LA mayoría que lo ha conocido insiste en que es un viejo amargado y descarado que se ha casado con la viejecita más tierna del mundo: mi abuela Conchita.
Aunque todos piensen que es un monstruo que no tiene sentimientos yo lo quiero. Sé que me trata mal y se burla de mí, pero también me defiende y se preocupa por mi vida y su rumbo, como en aquel primer día en sexto de primaria…
Entré al salón sin molestar a nadie, casi ni se notaba mi presencia hasta que un niño grandulón se me acercó y me tiró mi estuche que recién había sacado de la mochila.
–¡Quítate, estorbo! ¡Este es mi asiento!
–¿Cómo va a ser tu asiento si apenas es el primer día?
–No juegues con mi paciencia, ¡enano!
–¡Ah! Con que en esas estamos, ¿jirafa?
–¿Qué dijiste?
–Lo que oíste o ¿apoco también estás sordo, jirafa?
Ese día terminé todo golpeado y con los dos ojos morados, el problema era que yo lo había ocasionado todo, así que agarré un gorrito que se encontraba en las cosas perdidas y me lo puse cubriendo mis ojos, aunque no lograba ver nada era mejor que ser regañado por ser un niño tan problemático.
Como era de costumbre, el abuelo siempre pasaba por mí a la hora de la salida, así que cuando me vocearon, caminé hasta la puerta, pero justo cuando iba a cruzarla el niño al que le había puesto de apodo “jirafa” me puso el pie y tropecé horriblemente tocando el suelo con la barbilla, claro que me levanté rápido, sin embargo, el abuelo notó lo que había pasado.
–¿Qué le pasa a ese niño?
–No es nada, abuelo, en serio, este gorro no me deja ver, es todo.
–Pus quítate el gorro, m’ijo–Dijo y me desatoró el gorro que traía en la cabeza–. ¡Ay, madre santísima! ¿Qué carambas te pasó?
–Me pegué con la banca, no es gran cosa, abuelo…
–Fue el que te puso el pie, ¿cierto?
Después de asentir ligeramente con la cabeza, mi abuelo se arremangó las mangas de la camisa y sin preguntar a los maestros agarró al muchacho de las greñas y me lo acercó:
–Bien, niño malcriado, dile a mi nieto que lo sientes o ¡te reporto!
–Ay, s-s-señor. ¡Él me llamó jirafa!
El abuelo volteó sorprendido, soltó al muchacho para agarrarme en su lugar a mí y llevarme a rastras al auto. Cuando ya estábamos ahí me soltó y me dijo enojado:
–¡No puedes exigir respeto si tú no respetas primero, Miguel!
–¡Pero él me tiró mi estuche!
–¿Y eso te da el derecho de hacer justicia por tu propia cuenta? ¡No m’ijo!
–¡Pero también me dijo enano!
–Pues hubieras esperado a decírmelo a mí o la directora. Ahora, quiero que le pidas perdón y no me importa si tú empezaste o no.
–Per- -
–¡Pero nada! ¡Ámonos a la casa!
–Bien…
Al entrar, la abuela me miró asustada por los dos moretones que traía en los ojos, sin embargo, el abuelo me impidió hablar con ella y me envió a mi cuarto. Más tarde, ella entró a la habitación con leche y un plato de galletas; de seguro el abuelo le había contado todo.
Había llegado el día en dónde iba a tener que pedirle perdón al brabucón, así que, me acerqué un poco tímido hacia donde estaba él hablando con sus amigos:
–Oye…
–¿Qué pasa, enano?
–¿Como te llamas? Yo me llamo Miguel.
–Chucho. Ahora que lo sabes ¡lárgate, que estoy hablando!
–Bien, pero antes te quería pedir perdón. Ya sabes, por lo de ayer.
–¡Dije que te largues, enano! ¿O prefieres que te dé una paliza como la de ayer?
Ya preparado para cubrirme de los golpes, me fui de su sitio sin darle la espalda. Creo que no aceptó mi disculpa, pues en los siguientes días me siguió tirando el lunch, comiéndose mi manzana y aventándome por los pasillos; definitivamente me había agarrado como su barquito.
Nunca quise que mi abuelo se enterara y mucho menos acusarlo, de seguro sería la misma historia y no cambiaría nada acerca de mi relación con Chucho, hasta que un día el abuelo se dio cuenta por sí mismo cuando me vio chocar con las paredes gracias a la fuerza bruta de mi compañero.
–Pero ¡¿qué?!
–¡Ah, hola, abuelo… ¿Qué haciendo? –Dije disimulando, mientras me sobaba la espalda y me recargaba contra la pared.
–¿Quién te aventó?
–¡Oh, no es nada! Es que así salgo yo del salón…
Mi mentira no duró nada, justo en ese momento Chucho salió de un rincón gritando:
–¡Enano! ¿Te vas tan rápido de la fiesta? ¡Eres un mi- -
–¿Un qué? –Dijo mi abuelo al momento en que se le cruzó enfrente.
–Le devolveré la pregunta, viejo. ¿Qué hace usted aquí?
–Defendiendo a mi nieto–Dijo con tranquilidad, jaló de la oreja a Chucho y lo llevó a la oficina de la directora.
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Editado: 06.05.2021