Tu amor en mi piel "En cuanto te vi"

Encuentros y desencuentros

  Jonathan y Marcelo habían tenido un día duro en el hotel; durante todo el día estuvieron acomodando a los grupos de turistas que llegaban a hospedarse.

  Terminaron la jornada agotados, cenaban mientras comentaban los pormenores del día, cuando un silencio recayó entre ellos, sus miradas se cruzaron y no necesitaron palabras para entenderse. Jonathan dejó los cubiertos al lado del plato.

  —¡Me voy a cambiar la ropa por una menos formal!

  —Te sigo, Jona, yo también me voy a cambiar.

  Juntos partieron hacia el cuarto; si bien cada uno tenía una habitación, estas estaban unidas por una puerta que nunca cerraban. Se ducharon rápidamente, se vistieron y emprendieron el camino hacia el centro. Entraron en la sala de juegos, compraron fichas y probaron suerte en algunas máquinas, pero se aburrieron fácilmente porque no era lo que esperaban. 

  —Vamos hasta la otra sala de juegos, para ver si tiene mejores máquinas —propuso Jonathan.

  —Vamos, este lugar es un embole.

  Caminaban por la peatonal cuando les llamó la atención la risa de un grupo de chicas que, sentadas en la vereda de un kiosco, tomaban una gaseosa.

  Marcelo fue el primero en divisar a los dos varones que completaban la mesa, y tomó del brazo a Jonathan que se quejó del aprentón que le dio su primo. 

  —¡Pensé que me ibas a acompañar en esta! ¡No quiero ir!

  —Mirá bien, se te está pasando un detalle —sin decir más, Marcelo emprendió camino hacia la mesa enceguecido porque no veía a Violeta en el grupo.

  Jonathan lo siguió protestando hasta que, al levantar la cabeza para saludar, vio a Tatú tocando la mano de una de las chicas. 

  —¡Ahh bue! Veo que ya están haciendo amigas —expresó con el ceño fruncido.

  —¡Eh loco! Qué buena onda volverlos a encontrar —exclamó Esteban—. ¿Quieren sentarse con nosotros?

  —¡Buenísimo! —acotó Marcelo y siguió—. Aunque entre tantas chicas, no veo a tu amiga, la ganadora del Daytona.

  —No, Viole fue a ver un toque a los artesanos, quiere hacerse un tatuaje, ¿verdad, Tatú? —explicó   Esteban.

  —Sí… sí —logró pronunciar Tatú—. Quizá sea mejor que la vaya a buscar porque hace un buen rato que se fue —no alcanzó a pararse cuando Marcelo replicó:

  —No se preocupen yo la busco. ¡No se distraigan ustedes! —y con una media sonrisa empezó a alejarse  en dirección al puente Uruguay. 

  Tatú, con los cachetes colorados como fuego, solamente atinó a tomar el vaso de gaseosa y darle un sorbo que le costó muchísimo tragar, mientras sentía la mirada de Jonathan clavada en él.

  Esteban estaba demasiado interesado en las chicas, no percibía los nervios de Tatú ni el enojo de Jonathan, así que siguió la charla. 

  —¿Cómo te llamabas? 

  Sin disimular su enojo, Jonathan dirigió su mirada a Esteban para contestar. 

  —Yo soy Jona. Mi primo, que acaba de irse en busca de Violeta, se llama Marcelo, igual todos le dicen Jara —estirando las dos manos para señalar al grupo que los acompañaba preguntó—: ¿Y estas chicas tan lindas?

  —Es un gusto, Jona, yo soy Esteban, mi amigo Tatú y a estas bellezas las conocimos hoy en el río, son de Bariloche. Sentate con nosotros, si querés, y servite gaseosa. Tatú pasale la silla que está atrás tuyo.

  —No hay problema, Esteban, me la busco solo.

  Tatú vivía la situación como si fuera una película que transcurría frente a él, pero que no lo tenía como protagonista; era un sentimiento de irrealidad que nunca había experimentado. No tenía reacción alguna, solamente seguía con la mirada a Jonathan que se terminó sentando frente a él y no dejaba de mirarlo con enojo.

  La charla siguió sin ningún problema, las chicas recibieron a Jonathan felices y él parecía sentirse a gusto en el grupo, no volvió a mirar a Tatú, ni a dirigirle la palabra ni una sola vez.

  Tatú se sentía incómodo, confundido, incluso culpable, y no encontraba un sentido lógico a sus sentimientos. Se paró y se dirigió a Esteban. 

  —Voy a buscar a Violeta, ya vuelvo.

  Jonathan lo imitó. 

  —Te acompaño, no sé dónde se metió Jara.

  —Chicos, nosotros mientras compramos otra gaseosa —respondió Esteban.

  Emprendieron el camino en silencio, cuando estuvieron lo suficientemente lejos del grupo Jonathan empezó a hablar. 

  —Fui a buscarte a los videojuegos.

  —¿Sí? —preguntó sorprendido.

  —Ayer me quedé con ganas de pasar más tiempo con vos.

  —Mirá, allá están Viole y tu amigo, parece que estuvieran peleando —habló rápido para evitar que la charla siguiera su curso. 

  Jonathan lo sostuvo del brazo.

  —Dame un segundo y te explico.

  —Mirá, Jonathan, no tenés nada que explicarme, nos divertimos ayer y nada más. No quiero darte una impresión equivocada.




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