Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 19

Mayo de 1946

París apenas comenzaba a despertar con los primeros rayos del sol filtrándose entre las calles estrechas. En un taller de costura en el barrio de Montmartre, tres mujeres trabajaban en silencio, sus manos moviéndose con precisión sobre las telas.

—¿Cómo vas con ese dobladillo, Clara? —preguntó Marietta, levantando la vista de su propia labor.

Clara, con un alfiler entre los labios, frunció el ceño y terminó de pasar el hilo con un movimiento ágil.

—Parfait (Perfecto). Madame Renard estaría orgullosa.

Sofía, que bordaba el encaje de una blusa, sonrió con suavidad. Desde su graduación en la Escuela de Bellas Artes, las tres habían seguido trabajando en el taller de costura de Madame Renard para ahorrar dinero. Sabían que aquella no sería su vocación definitiva, pero por el momento, era una manera digna de sostenerse.

El repiqueteo de la campanilla en la puerta del taller interrumpió la tranquilidad de la mañana. Madame Renard se asomó desde la trastienda con el ceño fruncido.

—Mesdames, elles sont venues vous voir (Señoritas, han venido a verlas).

Las tres se miraron con desconcierto antes de salir al pequeño salón de recepción. Dos hombres con uniforme las esperaban: uno de la policía militar francesa y otro de la policía militar estadounidense.

—¿Mlle Sofia Reyes? (¿Señorita Sofía Reyes?) —preguntó el oficial francés, con voz firme.

Sofía asintió, sintiendo una súbita opresión en el pecho.

—Je suis le capitaine Moreau, de la police militaire française. Mon partenaire est le lieutenant Anderson, de la police militaire américaine (Soy el capitán Moreau, de la policía militar francesa. Mi compañero es el teniente Anderson, de la policía militar estadounidense).

El oficial norteamericano asintió con seriedad.

—Nous avons lu sa thèse sur « l'École des Beaux-Arts » de Mauthausen et vu les œuvres qu'il a laissées dans la bibliothèque et galerie de l'École des Beaux-Arts. Son témoignage est requis à Nuremberg (Hemos leído su tesis sobre la "Escuela de Bellas Artes" de Mauthausen y visto las obras que dejó en la biblioteca y galería de la Escuela de Bellas Artes. Su testimonio es requerido en Núremberg).

El aire pareció volverse más pesado en el taller. Marietta y Clara se quedaron inmóviles.

—¿En Núremberg? —murmuró Sofía, su voz apenas un susurro.

—Sí. Será usted una testigo clave en el juicio sobre los crímenes cometidos en el campo de concentración de Mauthausen —explicó el teniente Anderson hablando fluidamente en español.

Sofía sintió que su garganta se cerraba. Testificar significaba volver a enfrentarse a todo. Las sombras del pasado que intentaba encerrar en sus lienzos volverían a cobrar vida.

—No voy sin ellas —dijo de pronto, señalando a Clara y Marietta.

Los oficiales se miraron entre sí. Anderson suspiró.

—Podemos arreglarlo. Pero debemos partir en dos días.

Sofía asintió.

—Lo haremos.

El tren a Alemania era frío y silencioso. Clara, Marietta y Sofía viajaban en un vagón junto a otros testigos, bajo la escolta de soldados. Las tres se aferraban a sus abrigos mientras observaban el paisaje desdibujarse por la ventanilla.

—Non pensavo che sarei tornata in quel paese (No pensé que regresaría a ese país) —murmuró Marietta.

—Tampoco yo —susurró Clara.

Sofía apretó los labios y deslizó la mano dentro de su bolso, donde guardaba la pequeña muñeca de Lucile. Cerró los ojos, recordando su sonrisa en los días felices antes de la guerra.

Cuando el tren llegó a Núremberg, la ciudad se presentó ante ellas como un laberinto de ruinas y reconstrucción. Fueron escoltadas hasta un hotel donde los testigos eran alojados antes de presentarse ante el tribunal.

Esa noche, Sofía no pudo dormir.

El día del juicio llegó demasiado rápido.

El tribunal era imponente, con jueces de distintas naciones observando desde sus estrados. Sofía caminó con paso firme hacia el estrado de los testigos.

Los oficiales nazis sentados en el banquillo de los acusados la observaron con indiferencia o desdén. Entre ellos, reconoció a algunos antiguos oficiales de la SS que patrullaban el campo.

La voz del intérprete resonó en la sala:

—Name? (¿Nombre?)

—Sofía Beatriz Reyes Piedrahíta.

—Nationality? (¿Nacionalidad?)

—Colombiana.

Las preguntas continuaron en inglés, francés y ruso. Sofía respondió con precisión, cada palabra una herida abierta. Describió la "Escuela de Arte" de Eva, los castigos, las muertes. Habló de Lucile, de María, de todas las vidas arrebatadas.

Cuando terminó, el fiscal estadounidense la miró con solemnidad.

—Thank you for your courage, Miss Reyes (Gracias por su valentía, señorita Reyes).

Sofía solo asintió, sintiendo el peso de la historia sobre sus hombros.

Días después...

El regreso a París fue silencioso.

Las tres llegaron a su pequeño apartamento con la sensación de haber dejado una parte de sí en ese tribunal.

Esa noche, compraron una botella de vino. No hablaron de lo que había sucedido en Núremberg. Bebieron en silencio, dejando que el alcohol adormeciera las cicatrices del alma.

En algún momento de la madrugada, Clara tomó la mano de Sofía y la besó con dulzura. Marietta se acercó, abrazándolas a ambas.

El deseo, mezclado con la necesidad de sentirse vivas, las llevó a compartir un momento de intimidad, un consuelo efímero entre suspiros y caricias.

Cuando la noche comenzó a desvanecerse, Sofía se separó suavemente y tomó la muñeca de Lucile, besándola con lágrimas en los ojos.

—Je t'aime... (Te amo...) —susurró.

Lucile había sido su primer amor, y aunque el tiempo avanzaba, su recuerdo permanecería con ella.

Afuera, París seguía su curso. La guerra había quedado atrás, pero las marcas en sus corazones serían eternas.

Medellín - Junio de 1946




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