Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 10

El aire estaba impregnado de un olor metálico y rancio, una mezcla de sudor, miedo y polvo. El barracón donde se encontraban era frío y austero, con paredes de madera que apenas contenían el viento helado que se filtraba entre las rendijas. En la penumbra de la mañana, las prisioneras formaban una fila rígida, hombro con hombro, con los ojos bajos, tratando de disimular el temblor en sus cuerpos.

Eva Müller caminaba lentamente frente a ellas, con un porte elegante y disciplinado. Sus botas resonaban contra el suelo de madera con cada paso que daba, un ritmo monótono que solo aumentaba la tensión en el aire. Sofía sintió un nudo en el estómago cuando la mujer se detuvo frente a ella, observándola con detenimiento. Pero luego siguió caminando, evaluando a cada prisionera como si fueran piezas de una exhibición.

—Ich sehe Potenzial in einigen von Ihnen. —La voz de Eva cortó el silencio como un cuchillo afilado. (Veo potencial en algunas de ustedes).

Sofía tragó saliva. Sabía que las palabras de Müller nunca traían buenas noticias.

—Aber denken Sie daran, dass Spitzenleistungen eine Frage von Leben und Tod sind (Pero recuerden, la excelencia es una cuestión de vida o muerte).

La sala se quedó en un silencio gélido. Nadie se atrevía a moverse. Nadie respiraba más de lo necesario.

Eva levantó una mano y señaló a una joven de cabello rubio que estaba en la fila junto a Sofía. Tenía el rostro demacrado, con los ojos hundidos en su rostro pálido y salpicado de pecas.

—Du (Tú). —dijo Eva en alemán.

La joven alzó la cabeza con un estremecimiento, sus labios resecos entreabiertos. Su mirada iba de Eva a sus compañeras, como si buscara ayuda en algún rostro conocido.

—Je... peux m'améliorer (Yo... puedo mejorar) —balbuceó, con la voz quebrada.

Eva la estudió por un instante y, con una sonrisa gélida, negó con la cabeza.

—Sie haben versagt. —sentenció sin emoción. (Has fallado).

El pánico se reflejó en los ojos de la joven. Sus labios temblaron. Dio un paso hacia atrás instintivamente, como si pudiera escapar del veredicto.

—S'il te plaît... s'il te plaît, donne-moi une autre chance (Por favor... por favor, denme otra oportunidad). —su voz era un susurro desesperado, con un fuerte acento francés.

Eva se giró hacia dos guardianas que aguardaban en la puerta y asintió con la cabeza.

—Bring sie weg (Llévensela).

Las mujeres se acercaron y la sujetaron de los brazos. La joven se retorció en su agarre, las lágrimas ya deslizándose por sus mejillas.

—Non! Non, s'il vous plaît ! S'il te plaît, laisse-moi partir! (¡No! ¡No, por favor! ¡No quiero morir! ¡Por favor, suelteme!)

Sus gritos se convirtieron en alaridos desgarradores mientras era arrastrada fuera del barracón. Sus uñas arañaron la madera del suelo en un intento fútil de resistirse.

—Non! Non, s'il vous plaît ! Je ne veux pas mourir ! S'il te plaît! (¡No! ¡Ayúdenme! ¡No quiero morir! ¡Por favor!)

Un disparo seco resonó a la distancia.

El silencio se hizo aún más pesado. Sofía cerró los ojos un segundo, apretando los dientes con fuerza. Nadie podía hacer nada. Nadie podía moverse.

Eva se acomodó el cabello tras la oreja y sonrió con suficiencia.

—Ich denke, es ist nicht nötig, es zu wiederholen (Supongo que no hace falta repetirlo). —murmuró, cruzándose de brazos.

El terror en la sala se había vuelto palpable, como un peso sobre cada espalda encorvada.

—Für Mittelmäßigkeit ist hier kein Platz. Wenn sie leben wollen, müssen sie außergewöhnlich sein (Aquí no hay espacio para la mediocridad. Si quieren vivir, deben ser excepcionales). —Eva paseó la mirada sobre ellas y luego giró sobre sus talones. —Der Unterricht beginnt morgen (Las clases seguirán mañana).

Otra noche en el barracón de las artistas

El ambiente era denso, cargado con el aroma de cuerpos sudorosos, miedo reprimido y hambre constante. En la esquina del barracón, Sofía se sentó con Lucile, Marietta, Clara y María. El silencio era un refugio seguro, pero esa noche, después del disparo, era imposible no hablar.

—Non posso sopportarlo (No soporto esto) —susurró Marietta con un temblor en la voz—. Ci uccidono come se fossimo... come se non fossimo niente (Nos matan como si fuéramos... como si no fuéramos nada).

—Porque para ellos no somos nada —murmuró Clara, su voz ronca por la falta de agua.

—Eva disfruta esto. No solo quiere que trabajemos, quiere vernos sufrir. —María abrazó sus rodillas con fuerza.

Lucile, que no había hablado, alzó la mirada.

—¿Et si on essayait quelque chose ? (¿Y si intentamos algo?) —susurró en francés.

Las demás la miraron con escepticismo.

—¿Algo como qué? —preguntó Sofía.

Lucile se humedeció los labios, nerviosa.

—Si seguimos sus reglas, si pintamos como ellas quieren, tal vez podamos usarlas a nuestro favor...

—¿Credi che dipingere ciò che vogliono ci salverà? (¿Crees que pintar lo que ellas quieren nos salvará?) —Marietta negó con la cabeza—. Esto es un juego para ellas.

—Pero si jugamos bien, podemos ganar tiempo. —insistió Lucile.

Sofía la miró con intensidad. Comprendía lo que decía. Podían fingir obediencia, perfeccionar lo que esperaban de ellas y, quizás, en el proceso, encontrar una salida.

—Entonces jugaremos. Pero a nuestra manera.

Las demás asintieron, con el peso del miedo aún sobre sus hombros.

Esa misma noche, Sofía y Lucile

El frío se colaba entre las tablas del barracón, pero Sofía y Lucile compartían el escaso calor de sus cuerpos al estar juntas bajo una manta raída. Lucile temblaba, no solo por el frío, sino por el miedo que las oprimía como una segunda piel.

—J'ai encore peur, Sofía... (Tengo otra vez miedo, Sofía...)

Sofía deslizó sus dedos sobre la mano de Lucile y la apretó con suavidad.

—Yo también, ma belle... pero seguimos vivas.




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