Al haber quedado la cocina infestada con olor a humo y carne quemada, los tres no tienen más remedio que improvisar su cena sobre el duro e incómodo piso del comedor. Una gruesa manta bajo el peso de sus cuerpos amortigua las molestias. Hacen de cuenta que tienen un picnic en medio de un soleado día de verano y comen su pizza sin emitir protesta alguna bajo las luces de un elegante candelabro.
El que se encuentra más animado con la deprimente situación, al parecer, es Ben; pues corre a sus anchas y de un lado al otro, por la amplia y vacía habitación, con Corey ladrando y persiguiendo sus pequeños pasos en círculos.
—Hola —menciona David de un pronto a otro y con todas las intenciones de sacar a Sam de un retraído semblante, se encarga de buscar su mirada.
—Hola —responde ella. Se asegura de brindar una noble sonrisa al libre escrutinio que emprende David sobre su silueta.
—¿En qué piensas?
—Yo, en nada.
—¿En nada?
—No…bueno, es que…¿no te parece desolador vivir aquí, en medio de todo este espacio vacío?
—No mientras que tú y Ben se encuentren en él —Se apresura a responder David. Pero también comprende muy bien las preocupaciones de Sam y no muestra afán alguno de minimizar sus observaciones; así que le explica de nuevo lo que ella ya sabe muy bien. La casa no posee mayor menaje pues si, en un futuro cercano, logran venderla y deben movilizarse, es mejor que no tengan que mudar tanto inventario.
—Si, lo sé —responde ella. Aunque la verdad es que, si no fuese por Susan, hace mucho tiempo que Sam le habría pedido a David mudarse a un lugar más pequeño. Nada comparado al desamparo y la tristeza de su diminuto departamento en medio de la ciudad. Pero, quizás sí, a un lugar más conforme y conveniente para la pequeña familia que conforman los tres.
No así y pensándolo bien, ella sabe que David tiene razón; pues mientras permanezcan los tres juntos, ella no tiene nada de qué quejarse. Después de la aniquiladora soledad que la atormentara en el pasado, no hay espacio vacío que tenga comparación.
—Fue tan sólo un tonto pensamiento —le dice—, no me hagas caso.
—Ven aquí, no te preocupes —le dice David envolviéndola entre sus brazos—. En cuanto consiga vender saldaré todas mis deudas y entonces, te prometo que te compraré la casa que tú quieras. Así podrás amueblarla y decorarla a tu gusto. Aunque…si tú lo deseas —pronuncia David y separándose de ella, la mira directo a los ojos albergando una noble idea—. El menaje de mis padres está completo y guardado en un depósito. Tú puedes disponer a cabalidad de él. Es más, es tuyo si así lo quieres. Todo es cosa de mandarlo a traer y así ya no te sentirás tan desolada en medio de esta gran casa vacía.
Sam mira a David sin saber qué contestar, porque: «¿Disponer a cabalidad de las que fueran antes las pertenencias de la señora O`? ¡Iughhh!!! No lo creo —gritan de inmediato sus pensamientos—. Mucho menos de sus cosas personales…muchísimo menos de sus muebles de alcoba».
—¿No pretenderás que tú y yo durmamos en la misma cama que tus…
—¡No! —Responden de inmediato los sobresaltos en David—. Creo que esa parte no la pensé muy bien —menciona entre incómodas sonrisas—. No te preocupes, compraremos una cama nueva. Es más, toma —Y viendo Sam como David se desprende de una de sus tarjetas de crédito, la recibe en la mano—. Tú hazte cargo de traer todo lo que ocupemos y desecha lo que creas que no necesitamos. Compra lo que nos haga falta y haz de este nuestro hogar por el tiempo que permanezcamos aquí, ¿te parece? —Le menciona esto mostrándose muy complaciente y adueñándose de la barbilla de Sam, la muerde en un par de ocasiones. Tumba su cuerpo junto al de ella sobre la manta y comienza a besarla.
«Vaya, entonces así es como se siente meter las manos dentro de los bolsillos de un hombre». Cavila Sam y permanece sumisa mientras recibe los candentes besos que David le da. Ahora sabe lo que experimenta Alexandra en cuanto desangra la chequera de su padre. De todos modos, no piensa derrochar dinero que, es más que sabido, David no tiene. Comprará un par de cosas para aparentar delante de él. Como la cama, por ejemplo; pero de resto…de resto amueblará unas pocas habitaciones con el viejo menaje de la difunta señora O`. Iughh, de sólo pensarlo la recorre un tétrico escalofrío a través de toda la espalda. Pero, qué más puede hacer. No piensa hacer suyo un lugar que, dentro de poco, se verá obligada a abandonar. Ya será la futura mujer de David la que llegue a plasmar su toque personal en la propiedad que ella y con total disposición, piensa rescatar de algún modo para él y para sus hijos.
—Creo que es hora de que Ben vaya a la cama, ¿no crees? —Escucha pronunciar a David, tan suave como un susurro muy cerca de su oído. Y sintiendo como el peso de aquel cuerpo comienza a acomodarse a través del largo de sus piernas, Sam cierra los ojos por un segundo en medio de sus pesares y recorre con suavidad las ondas del cabello de David. Las arrastra hasta llegar a su cuello y permanece allí, consintiéndolo con tenues caricias.
—Vamos a la cama —insiste él y se estremece ante el contacto de ella.
—¿Por qué, tienes mucho sueño? —Le porfía Sam.
—Entre otras cosas —responde David provocando la risa de ambos, entonces se adueña del lóbulo izquierdo de Sam y comienza a lamerlo—. Vamos —le dice.
—Prometiste leerle un cuento a Ben antes de dormir, ¿recuerdas?
El rostro de David se hunde en su cuello.
—Cierto —pronuncia con indisposición. Lo piensa por un segundo y se yergue de nuevo sobre ella—. ¿Cuál historia es más corta, la de los tres ositos o la de los tres cochinitos?
—Hum…Creo que la de los tres ositos —responde ella.
—Muy bien —pronuncia éste poniéndose en pie. Le da cacería al libre corretear que Ben aún sostiene alrededor de ellos y raptándolo entre los brazos, comienza a caminar. Corey muy campante le sigue los pasos—. Vamos a darte una rápida ducha, Ben. Papá te leerá esta noche los tres ositos.
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Editado: 29.05.2024