4 de agosto, 2028.
Haberse tomado unas vacaciones fue su mejor decisión, después de todo, no podía ir a trabajar con una bebé recién nacida, cuyos balbuceos lo tensionaban a más no poder. Si se enfermaba no podía acudir al pediatra porque no estaba registrada y eso sería ir contra la ley, por tanto, una prueba de ADN era algo, que iba a suceder tarde o temprano. Posiblemente era el único hombre, que mecía a su supuesta hija con la punta del pie, moviendo el portabebés porque nunca estaría preparado mentalmente para cargarla.
No le importaba que lo miraran raro y le dijeran cruel por ser tan desafectado con la bambina, quien no sabía si era su hija de sangre o solo una broma de su ex, nombrada que no aparecía y las responsabilidades decaían en él. Prefirió dejarle el puesto de presidente temporalmente a Eric, entretanto, Antonie arreglaba el asunto con boca y vida.
—Signore De Luca, aquí están sus resultados de paternidad. Gracias por esperar. —elogió su capacidad por no perder la cabeza. La enfermera sonrió y se retiró, acercándose al módulo para cuchichear con sus compañeras sobre el atractivo del hombre, quien recargó su mirada miel sobre la bebé, quien se chupaba los dedos de su mano.
—No pensé que estaría tan nervioso por esto. ¿Y si resultas ser mi hija? Estoy tratando de recordar la vez, que caí ante tu madre, pero no recuerdo. —aclaró los hechos, pegando el sobre a su pecho mientras levantaba el portabebés, saliendo de la clínica a donde se fue a hacer las pruebas. —Lo mejor sería entregarte a los servicios infantiles. Ellos sabrán qué hacer contigo, ragazza. —mantuvo su distancia, abandonando las instalaciones médicas porque no quería desmayarse en presencia de alguien más. —No quiero ser padre. Estoy muy joven. —alegó para sí mismo, ingresando al estacionamiento y rápidamente ubicó su auto.
Abrió la puerta de los asientos traseros y ubicó el portabebés ahí, asegurándose de que a la bebé no le ocurriera nada mientras conducía y finalmente rodeó el vehículo, ingresando al espacio del conductor. Se abrochó el cinturón de seguridad y tomó varias bocanadas de aire antes de abrir el sobre, observando por el retrovisor a la criatura, quien lo miraba dulcemente, libre de toca culpa y pecado. Parecía un algodón dulce. Había sido una odisea cambiarle los pañales y alimentarla, convenciéndose cada vez más, que no quería ser padre.
—Adoro a mis sobrinos, pero tener un bebé que no se irá, es realmente una pesadilla. —certificó su problema para dormir tranquilo y la ansiedad que desarrolló al tenerla bajo su custodia. Sus manos empezaron a sudar un montón, entrándole el pánico de confirmar que era su sangre. —En un futuro, qué carajos digo, si es que también tenemos futuro. Perdóname si de verdad eres mía, principessa. —pidió perdón por adelantado, rasgando el sobre, que decidiría lo que se vendría por delante. —Bene. Dice que…hay un 99.9% de compatibilidad entre ambos, quiere decir que, no soy tu padre. Bravo. —su mente jugó en contra, entendiendo mal sus propias palabras. Sonrió mirándola, hasta que la bomba explotó dentro de su cerebro, ampliando sus ojos en demasía para volver a leer el resultado. —¿99.9%? ¡No puede ser! Yo…—pegó con brutalidad su cabeza contra el timón, maldiciéndose al ritmo que los colores se le subían al rostro. —¿Tengo cara de ser padre? No. No. —se negó a aceptarlo, hundiéndose en la miseria sin darse cuenta, que la bebé reía por las estupideces de su padre, sin entender lo que ocurría.
El hombre comenzó a llorar, deshaciéndose en lágrimas mientras se jalaba el cabello sin creer lo que sus ojos leyeron. En los dos años de matrimonio, solo la tocó una vez, pero no sabía cuándo ocurrió eso porque no tenía la memoria muy clara, aunque no había duda que era suya, los resultados no mentían a no ser que la clínica se haya equivocado, no obstante, era imposible porque su nombre estaba ahí.
—Fuiste una bebé estrellada al tener a un padre como yo, ragazza. ¿Sabes por qué nunca he tenido una mascota? Porque apenas puedo cuidarme y ahora tengo a una criatura en mi auto. —habló con la piccola, explicándole entre sollozos la terrible situación, donde ella salía más perjudicada. —El pañal debe incomodarte. ¿Verdad? Este desconocido no sabe hacer nada. —se echó la culpa cuando la niña empezó a llorar y unos minutos después, el auto se llenó de lágrimas y mocos, siendo observados como raros por la gente, que pasaba y los veía. —Se suponía que este año sería excelente y terminó, convirtiéndome en padre. ¿Eso era mi buena fortuna? Estamos condenados.
***
Estuvo a nada de no salir con vida del registro civil, se topó con el acoso de la prensa y lo fotografiaron ingresando con un portabebés, ya se imaginaba los titulares de mañana y los de la noche, antes apreciaba que el mundo del espectáculo le prestara atención y lo invitaran a sus programas, pero ahora quería volver a ser común.
—Nayla De Luca. ¿Te gusta el nombre? Te lo puse por tus ojos azules, eres una condenada que salió igualita a esa loca. Con razón me dijo que siempre la vería, eres el reflejo de ella. —acusó a la recién nacida, la pequeña había llorado tanto, que sus ojitos estaban rojos y bostezaba del sueño. —Tienes veinte días de nacida y eran necesarias las vacunas. Ahora duérmete, bebé. —imploró piedad mientras conducía por la carretera de camino a Toscana, Florencia.
No mentía cuando decía que esas inyecciones que le pusieron, le provocaron que todo se le removiera, la pobre lloró desconsolada mientras la enfermera la cargaba porque su padre era tan cobarde que no podía hacerlo.
La menor se durmió en su portabebés, afligida luego de tanto dolor, que Antonie no experimentó porque él no derramó lágrimas, ya que dirigió su vista hacia otro lado. Aún no aceptaba que era padre de esa criatura, de momento, se la quedaría hasta encontrar a la madre, si no daba con su paradero la entregaría a la asistencia social. Él no podía criarla, aunque no lo intentara, se dijo, siguiendo el largo trayecto, que duró dos horas en auto.
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padre e hija, matrimonio por contrato, diferencia de edad y divorcio
Editado: 19.04.2022