Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 27

Entre la incertidumbre y el destino

El amanecer en Bogotá traía consigo un frío seco que se filtraba por cada rendija de la ciudad. Desde la ventana de su habitación en la pensión El Refugio, Sofía observó cómo la luz grisácea se deslizaba entre los tejados y las calles empedradas. El bullicio de la capital despertaba lentamente: los vendedores ambulantes preparaban sus carretas, los tranvías empezaban a moverse y las bocinas de los automóviles resonaban en la distancia.

Se cubrió con su abrigo y bajó las escaleras de madera que crujieron bajo su peso. En la sala común, Doña Matilde, la dueña de la pensión, servía café en tazas desportilladas mientras conversaba con uno de los inquilinos.

—Madrugadora, Sofía —comentó la mujer, alzando la mirada.

—Hoy quiero probar suerte en algunas galerías —respondió ella, tomando la taza de café caliente que la dueña le ofrecía.

Doña Matilde asintió con expresión comprensiva.

—Bogotá no es fácil para los artistas, pero si alguien tiene talento, tarde o temprano encontrará su sitio.

Sofía bebió un sorbo y sintió el calor extendiéndose por su cuerpo. Deseaba que las palabras de la mujer fueran ciertas. Terminó su café, tomó su portafolio y salió a la calle, lista para enfrentar la ciudad.

Una búsqueda difícil

El centro de Bogotá estaba repleto de transeúntes que iban de un lado a otro con prisa. Sofía caminó por la Avenida Jiménez, observando los escaparates y los anuncios de exposiciones en las vitrinas de las galerías.

Entró a la primera con el corazón latiéndole rápido. Un hombre de cabello canoso la recibió con una sonrisa breve, pero al ojear sus bocetos negó con la cabeza.

—Su trabajo es interesante, señorita, pero no estamos contratando en este momento.

La segunda galería fue aún más desalentadora. Una mujer con lentes finos y voz monocorde miró sus dibujos y los devolvió sin expresión.

—No buscamos nuevos artistas. Quizás en otra ocasión.

La tercera, en cambio, la recibió con un comentario inesperado. El dueño, un hombre robusto con bigote espeso, le lanzó una mirada curiosa antes de siquiera ver sus bocetos.

—¿Usted no es la que salió en los periódicos? Algo de... testigo en los juicios sobre un campo de concentración, ¿no?

Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Sí —respondió con cautela.

El hombre asintió, pero no pareció particularmente impresionado.

—No leí la historia, pero la vi en los titulares. Bueno, muchacha, aquí no necesitamos artistas en este momento. Suerte en otra parte.

Sofía salió con una mezcla de desilusión e incomodidad. No quería que la reconocieran solo por su pasado. Lo que deseaba era que alguien viera su talento sin prejuicios ni morbo.

Tras varias negativas más, decidió que era suficiente por el día. Caminó sin rumbo fijo, con la mente embotada por la frustración.

Cuando volvió a El Refugio, las sombras de la tarde ya se alargaban sobre la ciudad. Subió las escaleras con el paso lento, con el peso de la decepción sobre los hombros.

Doña Matilde la recibió en la sala común, donde el aroma a café y pan recién horneado llenaba el aire.

—¿Cómo te fue, muchacha? —preguntó la dueña, mirándola con interés.

Sofía dejó su portafolio sobre la mesa con un suspiro.

—No conseguí nada. Ni siquiera miraron bien mis bocetos.

Doña Matilde chasqueó la lengua y se sentó frente a ella.

—Las cosas no son fáciles en esta ciudad, pero no significa que no valgas como artista. A veces, el talento tarda en ser reconocido.

Sofía bajó la mirada y jugueteó con los bordes de su abrigo.

—No quiero que me reconozcan por lo que pasó en Europa... Quiero que vean lo que puedo hacer con mis manos, con mis colores.

La dueña de la pensión la observó con una mezcla de ternura y curiosidad.

—Pues ya te reconocen, quieras o no —dijo con calma—. Hoy mismo, uno de los inquilinos me mostró el periódico y ahí estabas tú. "La joven que estuvo prisionera en Europa y testifica en unos juicios", decían.

Sofía sintió que el aire en la habitación se volvía más denso.

—¿Y qué dijeron?

—Algunos sintieron lástima. Otros comentaron que es una historia fuerte. Pero dime, ¿quieres que solo te vean como la joven del periódico o como la pintora que eres?

Sofía levantó la mirada y encontró los ojos sabios de Doña Matilde sobre ella.

—Quiero que me vean como pintora.

—Entonces no dejes que los periódicos te definan. Sigue insistiendo. Lo importante no es que te vean ahora, sino que, cuando lo hagan, no puedan olvidarte.

Sofía asintió lentamente. Afuera, la noche bogotana extendía su manto oscuro sobre la ciudad. Se recostó en su cama con el sonido lejano del tranvía y las voces de la calle filtrándose por la ventana.

Mañana sería otro día.

Y ella seguiría buscando su lugar.

Una noche peligrosa

La noche había caído en Bogotá, y las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas artificiales. Sofía, después de un día agotador, decidió salir a caminar para despejar su mente. A pesar de las advertencias de Doña Matilde sobre el peligro de andar sola, la soledad y la frustración la empujaron a las calles.

Mientras caminaba por las aceras iluminadas tenuemente, las sombras parecían alargarse. Su mente viajaba entre los recuerdos del pasado y la incertidumbre de su futuro. La imagen del campo de concentración se desvanecía en su memoria, pero a veces un destello de dolor emergía, recordándole las experiencias desgarradoras que había vivido.

En un cruce de calles, decidió tomar un atajo. La calle se volvió más oscura y menos transitada, y una sensación de inquietud comenzó a crecer en su interior. La tensión era palpable en el aire. De repente, sintió que tres hombres la observaban desde la esquina. No les dio importancia al principio, pero pronto notó que se acercaban más, sonriendo de una manera que la hizo sentir vulnerable.




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