Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 13

La Sombra del Duelo

Los días siguientes fueron una sombra. Sofía apenas notaba la diferencia entre la noche y el día en el campo. La muerte de Lucile y María había dejado una herida que no cicatrizaría.

Por las noches, cuando el barracón quedaba en silencio, se abrazaba a sí misma y lloraba sin sonido. Lloraba por su amada Lucile, por sus manos delicadas, por su risa que ya no resonaría en aquel infierno. Cada noche, su mente repetía el momento del disparo, el eco de la ejecución, la impotencia que la había paralizado. Sabía que llorar era peligroso, que cualquier muestra de debilidad podía ser explotada. Aun así, cada noche su cuerpo temblaba en la oscuridad, mientras intentaba sofocar sus sollozos con la tela áspera de su uniforme de prisionera.

—Sofía... —susurró Clara una de esas noches, desde su litera.

Ella no respondió. No podía. Clara no insistió. Solo le apretó la mano con suavidad en la penumbra.

Un Recuerdo en la Oscuridad

En medio de su tristeza, Sofía recordó un fugaz instante de intimidad con Lucile, un oasis en el desierto del horror. Fue una noche gélida, cuando la nieve se amontonaba contra el barracón y el frío les calaba hasta los huesos. Compartieron la misma litera, desnudas y abrazadas, en un desesperado intento por conservar el calor.

—Regardez-moi (Mírame) —le había dicho Lucile, con su voz suave.

Sofía giró el rostro y encontró los ojos de su amada, iluminados por la escasa luz de la luna que se filtraba entre las grietas de la madera. Lucile acarició su mejilla con la yema de los dedos, un gesto tan tierno que casi la hizo llorar.

—Eres hermosa, incluso aquí. Incluso ahora.

Sofía negó con la cabeza.

—No somos nada aquí, Lucile. Somos sombras.

Lucile se inclinó y besó su frente, sus labios tan ligeros como el roce de una pluma.

—No. Mientras estemos juntas, somos algo más que eso.

Aquella noche se prometieron algo en un susurro: si una sobrevivía, recordaría por las dos. Sofía había fallado en protegerla, pero podía cumplir su promesa.

La Pérdida de una Inspiración

La vida en Mauthausen no se detenía por el duelo. La cantera seguía exigiendo cuerpos, los SS seguían jugando con la vida de las prisioneras. Y la "Escuela de Arte" de Eva continuaba, como si nada hubiera sucedido. Sofía dibujaba mecánicamente. No sentía nada al hacerlo.

Eva lo notó.

—Verloren die Inspiration, Kolumbianerin? (¿Perdiste la inspiración, colombiana?)

Sofía no respondió.

—Schade. (Qué lástima.)

La mujer sonrió, con ese placer sádico que le iluminaba los ojos.

—Vielleicht werde ich eine andere Muse finden müssen. (Tal vez deba buscar otra musa.)

Sofía se estremeció. Sabía lo que significaba. Eva no la mataría, no todavía. La necesitaba para su juego. Pero alguien más podría ser la próxima en ser "seleccionada".

Y entonces llegó la noche en que Clara y Marietta fueron elegidas para otro tipo de castigo.

El Otro Premio Forzado

El barracón estaba en penumbras cuando los pasos resonaron en el exterior. No fue necesario que abrieran la puerta. Todas sabían lo que significaba. Los guardias entraron sin prisa, con sonrisas torcidas.

—Diese zwei. (Estas dos.)

Clara y Marietta fueron señaladas. No suplicaron, no protestaron. Ya sabían que eso solo lo haría peor. Sofía sintió el estómago encogerse.

—Por favor... —murmuró en un susurro ahogado.

Uno de los guardias le sonrió con burla.

—Du bist heute nicht dran, Malerin. (Hoy no te toca a ti, pintora.)

Las arrastraron fuera. Sofía apretó los puños. Cerró los ojos, pero el sonido de los gritos apagados, de los golpes ahogados en la noche, llegaron a sus oídos como cuchillos. Pasaron minutos, o tal vez horas. El tiempo en Mauthausen no tenía sentido.

Cuando las devolvieron al barracón, Clara tenía el rostro cubierto de moretones y Marietta se aferraba al uniforme roto con las manos temblorosas. Nadie dijo nada. Sofía se levantó y les cedió su espacio en la litera. Clara no la miró. Marietta, en cambio, le tomó la mano con una fuerza sorprendente.

—No dejes de dibujar —susurró.

Sofía sintió un nudo en la garganta.

—No puedo...

—Tienes que hacerlo.

Marietta tragó saliva y añadió, con voz rota:

—Ci hanno portato via tutto. Se lasciamo che ci portino via anche questo, non resterà più nulla di noi. (Nos han quitado todo. Si dejamos que nos quiten también esto, no quedará nada de nosotras.)

Sofía sintió que el aire le faltaba. Y entonces lo entendió.

La Exposición Clandestina

Fue Clara quien, al día siguiente, se acercó a Sofía con una idea que parecía una locura.

—Vamos a hacer una exposición.

Sofía parpadeó.

—¿Qué?

—Dibujos. Pequeños, escondidos en rincones del barracón. Retratos, recuerdos, lo que sea.

—¿Para qué?

Clara la miró con seriedad.

—Para recordar. Para que no desaparezcan.

A su lado, Marietta asintió y agregó en italiano:

—La bellezza esiste anche qui. (La belleza existe incluso aquí.)

Sofía soltó una risa amarga.

—¿Belleza? ¿Después de todo esto?

Marietta la miró con dulzura.

—Non la bellezza del mondo, ma la bellezza della lotta. (No la belleza del mundo, sino la belleza de la lucha.)

Las palabras quedaron flotando en el aire. Sofía bajó la mirada. Esa noche, mientras sostenía el pequeño trozo de carboncillo que había escondido, observó la madera del barracón. Un lienzo. Dibujó un rostro. Primero con líneas temblorosas, después con más seguridad. El rostro de Lucile.

Memoria en las Paredes

La exposición creció en secreto. Clara y Marietta escondieron dibujos en grietas de las paredes, debajo de las literas. Pequeños retratos de prisioneras que habían desaparecido, rostros que los nazis querían borrar de la historia. Cada una aportó algo. Una mujer dibujó con la sangre de un corte en el dedo. Otra modeló pequeñas figuras con migajas endurecidas de pan.




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