Maya Rutherford
Apreté con fuerza la ecografía contra mi pecho mientras me acercaba a la entrada del lujoso restaurante. Mi corazón latía con una mezcla de miedo, determinación y una esperanza ferviente que se aferraba a lo más profundo de mi ser.
Él no estaba casado, me decía, pero era más un espejismo de mi alma de querer aferrarse a la idea de que, en lo más profundo de su ser, él me quería y no me haría una bajeza así.
A pesar de las advertencias de mi familia, que me habían dicho que estaba casado, me negaba a creerlo. Esa noche sus labios consolaron herias profundas en mi alma, sus manos me hicieron sentir especial, querida. Su cuerpo sobre el mío fue la miel que le faltaba a mi desdicha.
Me niego a pensar que el hijo que llevo en las entrañas es fruto de una infidelidad. Me niego a ser medida con la misma vara con la que el mundo y la sociedad midió a mi madre, me niego a que ese pequeño ser en mi vientre tenga que pasar por lo que yo pasee, al ser hijo de la deshonestidad y la lujuria de un ser egoísta.
Tenía que escucharlo de los propios labios de Elliot. Y ahora, con la evidencia de mi embarazo en mano, estaba decidida a exigir respuestas.
Al entrar al restaurante, fui recibida por la encargada, una mujer elegantemente vestida que me miró con una sonrisa profesional.
— Buenas noches. ¿Tiene una reservación?
Tragué saliva, sintiendo que el nudo en mi garganta amenazaba con asfixiarme.
— Sí, estoy buscando a Elliot McCarthy. ¿Hay una reservación a su nombre?
La encargada revisó su lista y negó con la cabeza.
— Lo siento, no hay ninguna reservación a nombre de Elliot McCarthy, espere un momento — observa nuevamente su monitor —. Aquí lo tengo, hay una reservación a nombre de los esposos Kimberly y Elliot McCarthy.
Las palabras de la encargada me golpearon como un rayo. Sentí que el mundo a mi alrededor se desvanecía mientras la verdad se abría paso en mi mente. Elliot estaba casado. Con otra mujer.
— No, debe haber un error —balbuceé, aferrándome a la esperanza que aún latía en mi corazón—. Elliot y yo… nosotros…
La encargada me miró con compasión.
—Lo siento, pero la reservación está a nombre de la pareja. Si gusta, puedo acompañarla a su mesa.
— No... yo deseo una mesa para mí — le pedí.
— Muy bien, acompáñeme por aquí — me señala hacia el restaurante.
Asentí en silencio, sintiendo que las piernas me temblaban.
Seguí a la encargada a través del elegante lugar, mis ojos recorriendo cada rincón en busca de Elliot.
Y allí estaba, sentado en una mesa en el centro del restaurante, rodeado de otros empresarios y sonriendo alegremente junto a una mujer que debía ser su esposa, Kimberly. La joven, cabello rubio y porte elegante, le sonreía y le susurraba al oído.
Mi corazón se encogió dolorosamente. Allí estaba el hombre que había amado con cada fibra de mi ser, el mismo que me había abrazado en el funeral de mi madre, mirándome como si yo fuera la joya más especial sobre la tierra, ahora estaba compartiendo risas y miradas cómplices con otra mujer.
Todo parecía una cruel broma del destino.
La encargada se detuvo y señaló una mesa discreta en un rincón.
—Si gusta, puede sentarse aquí. ¿Desea que le traiga algo de beber mientras decide qué ordenar?
Negué con la cabeza, incapaz de apartar la mirada de Elliot.
— ¿Necesita más tiempo?
— Sí — susurro casi sin voz —. Necesito tiempo.
Lentamente, me abrí paso entre las mesas, sintiéndome como una intrusa en un mundo que ya no me pertenecía. Me dejé caer en la silla, observando a Elliot desde la distancia, y sentí cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos.
Recuerdos de la conexión que habíamos compartido, inundaron mi mente.
¿Cómo había podido Elliot traicionarme de esa manera?
¿Acaso todo lo que habíamos vivido había sido una mentira?
Apreté la ecografía con fuerza, consciente del pequeño ser que crecía dentro de mí, fruto de nuestro amor.
¿Cómo iba a lidiar con el dolor y la decepción que sentía en ese momento?
Respiré hondo, tratando de reunir el valor que necesitaba. Tenía que confrontar a Elliot, enfrentarlo con la verdad y exigir una explicación. Lentamente, me levanté de la silla y me acerqué a la mesa donde se encontraban.
Elliot levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los míos. La sorpresa y el desconcierto se reflejaron en su rostro, y pude ver cómo el color abandonaba sus mejillas.
Kimberly, ajena a la tensión que se había desatado, continuó hablando animadamente, hasta que notó la mirada de su esposo y siguió su dirección.
—Elliot, ¿qué pasa? —preguntó Kimberly, frunciendo el ceño al verme de pie junto a su mesa.
Elliot se levantó torpemente, tropezando con su silla.
—Maya… —murmuró, su voz apenas un susurro.
Sentí que las lágrimas rodaban por mis mejillas, pero me negué a apartar la mirada. Necesitaba ver la verdad en los ojos de Elliot, necesitaba comprobar una vez más que en los senderos de la vida, yo solo había sido una idiota que tropezaba una y otra vez con la misma piedra.
—Elliot —dije con voz temblorosa—. Tenemos que hablar.
Se quedó paralizado, su mirada atrapada en la mía. Sentía que mi corazón latía con fuerza en el pecho, como si fuera a salírseme. Kimberly, a mi lado, me observaba con confusión, pero yo apenas era consciente de su presencia en ese momento.
—Maya… — Pronunció mi nombre con cierto descontento —. ¿Qué haces aquí?
Apreté la ecografía en mi mano, reuniendo todo el valor que me quedaba.
—Necesito hablar contigo, Elliot. A solas.
Kimberly frunció el ceño y me miró, notando la tensión que se había apoderado de su marido en ese momento.
—¿Ocurre algo, cariño? —preguntó, colocando una mano sobre el brazo de él.
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Editado: 11.06.2024