Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 24

Un día en el estudio de la profesora Uribe

El sol de la mañana se filtraba por las ventanas del pequeño estudio de Ángela Uribe, su antigua profesora, creando reflejos dorados sobre las mesas de madera cubiertas de lienzos, pinceles y tarros de pintura.

Sofía observó con cierto asombro la atmósfera del lugar: el olor a óleo y trementina le resultaba reconfortante, familiar, como si después de tanto tiempo estuviera volviendo a un espacio al que siempre había pertenecido.

—Bienvenida, Sofía —dijo la profesora Uribe con una sonrisa cálida, interrumpiendo sus pensamientos—. Me alegra verte aquí.

—Gracias por darme esta oportunidad —respondió Sofía con humildad, ajustándose el cabello detrás de la oreja.

La profesora la guio a una mesa donde varias alumnas trabajaban en bocetos. Sofía reconoció en ellas la misma pasión que una vez ardió en su interior antes de que la guerra y el sufrimiento la alejaran de los pinceles.

—Hoy quiero que observes y ayudes cuando puedas. Muchas de estas jóvenes están aprendiendo las bases, pero tú ya tienes experiencia.

Sofía asintió y comenzó a recorrer el estudio, deteniéndose de vez en cuando para observar el trabajo de las estudiantes. No se sintió como una maestra, pero tampoco como una simple observadora. Era un punto intermedio, alguien que había pasado por el mismo camino y podía guiarlas con pequeñas correcciones y palabras de aliento.

—Tus trazos son buenos, pero intenta relajar la muñeca —le sugirió a una joven de cabello oscuro, inclinada sobre su cuaderno de bocetos.

La alumna la miró con sorpresa y luego asintió, aplicando la corrección. Cuando la profesora Uribe pasó junto a ellas y vio el cambio, le dirigió a Sofía una mirada aprobatoria.

Esa primera mañana en el estudio despertó en Sofía un sentimiento que creía olvidado: la satisfacción de compartir el arte, de formar parte de un entorno creativo. Aunque su camino como pintora aún era incierto, este trabajo voluntario le devolvía algo que la guerra le había arrebatado: esperanza.

Un descubrimiento en el periódico

Después de varias jornadas en el estudio, Sofía regresó a casa sintiéndose más ligera. Esa tarde, mientras su madre cosía junto a la ventana y su padre leía el diario, ella tomó el periódico de días pasados sin mucho interés. Pasó las páginas con desgano hasta que un titular llamó su atención:

"Bogotá abre sus puertas al arte: Galería busca nuevos talentos."

El artículo hablaba de una prestigiosa galería que organizaba una exposición para artistas emergentes. Buscaban propuestas frescas, diferentes, con historias que contar.

El corazón de Sofía se aceleró. ¿Y si ese era su momento? Desde que regresó de Europa, había dudado de su talento, pero trabajar en el estudio de la profesora Uribe le había recordado quién era. Si lograba entrar a esa exposición, tal vez podría recuperar su identidad como pintora.

—¿Todo bien, hija? —preguntó Don Alberto al notar su expresión absorta.

Sofía dobló el periódico con cuidado y lo sostuvo contra su pecho.

—Sí, papá. Todo bien.

Pero en su mente, la idea ya estaba tomando forma.

Una amarga fiesta de cumpleaños

Los días pasaron rápidamente y, antes de darse cuenta, llegó octubre. Su madre había insistido en organizar una pequeña fiesta de cumpleaños. No quería celebraciones, pero sabía que era una forma de complacer a su familia y de reencontrarse con algunas compañeras del colegio femenino que no había visto en años.

Aquella noche, el comedor estaba decorado con guirnaldas sencillas y una mesa llena de empanadas, natilla y una torta que su madre había preparado con esmero. Risas, brindis y recuerdos flotaban en el aire.

—¡Feliz cumpleaños, Sofía! —dijo una de sus antiguas compañeras, alzando su copa—. No puedo creer que estés aquí. Después de todo lo que pasó en Europa...

—Ni yo —respondió Sofía con una sonrisa nostálgica.

Su hermano Hernán, con una cerveza en la mano, le dio una palmada en la espalda.

—Vamos, hermanita, di unas palabras.

Sofía respiró hondo. Miró a su familia, a sus amigos, a la casa en la que creció. Pero también pensó en Bogotá, en la galería, en la oportunidad que se avecinaba. Sabía que era el momento de hablar.

—Tengo algo que decirles —comenzó, sintiendo la tensión en su pecho—. Voy a irme a Bogotá.

Un silencio denso se apoderó de la sala. Su madre frunció el ceño, su padre la miró con calma y Hernán arqueó una ceja con curiosidad.

—¿Por qué? —preguntó su madre, con evidente preocupación.

—Hay una exposición para nuevos artistas. Quiero intentarlo. Quiero demostrar que puedo ser más que mi pasado.

—¿Y cómo piensas mantenerte? —insistió Doña Beatriz.

—Voy a buscar trabajo. No voy a pedirles nada.

Hubo un murmullo entre sus compañeras. Algunas la miraban con admiración, otras con incredulidad.

Entonces, Hernán rompió el silencio.

—Si es lo que quieres, entonces hazlo.

Su madre lo miró, sorprendida.

—¡Hernán!

—Mamá, si Sofía no lo intenta, siempre se preguntará qué habría pasado.

Sofía sonrió, agradecida. Y en ese momento, sintió que su decisión estaba tomada.

Pero el aire en la sala se volvió denso tras la declaración de Hernán. Sus palabras parecieron darle un peso definitivo a la decisión de Sofía, pero sus padres no estaban listos para aceptarlo.

—¡Esto es una locura! —exclamó Doña Beatriz, cruzando los brazos con gesto de firmeza—. ¿Para qué te fuiste a Europa si al final terminas en lo mismo? ¡La pintura no da para vivir, Sofía!

Don Alberto, hasta ese momento callado, tomó la palabra con voz grave.

—Hija, entiendo que quieras rehacer tu vida... pero Bogotá no es el lugar para ti. Es una ciudad dura. ¿Cómo piensas sobrevivir allá?

Sofía sintió un nudo en la garganta. Sabía que esta conversación no sería fácil, pero no esperaba que sus padres reaccionaran con tanta oposición.




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