Capítulo 21
Burdeos, el último paso en Europa
El aire en Burdeos tenía un aroma particular aquella tarde de primavera. El puerto estaba lleno de actividad: marineros descargaban mercancías, familias se despedían con abrazos apretados y viajeros como Sofía caminaban con paso decidido hacia un destino que los alejaba de Europa. Para ella, este era el último paso antes de embarcarse rumbo a Colombia.
Bajó del tren con el baúl y una maleta de cuero desgastada, la misma que había comprado en París con el dinero que había ahorrado trabajando en el taller de costura. Su viaje desde la capital francesa había sido largo, pero dentro de su pecho latía la emoción contenida de quien está a punto de cerrar un ciclo.
Respiró hondo y contempló la ciudad, con sus edificios de piedra clara iluminados por el sol de la tarde. Había algo de melancolía en aquel paisaje. Desde que dejó Medellín en 1939, su vida se había convertido en un viaje lleno de despedidas. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, se dirigía de regreso a casa.
—Mademoiselle, avez-vous besoin d'aide avec vos bagages? (Señorita, ¿necesita ayuda con su equipaje?) —preguntó un joven estibador con el rostro manchado de hollín.
Sofía negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa agradecida. Caminó con paso firme hacia el puerto, donde el SS Bretagne, el barco que la llevaría de regreso a América, se alzaba imponente contra el cielo azul.
El embarque y la curiosidad de las pasajeras
Sofía entregó su pasaje y subió a bordo. Su camarote era sencillo, pero tenía una pequeña ventana por donde se filtraba la luz del atardecer. Dejó su baúl y su maleta en el suelo y se sentó en la litera con un suspiro.
No pasó mucho tiempo antes de que el barco comenzara a moverse. Desde la cubierta, vio cómo la costa francesa se desdibujaba en el horizonte. Europa quedaba atrás, junto con los recuerdos de guerra, supervivencia y lucha.
—¿Viajas sola? —preguntó una mujer a su lado.
Sofía se volvió y vio a dos pasajeras, una de ellas con un pañuelo de seda anudado al cuello y la otra con un vestido sencillo de algodón. Ambas la miraban con curiosidad.
—Sí, regreso a casa —respondió Sofía con cautela.
—¿Y dónde es tu hogar?
—Colombia.
Las mujeres intercambiaron una mirada y sonrieron.
—Nosotras vamos a Venezuela. Nos casamos con soldados franceses durante la guerra y ahora regresamos a nuestras familias. ¿Y tú?
Sofía dudó un instante. No quería contar demasiado, no todavía.
—Fui estudiante de arte en París y ahora vuelvo con mi familia.
La conversación continuó un rato más, pero Sofía se mantuvo reservada. Sabía que, una vez en casa, las preguntas serían inevitables.
Barranquilla: Regreso a los primeros pasos en suelo colombiano
El SS Bretagne llegó al puerto de Barranquilla en una mañana nublada. La humedad del Caribe la envolvió en cuanto bajó la pasarela. Habían pasado más de seis años desde que dejó Colombia, pero todo le parecía extrañamente familiar: el bullicio de los estibadores, el aroma a sal en el aire, los gritos de los vendedores ambulantes ofreciendo café y frutas.
Sofía avanzó con su equipaje entre la multitud. Su pasaporte fue sellado sin preguntas. Para los oficiales de inmigración, era solo otra colombiana volviendo a casa.
Tomó un taxi hacia la terminal fluvial, desde donde viajaría hasta Puerto Berrío. En el camino, observó la ciudad. Barranquilla había cambiado: más edificios, más autos, pero la misma sensación de calor y vida vibrante.
Mientras esperaba el vapor, compró un ejemplar antiguo de El Tiempo en un quiosco. Su testimonio en los juicios de Núremberg ocupaba un lugar en la sección internacional.
"Sofía Beatriz Reyes Piedrahíta, sobreviviente colombiana del campo de concentración de Mauthausen, testificó ante el tribunal sobre los horrores sufridos en el cautiverio. Su relato conmovió a los presentes, describiendo las condiciones inhumanas y las ejecuciones llevadas a cabo por el régimen nazi..."
Cerró el periódico con un nudo en la garganta. No quería ser recordada por esto.
Se embarcó en un vapor que remontaba el río Magdalena rumbo a Puerto Berrío. Allí, días más tarde, subió a un tren y, a medida que los vagones serpenteaban las montañas, su corazón palpitaba con fuerza, anticipando su llegada a Medellín.
La llegada a Medellín
Cuando el tren llegó a la estación de Medellín, el sol ya estaba cayendo. Sofía descendió con el bolso sobre el hombro y el baúl con la maleta en la mano. Su cuerpo estaba exhausto, pero su mente estaba alerta.
Caminó por las calles que la vieron crecer. Todo le parecía más pequeño: las casas, las tiendas, incluso la plaza central donde solía pasear con Manuel y su hermano cuando eran adolescentes.
Frente a su antigua casa, se detuvo. La fachada blanca estaba igual que siempre, con sus ventanas de madera y las buganvillas trepando por la pared. Su corazón latía con fuerza mientras levantaba la mano y tocaba la puerta.
Pasaron unos segundos de silencio antes de que la madera crujiera y se abriera. Su madre apareció en el umbral.
—¿Sofía?
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas antes de lanzar un grito ahogado.
—¡Sofía!
En un instante, su madre la envolvió en un abrazo desesperado, como si temiera que se desvaneciera entre sus brazos.
—Hija... mi niña... pensé que nunca volverías...
Sofía cerró los ojos y sintió el calor del hogar.
Su padre apareció detrás, con el rostro endurecido por los años. Al verla, sus ojos se suavizaron.
—Bienvenida a casa, Sofía.
Su hermano Hernán llegó corriendo desde el fondo de la casa y la abrazó con fuerza.
—No puedo creerlo... ¡estás aquí!
La emoción la sobrepasó y se dejó caer en el abrazo familiar.