—No soy una niña pequeña para que me den de comer en la boca —protesta Susan con suma molestia y voltea el rostro ante el amable intento que hace su madre de introducir una cucharada de sopa caliente en su boca.
Lo que provoca que decaigan de inmediato los ánimos en Sam. Deja la cuchara sobre el pequeño tazón frente a la niña y la mira con deseos de enmienda.
—Si, claro. Lo siento, mi amor —pronuncia envuelta en pesadumbre.
La verdad es que las palabras de su hija la han golpeado con fuerza y por eso continúa mirándola en silencio. Fueron tantos años de albergar únicamente supuestos dentro de su mente, que ahora ella quisiera…Bueno, desea hacer tantas cosas por su niña; pero sabe que no puede y por eso enmudece mientras baja la mirada y se pierde dentro de sus remordimientos.
Algo que nana nota enseguida.
—No te preocupes, mi amor —menciona la dulce nana y adueñándose del mentón de su niña mayor, eleva el rostro de Sam hasta ella y le habla con ternura—. Aún falta mucho por ver —le dice.
Mas al ver como Sam no logra brindarle otra cosa que no sea una lacrimosa sonrisa, nana se planta frente a Susan con una firme posición de ordenanza.
—Y tú, jovencita —le dice—, si no quieres que te traten como a una niña pequeña, te quiero ver comiendo ahora mismo, ¿me oíste?
—Pero, nana. No tengo hambre —pronuncia Susan, utilizando los mismos tonos quejumbrosos empleados antes frente a Sam.
—No importa. Es tan sólo una poca de sustancia —le indica nana—. Hazle caso a tu madre. Si no, no podrás recuperarte pronto. Así que anda.
Y como siempre, en el hogar de los Kendall, lo que nana dice es santo y bendito mandato para los chicos, Susan toma la cuchara frente a ella y llevándola hasta su boca, comienza a comer de a poco.
—Nana, no vuelvas a hacer eso —menciona Sam. Toma a nana por el brazo y la aparta de los niños para que éstos no las escuchen hablar—. No vuelvas a referirte a mí como madre de Susan en frente de ella, ni de nadie más, por favor.
—Pero, ¿por qué, mi niña? —Pregunta nana—. ¿Acaso no eres tú su madre?
—No para Alexandra. Lo sabes muy bien. No quiero tener más problemas con ella.
«Además, si David la llegase escuchar hablando de esa forma, al instante la dejaría al descubierto con él. Y eso aún no puede suceder». Piensa Sam. Por poco y estuvo a punto de cometer una imprudencia con su hija hace tan sólo unos momentos. No puede permitir que vuelva a pasar. No debe dejarse arrastrar así por sus impulsos. No hasta que se asegure de dejar a los niños bien resguardados y al cuidado de David.
Aunque no es tanto por Susan que se mortifican sus pensamientos. Todo lo que era de ella ahora le pertenece a su hija. «Pero ¿y Ben? —Se cuestiona Sam dirigiendo la mirada hacia el niño. Lo mira sentado sobre la alfombra, jugando en silencio con sus cochecitos y a tan poca distancia de su hermana—. No, aún no es tiempo —divulga por medio de escandalosas miradas—. Sólo un poco más y después lo haré. Hablaré con David y entonces… entonces, que pase lo que tenga que pasar».
La chica del servicio entra en la habitación con otra charola entre las manos y el primero en reaccionar es el pequeño Ben; pues descubre rebosando, de los bordes plateados, una pila de emparedados que son en seguida puestos en las manos de nana.
—Mami…—corre el niño de inmediato y prendiéndose del pantalón de Sam, comienza a tirar de éste para llamar su atención.
—Ven aquí, mi amor —pronuncia Sam, toma al pequeño entre los brazos y lo sienta junto con ella sobre la cama de Susan—. Ya has de tener mucha hambre, ¿no es así, mi cielo? Tu hora de comer pasó hace rato. Toma —Y poniendo un emparedado en las pequeñas manos del niño, Sam lo mira zambullirse sobre el trozo de pan prensado con jamón y queso fundido—. Con calma, cariño. No comas tan rápido, no vaya ser que enfermes.
La chica retira el servicio delante de Susan y con el niño todavía comiendo sobre su regazo, Sam recibe de manos de nana un emparedado también para ella.
—Anda, come algo tú también.
—Gracias, nana; pero creo que no tengo hambre.
—No debes descuidar tu salud, mi niña. Recuerda que acabas de tener una descompensación, tienes que cuidar tu estado, es muy importante. Tu padre estaba muy preocupado. Me las encargó a todas antes de marcharse de nuevo a la oficina. Hoy todas sufrieron quebrantos de salud. Hasta tu madre tuvo que ser atendida por el médico debido a una fuerte jaqueca.
—Si y por suerte Dantoni le suministró un sedante, lo bastante fuerte, como para dormir fieras.
—¡Samanta!
—Es la verdad, nana —pronuncia Sam provocando las burlas de Susan a sus espaldas.
—Ya ves lo que haces.
—Lo siento —menciona y girando medio cuerpo hacia su hija, intenta enmendar el mal ejemplo que le está dando—. No tienes que burlarte de tus mayores, “Su”, ¿comprendes?
—Ajá —responde Susan y comienza a reír de nuevo.
Lo que conlleva a que Sam termine riendo junto con ella.
—Mami —Ben se separa de su regazo y ajeno por completo a lo que sucede a su alrededor, escala el cuerpo de Sam hasta llegar a su oído. Se toma de ella, justo de igual forma como mira hacer siempre a su papá. Le habla, entonces muy quedito, casi que susurrando y le declara secretos que sólo ella puede escuchar—. Mami, a mi panshita todavía le queda un huequito.
Sam sonríe de inmediato, pues los mira a ambos una y otra vez, de un lado al otro y sin importar las protestas que pueda recibir, se adueña de ambas criaturas si pedir permiso y las aprieta con fuerza contra su cuerpo.
—Los amo…los amo mucho —les dice—. Con toda mi alma. Son mi razón de ser y de existir. Sin ustedes dos, yo ya no estaría aquí.
El rostro de nana se alarma enseguida al escuchar tal cosa.
—¡Ay, mami, que me “aplaistas”! —Se defiende el pequeño niño intentando liberarse de tan terrible sujeción—. ¡Maamiiii!...
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Editado: 29.05.2024