El desayuno del día siguiente parecía una iglesia por el silencio que reinaba. Juanchi sirvió los dulces que nadie había querido comer la noche anterior debido a la batalla campal desatada luego de tal declaración. Fue Marcos quien empezó a comentar, en tono gracioso, todo lo sucedido horas antes.
—¿Yo hice eso? —preguntó Milena, sin poder creer lo que su hijo decía.
—Te dije que debes ir a eso del manejo de la ira, mami. Explotaste, se te dilataron las pupilas como los drogadictos y te bloqueaste por completo. Con decir que entre el tío Nacho, el Gonzalo, el Juanchi y yo no podíamos hacer que dejaras de cogotear a mi tío.
La mujer estaba incrédula. Trató de recordar en qué momento había agarrado a su hermano del cuello hasta ponerlo morado y no, solo recordaba la declaración y cuando estaba a punto de acostarse mientras su hija le daba una pastilla para poder dormir.
—Es que... no podía creerlo. Imaginé a un niño solito, sin apoyo de un padre y andá a saber con qué tipo de madre...
—Matías tiene mi edad, tía —afirmó Gonzalo, con tranquilidad.
—Ah, ¿sí?
—Ese bastardo es unos meses menor que él —sumó Alain.
—Ey —lo detuvo Nacho. Su sobrino levantó las manos en señal de disculpa.
—Perdón, no lo digo en mala onda, sino en la forma más fina y educada de su significado. Ahora que está todo dicho, yo me regreso a Buenos Aires.
Agustín bajaba por las escaleras con cierta cautela. Saludó a todos y, por más que su hermana le insistía que estaba tranquila, éste sonrió a medias, pero la esquivó lo más lejos posible, temeroso de que pudiera atacarlo a traición.
—Propongo que el domingo hagamos un asadito —comentó Nacho con intenciones de alivianar el ambiente y hacer que su sobrino más grande abandone la idea de irse.
—Como dije, me voy hoy a la tarde—repitió Alain.
Vio la cara decepción de sus tíos y le dolió. Sin embargo, él se sentía pésimo por más que intentara disfrazarlo de frialdad. Una sensación de pánico lo inundaba desde que salió de Buenos Aires, sin poder sentir un minuto de paz.
De pronto, todos sus planes se voltearon. Un remís se estacionó en la entrada de la casa, dando un par de pitidos. Fue Agustín quién se asomó a la ventana. Vio bajar a una chica morena, de cabello abundante. De inmediato la reconoció. La chica pagó al remisero y bajaba con una mochila y un bolso de viaje. Un par de golpes potentes hizo saltar a todos. Agustín fue a atender.
Aquella jovencita de ojos verdes saltó como una niña al verlo y lo llenó de besos.
—¡Hola, papi bello! ¡Sorpresa! ¿A qué no me esperabas? —dijo, emocionada, con un notable acento porteño.
—¿Romi? ¡Pensé que no podías venir por tus estudios! ¿Cómo es que...?
—Estás hecho pelota, ¿te sentís bien? ¿Estás enfermo? —interrumpió ella al verlo pálido y abatido.
Alain se acercó.
—¡Romi! ¿Quién te mandó a que vengas hasta aquí y encima sola?
—Hola, ¿no? ¿Me extrañaste? Le dije a mamá que si mis hermanos favoritos venían a San Luis ¡pues yo también! ¡Me desvelé haciendo mis trabajos, además de mandar al demonio un par de materias para venir de vacaciones a la preciosa visha de Merlo! —vio a los hermanos Martínez, sin dejar su buen humor—. ¡Hola, tiítos, tanto tiempo!
Fanny se sintió desencajada. Nunca logró que Romi le cayera bien. La cosa empeoró cuando Agustín decidió adoptarla, convirtiéndose en una verdadera piedra en cuanto a tener la completa atención de la familia.
Gonzalo intentaba calmar los nervios de su hermano mayor, incentivándolo a hacer ejercicios de respiración. Lo estaba logrando hasta que Romi y Juanchi estallaron en gritos, saltos y abrazos efusivos que empujaron a Alain, desconcentrándolo y poniendo la peor cara de ogro que tenía.
—¿Y bien? ¿Hay lugar en esta casa para mí?
—No —contestaron Fanny y Alain al mismo tiempo. El chico tomó la palabra—. Esta misma tarde regreso a casa y vos te venís conmigo.
—Si acabo de llegar, che. Me comí dos micros en doce horas para poder llegar a la hora del desayuno.
—Podrían quedarse una semanita, al menos —aprovechó Milena, mientras ponía sus manos en los brazos de Alain, tranquilizadora—. Por favor.
—Sí, ya que dormiste en la sala y no quisiste compartir la pieza con nosotros le puedes ceder tu cama a la Romi —sugirió Juanchi.
—No, ella no va a dormir en el compartimento de mi cama —saltó Fanny.
—Yo podría dormir ahí y ella en el de la cama de Juanchi —propuso Gonzalo.
—¡Hemos dicho que no hay lugar en la pieza! —exclamó la hija de Mile, en un pataleo propio de una niña de cinco años.
—Esto se va a poner feo —comentó Agustín.
Romi, ajena a todo el drama y celos de su prima, les dedicó una tierna sonrisa que no fue correspondida por todos los presentes.
Para la recién llegada se improvisó un colchón entre las de Gonzalo y Alain, que al final tuvo que aceptar compartir habitación con los demás. Ella no tenía problemas, insistió que nada de lo que dijera Fanny iba a amargarle la visita. Su hermano no paraba de decirle que era una inconsciente por haber dejado los estudios en espera y "haberse mandado sola" desde tan lejos, que el asunto del padre no era para tanto.
La chica acaparó la atención durante el almuerzo, contando sus aventuras para llegar. Estaba cansada pero feliz, según aseguró, porque extrañaba a todos y deseaba verlos, aunque ello implicaría retrasar unas fechas de exámenes. A la tarde, mientras tomaba unos mates con su tía Milena y Juanchi presentes, contó que había ido a conocer a Matías sin que su hermano Alain lo supiera.
—¿Conoces al tal Matías? —preguntó Juanchi.
—¡Ay, sí! Es un sol, un divino total. Tiene el mismo carácter dulce del tío Nacho, del abuelo y de Gonzalo.
—¡No me digas! ¡Quisiera verlo, abrazarlo, besarlo...! —sumó Milena, ahora disfrutando con la noticia de un nuevo sobrino.
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Editado: 07.07.2024