, con notas de cariño y dotada de una increíble paciencia, intenta explicarle a Ben que ya se hace tarde. Papá se encuentra esperando por él en casa y por tanto ambos deben marcharse.
—Otro día vendremos con más tiempo, ¿te parece, mi cielo? Por ahora debemos volver a casa.
—Si, mami —responde Ben, de una forma tan obediente y natural, que esto sólo causa las escandalosas miradas y los cuchicheos que se desatan, allí mismo, alrededor de la mesa.
—¡No puedo creerlo! —Se escucha la indignación alzarse sobre la voz de Alexandra.
—¿Acaso me perdí de algo? —Revolotean los tonos de Danny alrededor de todos.
—¿Qué está sucediendo aquí? —Se elevan las interrogantes de Adam.
Sam se encarga de ignorarlos a todos y a cada uno, así como también se preocupa únicamente por sujetar a Ben muy firme contra su costado izquierdo y se prepara, entonces, para salir de allí lo más pronto posible. Antes de que aquellos comiencen a pedir explicaciones que ella no piensa dar. Pero el rechinar de una silla, rápido y escandaloso, detiene de pronto su escape. La obliga, aunque no lo quiera, a mirar hacia atrás. Sam alcanza a ver justo el momento en el que Susan deja caer su servilleta sobre el plato y abandona su puesto en la mesa. Todo para salir huyendo del lugar sin volver a ver a nadie.
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Editado: 29.05.2024