19. Inevitable
. Sergio.
¿Cuándo supe que la amaba?
Cuando ella se apagaba y yo resurgía
S.J
La sostengo antes de caer y la atraigo a mi pecho, esta perdiendo mucha sangre, me desespero, camino con ella hasta el sillón y ahí la dejo unos segundos y corro hasta mi habitación, saco los papeles que con anterioridad ella me dio y salgo corriendo hasta el sillón y la levanto, con ella en brazos trato de salir de casa y una voz atrae mi atención
- Vecino yo le ayudo – el chico que se mudo hace poco al apartamento de al lado –
- Gracias ... ¿sabes manejar? – asiente – bueno, en el bolsillo de mi pantalón están las llaves de mi auto
Sin mediar palabra las toma y me ayuda a bajar a Constanza y ya abajo la acomodamos en el auto, el chico que todavía no se cómo se llama, pisa el acelerador del auto hasta llegar al hospital mas cercano, no tuvo que ver con los semáforos, ni nada.
Corrimos con Constanza inconsciente, yo la sentía muy fría y demasiado pálida, mientras corría por los pasillos de ese hospital en mi mente había un solo pensamiento, "solo necesitamos una oportunidad", en un momento unos camilleros traen una camilla y con gran facilidad la colocan en ella y de paso van colocándole todos los aparatos, corro a la par de ellos y me unas enfermeras me atajan y me devuelven hasta la sala de espera.
Siento que es la última vez que la veré con vida.
Suspiro y me quedo observando por donde se la llevaron, no se por cuanto tiempo estuve en esa misma posición, porque empecé a sentir que mis rodillas pedían a gritos moverme, me volteo para observar la sala de espera y así encontrar un sitio donde sentarme a esperar eso que anhelaba y mis ojos se enfocan en el chico que me ayudo, está observándome y no se ha ido
- Todavía por aquí ... - se sonríe y asiente –
- Ella se ve bastante mal, ¿es tu chica? – suspiro y escuchar decir a otros "mi chica me gusta" –
- Algo así ... somos una mezcla rara – asiente –
- Yo me voy – se levanta y me entrega las llaves del auto –
- Disculpa ... ¿Cómo te llamas?
- Pablo ...
- Gracias pablo por tu ayuda – se sonríe y nos damos las manos –
- Era lo mínimo que podría hacer ... ustedes necesitaban ayuda y yo estaba ahí – le regreso las llaves -
- Llévate el auto y después me entregas las llaves – se sorprende –
- Oh, no es necesario – niego –
- Llévatelo y lo parqueas en mi plaza y después me das las llaves – asiente –
Lo veo irse, es un chico joven de unos 24 años que bien podría ser mi hijo, se nota que no la esta pasando bien, por mas que vivan en el apartamento de al lado, con el paso del tiempo uno se da cuenta de esas pequeñas señales. Le deje llevar el auto como agradecimiento y si se lo roba, no importa eso es material y lo que en realidad me importa en este momento, ni con todo el dinero del mundo se puede dar.
Las horas pasaban, pasaban y nada de noticias, varias veces entre en desesperación porque las enfermeras no me decían nada, creo que me hice una maratón en esa sala de espera, la caminé a lo ancho y a lo largo. Cuando empecé a ver que la gente me miraba raro, salí de la sala de espera y empecé a vagar por los pasillos del hospital, no me encontraba ni me hallaba.
Llama mi atención que al frente del hospital hay una floristería, desde donde estoy logro ver que tienen unos nardos exhibidos, siento que es una señal, siento que lo que tenga que pasar, pasara.
Esa es una gran verdad, que me duele, porque sin proponérselo, Constanza fue haciéndose cabida en mi sistema, adueñándose de todo a su paso, transformándome y en el caso más loco ... enamorándome.
Me devuelvo para la sala de espera y me siento en el mismo lugar, busco su libreta y me pongo a ver la lista que creo, me sonrió y la llevo hasta mis labios y nariz, en esa libreta esta su esencia y su olor, levanto la mirada y una enfermera está mirándome extraño, me hace señas que vaya hasta donde esta y literal corro hasta allá.
- Señor no es necesario que corra ... estamos en un hospital – empieza teclear en el computador - ¿familiar de la señora Constanza Londoño? –
- Si ... aquí esta su documento y pues esto ... es su diagnóstico – la enfermera frunce el ceño y los toma –
- Está bien – observa fijamente el papel, empieza a contar el tiempo desde el examen hasta hoy –
- ¿Saben algo? ¿Cómo está? – sigue con el ceño fruncido y el papel en la mano –
- El especialista vendrá a hablar con usted – se queda pensativa – ¿me dijo londoño? ...
- Sí, Constanza Londoño – se sonríe y se levanta de la silla y me devuelve el documento –
- Ya le aviso al doctor, para que venga a hablar con usted – asiento –
Minutos, horas, estaba perdiendo la noción del tiempo, me quedé de pie ahí, varios doctores salieron y conversaron con familiares de pacientes, pero ninguno me llamaba a mí, empecé a caminar en círculos hasta que la puerta vuelve a abrirse y un doctor de mediana edad viene a mi encuentro
- ¿Familiar de Constanza Londoño? – asiento –
- Sí ... soy – estoy realmente nervioso y cierro los ojos esperando la noticia –
- Logramos estabilizarla, aunque sigue en mal estado – suspiro de forma audible y abro los ojos –
- Seguro doctor ...
- Sí ... vamos a hacer varios estudios, porque el que usted trajo no es concluyente y no nos ayudan en nada
- ¿Cómo así, doctor?
- La enfermera me entrego un examen donde dice que la paciente tiene mieloma múltiple, en estado avanzado o incurable y ya, nosotros necesitamos avalar ese diagnóstico – asiento –
- Entiendo ... hay alguna posibilidad – suspira –