Todavía recuerdo el primer día en el que la conocí. ¿Cómo olvidar ese momento en donde empezaría una historia tan hermosa? Claro, hemos tenido una infinidad de problemas, pero es normal en cualquier relación de amistad… O de algo más. El sentimiento de encontrar a alguien que llena todos esos huecos que creíste vacíos dentro de tu ser es de las sensaciones más satisfactorias que un humano pueda experimentar. Cada que recuerdo ese momento en el que nuestros caminos tuvieron la fortuna de cruzarse hace que mi alma se llene de plenitud y felicidad. Jamás pensé que encontraría a la chica perfecta en un lugar tan convencional y en una situación, hasta cierto punto, tan cómica. Aquí, justo aquí fue donde todo empezó hace unos años. La fortuna que yo tuve se la deseo a cualquiera. Soy muy feliz. Desde ese día, he sido la persona más feliz del mundo.
Qué tontería. ¿Por qué estoy diciendo esto? Han pasado muchos años desde mi secundaria, ahora soy un joven adulto que acaba de graduarse de su universidad. El amor tan ferviente que había vivido fue solamente una jugarreta de mi cabeza, algo irreal que sólo existió en mi imaginación. Debo dejar de vivir en mi mente.
Amanda Mirari, maldito nombrecito que me inventé. No he tenido ningún contacto con ella desde que me acerqué y me rechazó aquel día. La casa en la que ella «vivía» era propiedad de otra familia; por eso se me hacía tan raro que nunca noté una coincidencia tan grande.
Mis papás se fueron a vivir a otro país; les fue tan bien en el trabajo que pudieron jubilarse con muchísimo dinero y me dejaron la casa para que yo continuara con mis estudios y pudiera ser, algún día, tan grande como lo es mi hermano. De hecho, desde que empecé la preparatoria, mi hermano ha venido de vez en cuando a visitarme, a hablar conmigo y a darme ánimos. Es la única persona que tengo en mi vida.
Bueno, eso es una mentira. Lo único bueno que salió de todo fue la relación de amistad tan fuerte que pude concretar con Ana. Después de aquel día, decidí acercarme a ella y hablar para poder ser amigos con la esperanza que conociera a Ada. No le pregunté en el instante, pero no fue difícil entablar una relación de amistad al tener gustos musicales tan similares, además de que nuestro primer acercamiento había sido cuando la salvé del impacto de aquel balón a toda velocidad. Pasaron los meses, y tuve el valor de contarle sobre Ada. Evidentemente, ella no tenía ni idea, ni tenía ninguna relación de amistad.
Los años pasaron, y los caminos entre Ana y yo solamente se unían más y más; nos graduamos del Terabi, estudiamos varios años juntos, incluso escogimos la misma carrera universitaria. Gracias a ella conocí a muchas personas; la gente ya no me veía como un demonio, sino como un amigo agradable. Me invitaban a las fiestas, a las reuniones, dejé de comer en solitario, mi lista de contactos se expandió una vez más… Aunque, siempre estaba el vacío que Ada había llenado en mí. No obstante, le agradezco a la vida que haya unido mi camino del destino con el de Ana; ella es lo único que mantuve de aquella ilusión y, hasta cierto punto, fue mejor. Nos hicimos demasiado cercanos.
Tan cercanos que llevo una maldita hora parado en frente del Instituto Terabi porque me pidió que la acompañara para un trámite que tenía que hacer justo aquí. Según ella, en su trabajo le pedían constancias de estudios completas y, por alguna razón, la del Terabi era sumamente necesaria.
Me cansé de estar parado como un acosador ya que la hora de la salida había llegado y los chicos jóvenes empezaban a salir del Terabi y del Gleo, justo como cuando yo era como ellos y vivía una vida cómoda. Las responsabilidades de adulto me están matando.
Caminé hacia la esquina donde el primer encuentro con Ada sucedió; tanto el bueno en mi imaginación como el malo en la realidad. Me quedé contemplando el camino de regreso a mi casa, y los recuerdos de lo que había creado mi imaginación llegaron y me pegaron tan fuerte como si en realidad hubieran ocurrido. La melancolía que invadió mi corazón era sumamente intensa, podría jurar que todo lo que viví con Ada fue real. Bueno… Ni siquiera sé cómo se llama esa chica. Mi encuentro con ella fue un milagro irreal, y no existe nada peor en esta vida que extrañar un momento que nunca ocurrió.
Oye… -sentí una voz detrás de mí y una pequeña palmadita en la espalda.
Mujer, de verdad te excediste con el tiempo para un simple trámite… -volteé un poco impaciente y cansado por estar parado tantos minutos, pero frené en seco al ver algo que casi me hace explotar en lágrimas. Era Ada.
Creo que no soy a quien debes reclamarle -soltó una ligera risita, como aquella vez que fuimos por un helado. Esa sonrisa yo la imaginé, pero verla en la realidad, después de años, era verdaderamente mágico. Ada se mantenía igual en apariencia a como cuando éramos más jóvenes, desde su manera de vestir hasta su cabello que estaba pintado con tonalidades muy similares. Era la chica de mis sueños frente a mí, una vez más. Eres tú, de eso no hay duda alguna. Una segunda oportunidad.