¿Cómo una noche puede ser la más feliz y la más triste?
Apenas entramos en la habitación –de la que Tim había sido expulsado otra noche más, pero para eso estaban los amigos (y los primos)—, nuestra ropa voló por los aires. Lo único que deseábamos era sentirnos, tocarnos.
Eran los besos más desesperados que nos habíamos dado, mis brazos de enredaron en el cuello de Evan y mis piernas en su cintura. Sus manos sostenían mis muslos y lo apretaban como si de eso dependieran nuestras vidas.
Podía sentir su miembro punzante en mi entrada.
Como en otros momentos nos perdimos el uno en el otro.
Sentirlo dentro de mí era una experiencia religiosa. Sentía que tocaba el cielo cuando me hacía llegar al éxtasis.
Evan era delicado pero pasional, el punto exacto darme el beso más dulce, pero empuñar mi cabello para mantenerme lo más cerca de él posible mientras me movía sobre él, y eso me volvía loca.
Por supuesto que sabía que la mitad de mi «enamoramiento», venía del deseo que sentía solo con verlo, pero al fin y al cabo de eso se trataba la atracción. Ver a esa persona y sentir que tú eres especial para ella y ella es el centro del universo para ti.
Sentir su cuerpo desplomarse sobre el mío era mi nuevo placer. Evan era tibio, no caliente como algunas personas que con solo acercarte a ti te dan calor, no, él provocaba abrazarlo. Estar en sus brazos era mi lugar feliz, lo había sido desde el primer momento que estuvimos juntos, lo era cuatro años después, si algo había cambiado, era que esa sensación era más intensa aún.
Acariciar mi rostro con el dorso de su mano, después del sexo, se había convertido en un ritual delicioso. Podíamos pasar largos minutos en silencio, él sobre mí, amortiguando su peso en sus codos mientras me acariciaba con una de sus manos. Yo acariciaba su espalda mientras nos mirábamos como dos tontos perdidos el uno por el otro.
—¿Qué vas a hacer en tu cumpleaños? Es pronto.
—No lo sé —sonreí como una tonta. Un momento—. ¡Hey! ¿Cómo sabes tú que mi cumpleaños es pronto?
Me reacomodé. Él quedó de medio lado apoyado de uno de sus brazos con una sonrisa traviesa en su boca.
—Tú eras la que no quería saber nada de mí, Eli —acarició mi rostro otra vez y yo me sentí un poquito miserable—, yo en cambio, quise saber todo de ti y sé que cumples años en par de meses.
—Para tu información yo también sé que cumples años en par de meses.
—Tres días de diferencia. Como si la vida insistiera en darnos más cosas en común.
—No hace falta tener muchas. Con que tengamos un tiempo y un espacio en común, yo me conformo.
Él rio.
—Vamos a hacer un trato.
Asentí.
—No importa lo que suceda —continuó—, no importa donde yo esté, voy a ir donde tú estés y pasaré tu cumpleaños contigo.
—Yo estaré en Dublín, de hecho, si todo sale bien estaré estudiando para mis primeros parciales.
Él asintió. Entrelazó su mano con la mía.
—Entonces, dentro de tres meses, no importa lo que suceda entre nosotros, yo estaré en Dublín celebrando tu cumpleaños contigo.
—¿Por qué dices eso? Es como si fuese a pasar algo, ya yo daba por sentado que estarías conmigo en mi cumpleaños.
—Porque nunca sabemos lo que puede pasar de aquí a dos meses Eli, ni siquiera sabemos lo que puede pasar de aquí a una semana. Quizá te vas Dublín y conoces a un irlandés y te olvidas de mí.
Solté una carcajada.
—Evan, no te olvidé en cuatro años, dudo que lo haga en una semana —le respondí divertida.
Pero algo en él cambió. Su mirada se tornó intensa y los músculos de su mandíbula se apretaron.
Evan me tomó por la cintura y en un solo movimiento estaba a horcajadas sobre él. Me acercó a él hasta que su boca estuvo a milímetros de la mía.
—Yo tampoco pude olvidarte ni un segundo de estos cuatro años Eli, y no importa lo que haya hecho, con quien hubiese estado, no eras tú y era el hombre más miserable porque nadie, ninguna otra, eras tú. Por eso no importa lo que suceda, no me voy a perder un momento importante de tu vida.
No entendía lo que pasaba. Sus palabras eran tan intensas, que me daba miedo lo que quería decir y me daba más miedo que yo no entendiera el significado de ellas.
Nos miramos por unos segundos. Él con tantas ansias en sus ojos como queriendo decir algo y yo tratando de descifrarlo.
*****
Esa mañana Evan me invitó a desayunar con su familia en el área que par de días atrás sirvió como salón para la reunión.
Las gemelas me recibieron con sendos abrazos, el papá de Evan fue más prudente, solo un par de besos en las mejillas, pero me tomó de la mano y me guio hasta la silla. Pero Jazmine solo asintió y asomó otra de sus sonrisas diplomáticas.
Era obvio que no le agradaba, no había que ser psíquico para saberlo. No le agradé desde que me conoció.
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Editado: 16.05.2024