Llegó septiembre y con ello el cambio de estación y una nutrida agenda juvenil inundó el colegio. Victoria llevó nuevos adornos para ornamentar el curso y, durante los recreos, ponían música por los altoparlantes, previamente con un permiso otorgado por el rector.
Agustín estaba contando los días puesto que sus padres llegarían a finales de mes y, sin más, debía contarles que tenían otro nieto recién aparecido. Temblaba de pies a cabeza de solo imaginar el momento de decirles por temor a sus reacciones. Estuvo un tiempo entre tés y ejercicios de respiración y regresó al ruedo al trabajo, dando lo mejor de sí y con su mente ocupada en cumplir sus labores.
Por el día de los estudiantes los chicos hicieron una gran fiesta en el colegio. Aquella tarde Milena regresaba de la fiesta organizada para los pequeños del jardín, con ropa de gimnasia y algunas partes de su cuerpo con pintura de colores, cuando vio a Juanchi con vestido con una remera rosa y unos jeans algo ajustados, prendas de su prima Fanny, maquillado y luciendo una peluca castaña, bien sentado en la mesita de la cocina, cruzando las piernas cual dama. La señorita maestra pegó tal grito puesto que lo había visto de golpe, soltando el batallón de bolsas con adornos y regalos. Su hermano mayor logró sostener en el aire el pedazo de torta que traía para compartir. Mazamorra entró de golpe a la casa, preparado para defender a la que él consideraba la líder de su manada.
—Y eso que sabías que lo habían escogido como el... ¿cómo se dice? ¿Mariposón? —soltó Agustín, tranquilo, mientras se sentaba a acompañarlo a merendar.
—Sí. Y les gané a todos los candidatos del cole.
Milena, que apenas recuperaba el aliento, se sentó sin sentido a su lado.
—¡Estás igualito a tu mamá! —apuntó.
Nacho regresaba de buen humor como siempre. Se detuvo en seco al ver a la "chica" que los acompañaba.
—Otro —comentó Agustín.
—Lo olvidé, perdón.
Se sentó sin dejar de mirar a su sobrino. Impresionaba el parecido con Lucero, así como Milena que seguía atenta a los detalles.
—Mi bella hija Juana, Juana Lucerito Martínez —comentaba Agustín casi con orgullo—— Aunque creo que si hubieras sido niña, tu madre te hubiera elegido alguno de esos nombres junto a "del Valle", por la Virgen del Valle.
Juanchi, sin dejar de lado su papel, le lanzó un beso al dicho de "Gracias, papi".
Los tíos estaban mudos. Esta situación hubiera pasado como algo gracioso para los tíos de no ser no ser porque algo impensado sucedió.
Un par de bocinazos se escucharon al frente, pero ninguno de los Martínez le dio importancia. Golpearon la puerta. Agustín se levantó y fue a abrir. Grande fue su sorpresa al ver a sus padres allí, sonrientes, autoinvitados a pasar unos días a Merlo. Era obvio que la madre había convencido a su esposo de adelantar la visita y sin decirles una palabra a sus hijos, tal como solía hacer la mayoría de las veces.
—¡Hola, hijo querido! —fue don Beto el primero en saludarlo con un gran abrazo. Doña Cata, tal como era su costumbre y a la espera de saludar, miraba todo con detalle. Los perritos los rodearon a modo de reconocimiento. Ella no sabía de la existencia de los canes y eso daba a pie a que la visita comenzaba mal.
—Hola, mami, ¿cómo está? —dijo Agustín a punto de abrazarla cuando ella le increpó.
—¿Por qué no me dijeron que ahora tienen perros? Parecen unos cochinos. Ah, y ya me enteré que hicieron dormir en el piso a Alain, Gonzalo y Romi cuando vinieron.
—Catalina, ¿qué dijimos antes de venir? —meneó la cabeza don Beto.
—Ya tenemos planeado grandes cambios para la casa que incluye un baño extra —mintió sobre la marcha Agustín, tratando de salir airoso de la situación. Tomó el equipaje de sus padres y los invitó a pasar.
Los señores entraron confiados. Eran un matrimonio estable a pesar de haberse casado y tenido hijos tan jóvenes. Tanto Nacho como Milena se alzaron de la sorpresa al igual que Juanchi. Claro que, con la pinta que traía el adolescente, los hermanos Martínez supieron que se venía una de las gordas...
—¿Y esta señorita? —preguntó doña Cata, reacia, mientras la miraba de arriba a abajo a lo que el abuelo, dándose cuenta en el acto, empezaba a reírse.
—Abuela, ¿no me reconoces? Soy yo, Juan Cruz —dijo Juanchi mientras se despojaba de la peluca de un tirón.
La mujer abrió los ojos a más no poder y, sin poder emitir una palabra, desmayó justo en los brazos de Agustín, apenas conteniendo el peso de su cuerpo e ir, poco a poco, bajando a ambos al suelo.
Llevaban una hora entre desvaríos de la mujer y decidir si lo mejor era llamar a una ambulancia o esperar a que se calmara por sus propios medios. Doña Cata, conocida por ser muy teatrera, soltó un sinfín de quejas sin dejar su pose de madre abnegada y víctima de las ocurrencias de sus descendientes.
—Yo vengo toda divina a visitar a mis hijos y a mi nieto. Fui a la peluquería, me hice color, bajé de peso para entrar en estos jeans y en toda la ropa que me compré para estrenar... —decía la señora con aire cansado mientras Milena le sostenía la mano y asentía a todo lo que la mujer decía.
—Y está hecha una diosa, mami —siguió el juego Nacho mientras le echaba aire con una revista.
— Pero Cata, tampoco es para tanto. El chico venía de una fiesta del colegio—comentó don Beto con aire despreocupado, pues sabía muy bien cuándo su esposa exageraba en ocasiones en las que no estaba de acuerdo con algo que iba en contra a sus deseos.
Otra vez irrumpió el timbre. Juanchi se apresuró a atender y se encontró de frente con Adela y su madre, quien no ocultó su sobresalto de verlo maquillado y vestido de mujer.
—¿Todavía no te cambias? —fue lo primero que dijo Adela al verle.
—Es que quería jugarle una broma a mis tíos y sin querer terminé jodiendo a la abuela —comentó Juanchi con gracia. A propósito de la sorpresa de Rosario, parpadeó varias veces al estilo "coqueteo"—. ¿Qué pasa?
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Editado: 07.07.2024