Una carta antes de partir

Carta primera parte

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Esta es, sin temor a equivocarme, la única y primera carta que he escrito en mi vida, por tanto, te advierto que será un poco larga e incluso lenta o aburrida, trataré con mi mayor esfuerzo, talento y corazón hacer de la lectura un tanto entretenida.

Cómo todo en la vida, algo debe empezar para luego acabar, tener un arranque y poco a poco, con el sentimiento a tope decaer, disminuir el proceso hasta un punto final. Como "Claro de luna" o Reflets dan L'eu de Debussy, ésta carta es exactamente eso, un camino claro de un inicio y sus variantes satíricas, amargas y pomposas de mi vida a lo largo de una relación que guardo con profundo amor en mi memoria, o a menos, eso deseo que sea. Una muestra de lo que fue, de lo que terminó y de quien fui y terminé siendo. Esto no debería representar ningún inconveniente pero sí lo hace. El problema radica en que no puedo encontrar el punto por el que partir ¿dónde iniciar si tengo tanto por decir, hablar y contar?

En el camino que recorrí de casa al trabajo, al cruzar las frías calles de la ciudad, mientras observaba los edificios transformarse con cada uno de mis pasos, de coloquial a moderno y de moderno a contemporáneo. Escuchando el pitido de los autos mezclarse con el trinar de las aves y el viento frío de la mañana golpeando mis cachetes hasta enrojecerlos un poco. Pensaba en ¿qué pasó? ¿cómo terminamos así? Tan alejados, distantes el uno del otro, pero conectados, fuera de visión y a su vez viéndonos en cada esquina a través de fantasmas de los momentos vividos. Sin dar con el correcto punto por el que iniciar a escribir, he decidido pues hacerlo como un ser de orden cronológico y ambiguo. Iniciaré por el inicio; por más gracioso o tonto que suene, es de hecho, más complejo de lo que parece, porque como sabrás, inicios tuvimos muchos, muchísimos. Tuve que desenmarañar profundamente todas las memorias del seco océano que me queda para pescar lo que creo yo es el principio.

Primero de noviembre, ya guardaba sentimientos extraños hacia ti, busqué maneras sutiles de conocer tus pensamientos y sentimientos. No está demás decir que fue un éxito, declaraste la atracción que llevabas escondida en un impulso de esperanza. Te cité, quedamos en vernos en el parque del perro, lugar cercano a mi casa, o departamento, más propiamente descrito. La noche pasó lenta, mi gato, Kafka era mi compañero y hablábamos de todo un poco, en un punto, tocamos el tema.

- ¿Qué le dirá? - preguntó

- No lo sé, Kafka, estoy inseguro - Respondí con el brazo tapándome los ojos, acostado en la cama, boca arriba.

- ¿Qué es lo que quiere?

- Que no lo sé, debería portarme como su profesor y cortar esto de raíz.

- ¿Eso desea señor B?

- No, no quiero, pero es lo correcto.

- Ya... entonces si sabes que quieres - Exclamo sarcásticamente mientras lamía su pata esponjosa.

- Si, obvio, pero me da miedo aceptarlo, me gusta y mucho, que se le puede hacer, no es correcto.

- Humanos, son tan complejos, miau...

Kafka era simple y lleno de amor, para él nuestras crisis existenciales eran meras trivialidades causa de la ignorancia de la realidad del mundo. Honestamente ahora entiendo un poco lo que decía. Kafka era un joven gato, pero sabio a su manera.

Cuando lo adopté tenía miedo de no ser capaz de cuidarlo, no me sentía listo para ser responsable de una vida ajena, sin embargo como leí en una novela de un cineasta japonés, los gatos no necesitan de uno, nosotros necesitamos su compañía. No era complejo mantenerlo, era cuestión de alimentarlo, darle mimos y limpiar su caja de arena cada tanto y, a cambió yo recibí cariño, mucho cariño, uno del que hasta ahora estoy agradecido.

Lo nombré así porque una semana antes de encontrarme con él había leído "Kafka en la orilla" de Haruki Murakami, me enamoré profundamente de esa novela y después de esa maravillosa historia me convertí en un fan a muerte de aquel escritor o, más propiamente dicho, de sus letras. Con todo eso, no fue difícil decidirme por el nombre.

Está demás decir que los gatos no saben de nombres, tu que tienes una hermosa gatita deberías saberlo, para ellos, no son más que balbuceos. Kafka era el nombre de etiqueta para los humanos, somos nosotros quienes nombramos todo lo que podemos, vemos la necesidad de hacerlo, al final es una característica que nos asemeja un poco más a dios. Él mismo enseñó su nombre a la humanidad, Yahveh... pidió incluso que se lo conozca por ese título. Alguna razón debe existir detrás de esa acción pero muy aparte de eso, los humanos nos conectamos más con aquello a lo que damos nombre, somos seres de apego, abrazamos los que podemos abrazar y si no nos hace daño, buscamos guardarlo por mucho tiempo. Dar nombres es solo una herramienta más para apegarnos a las cosas, personas o situaciones.

¿Recuerdas cómo te llamaba? Ojitos de miel, no es un nombre propiamente dicho pero si un título que te puse en busca de acercarnos, de conectarnos más. Funcionó, tanto que mi corazón vibra cuando recuerdo ese "nombre"...

 



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En el texto hay: romance, memorias, desamo

Editado: 21.01.2019

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