Los tres meses más surreales de mi vida fueron mis primeros tres meses en Dublín.
Llegué al pequeño apartamento que había rentado por medio de la universidad y que quedaba a diez minutos de la facultad de arte.
Era una caja de fósforo, pero limpia que era lo que más me interesaba. Tenía un salón-comedor-cocina, donde solo había una pequeña mesa pegada a la pared con dos sillas desiguales que le daban cierta personalidad al espacio.
Un sofá negro con grandes flores blancas y toques verdes que parecía se le había quedado olvidado a 1972, una pequeña mesa de metal pintada de negro. No había Tv, porque era costoso el permiso y el impuesto para tener uno en casa, pero no me importaba, igual no tendría mucho tiempo para verla y en tal caso, tenía mi ordenador de querer ver cualquier cosa en Netflix.
El baño lo acababan de remodelar, por suerte. En la ducha cabía a duras penas una persona, pero estaba nuevo y muy limpio al igual que la cocina que era básicamente cuatro pequeñas hornillas, un espacio y unos cuantos gabinetes, pero no necesitaba más.
La habitación, también era pequeña. Una cama doble y un armario de principios del siglo pasado que le daban un toque vintage.
Era pequeño, pero era lo que necesitaba y era lo que podía pagar. Si alguien me visitaba tendría que pagar un hotel o dormir en el sofá, que para mí sorpresa no era tan incómodo como parecía. Lo comprobaba cada vez que me quedaba en vela estudiando o pensando estupideces, área en la que ya me había vuelto experta.
La universidad o el Trinity College de Dublín se había fundado en 1592, y su edificio era simplemente maravilloso.
Cada vez que caminaba por él, me olvidaba de mi corazón roto y mis tristezas, de hecho, el pecho se me llenaba de felicidad y orgullo. Pensaba en todos los ilustres personajes que caminaron por esos pasillos y yo había logrado caminar también por ellos. Cumplir mi sueño.
No había tristeza que opacara esa felicidad.
¿Pensaba en Evan? Cada día de mi vida. Pensaba que le hubiese encantado caminar Dublín conmigo. Ir al temple bar o viajar por Irlanda buscando montañas para escalar.
¿Lloraba? Sí y mucho, pero necesitaba ese tiempo. Necesitaba sentir mi logro como un triunfo y no como que escapé de North Berwick, que en cierta forma lo hice.
Pasé de tener un novio –que duró tres días– y dos buenos amigos, a perderlos a los tres. A pesar de que Tim me escribía correos electrónicos porque nadie le había dado mi teléfono, lo que agradecía.
De igual manera yo se los respondía, pero no era lo mismo. Algo se había roto.
Me dolió tanto que no me dijera la verdad sobre Evan, o al menos me advirtiera.
Entendía que él tenía que ser leal a su primo, que quizá no le correspondía decirme, pero yo era su amiga, su más antigua amiga.
Esperaba que con el tiempo volviéramos a ser los de antes, pero por ahora necesitaba alejarme
Fue lo que también le dije a la tía Sage una vez que llegué a Dublín, me asenté, compré una línea telefónica y me comuniqué con Daisy, mamá y ella. Me dijo que había hablado con Evan y estaba destruido. Decía que respetaba mi decisión y me daba la razón pero que el dolor que sentía era brutal.
Igual me sentí yo, pero no morí y él tampoco lo haría.
Habían pasado tres meses y no sabía de él. Estaba en la típica coyuntura de «no quiero que me busque» y «¿por qué no me busca?».
Day-day también me dijo que, en la fiesta de aniversario de los papás de Tim, Evan era una sombra. El hombre de sonrisa fácil y ojos brillantes parecía un hoyo negro. También sabía que Daisy tenía debilidad por Evan y me diría lo que fuera para que yo lo llamara.
Pero no, todavía no era el momento.
Este era mi momento y lo estaba disfrutando.
La guinda del pastel, que hacían más alegres los días que se empezaban a tornar grises por el otoño, era mi compañera de proyecto, Nora.
Nora tenía cuarenta años se había casado muy joven y había sido madre a los veinte, abandonó su carrera y sus aspiraciones, pero ahora divorciada y con su hija estudiando en Alemania, Nora vivía su segunda juventud.
Era inteligente y perspicaz. Y lo mejor de todo era que cocinaba como los dioses y me trataba como su protegida.
Me consiguió un trabajo de medio tiempo en una tienda de antigüedades, yo me sentía en el paraíso. Reparando y restaurando piezas de uno o dos siglos atrás.
Aunque mi meta era trabajar para un museo, también me podía ver con una tienda de antigüedades en Dublín, o North Berwick.
—Eli, ¿qué vas a hacer esta noche? —era la pregunta de todos los viernes de Nora.
—Voy a estudiar —era mi respuesta.
—¿Estás loca? ¿Hoy viernes? Ni lo sueñes. Hoy nos vamos de farra. En dos semanas empiezan los parciales y no vamos a tener tiempo ni de respirar.
—Por eso estoy estudiando desde ahora, Nora.
—Pues hoy no. Nos vamos con los chicos y nos olvidamos de parciales, finales y responsabilidades.
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Editado: 16.05.2024