Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 33

Entre el arte y el deseo

El aire en la habitación de Sofía olía a óleo y trementina. La luz grisácea de la tarde bogotana se filtraba por la ventana, proyectando sombras largas sobre el suelo de madera desgastada. Sentada en su pequeño taburete, con el pincel suspendido entre la paleta y el lienzo, Sofía contemplaba su obra con una mezcla de orgullo y ansiedad.

Frente a ella, el retrato de Marie Claire se alzaba en todo su esplendor: la piel pálida de la canadiense contrastaba con los tonos cálidos del fondo. La postura sugería una sensualidad natural, una confianza que, en ese instante capturado, parecía absoluta. Los ojos de Claire, de un azul translúcido, la miraban con la misma intensidad con la que la había observado desde la cama aquella noche en que hicieron el amor, un regalo de cumpleaños inesperado.

Sofía suspiró y dejó el pincel sobre la mesa. Se levantó y caminó descalza por la habitación, sintiendo el suelo frío bajo sus pies. Era un espacio pequeño, apenas suficiente para su cama, el caballete y un viejo baúl donde guardaba sus pertenencias. Sobre una mesita, una vela a medio derretir iluminaba cartas y bocetos desperdigados.

Miró su reflejo en el espejo: cabello recogido sin cuidado, manchas de pintura en las manos. Estaba exhausta, no por el trabajo en sí, sino por lo que representaba. ¿Volvería Marie Claire? ¿Encontraría el retrato su destino?

Se cruzó de brazos. La idea de haber plasmado una pasión efímera en el lienzo era dolorosa. Se suponía que el arte era inmortal, pero lo que había entre ella y Marie Claire podía desvanecerse con los días, como tantas otras cosas en su vida.

Se acercó al cuadro y acarició el borde del lienzo, con una ternura casi reverencial. "Si no vuelve, este retrato será mío. No de ella."

El sonido de pasos y voces apagadas del café-bar bajo su habitación la devolvió a la realidad. Su turno en la barra comenzaba pronto, y el bullicio indicaba que la clientela de la tarde ya estaba llegando.

Antes de salir, le dio un último vistazo al retrato y lo cubrió con una tela. No estaba lista para dejarlo ir. No aún.

Bogotá en Sombras: Advertencias y Realidades

El bullicio de El Rincón del Rosario aumentaba con el paso de las horas. Sofía bajó las escaleras, aún absorta en sus pensamientos, atrapada entre el retrato de Marie Claire y la incertidumbre de su ausencia. La brisa fría de finales de 1947 se filtraba por las rendijas de la puerta del café-bar, donde los clientes murmuraban sobre la situación política.

La ciudad había cambiado en los últimos meses. El ambiente era tenso, lleno de rumores sobre enfrentamientos entre liberales y conservadores. Las calles estaban llenas de periódicos con titulares alarmantes: asesinatos políticos, protestas, violencia en los campos que se filtraba a la capital. Sofía, que había visto la brutalidad en Europa, reconocía el mismo miedo en los ojos de la gente, el miedo que precede a la tragedia.

Victoria estaba sentada en un rincón de la barra, encendiendo un cigarrillo con manos inquietas. Cuando vio a Sofía acercarse, le hizo un gesto para que se sentara a su lado.

—No te veía desde ayer —comentó Victoria, exhalando el humo lentamente—. ¿Terminaste el cuadro?

Sofía asintió, sin entusiasmo.

—Sí, pero Marie Claire no ha vuelto a buscarlo.

Victoria soltó una risa amarga y apagó el cigarrillo en el cenicero.

—Te lo dije, Sofía. Esa mujer no es como nosotras. No puede quedarse aquí.

Sofía frunció el ceño.

—No hablas solo de Marie Claire, ¿verdad?

Victoria la miró fijamente, como midiendo cuánto estaba dispuesta a escuchar. Luego, se inclinó y bajó la voz.

—Las cosas se están poniendo feas en Bogotá. Cada vez hay más policía en las calles, más controles, más problemas. Los que tienen dinero buscan cómo salir del país antes de que todo estalle. Y Marie Claire... —Hizo una pausa, mirando alrededor antes de continuar—. Marie Claire pertenece a ese mundo. No se arriesgará por ti, ni por un cuadro, ni por nada de esto.

Las palabras golpearon a Sofía con una crudeza inesperada.

—Ella no es así —murmuró, intentando convencerse a sí misma.

Victoria chasqueó la lengua y le tomó la mano con firmeza.

—Mira, Sofía. Yo también tuve sueños. Quise ser modista, tener mi propio taller, coser vestidos para mujeres ricas. ¿Y dónde terminé? Aquí, sirviendo tragos y compartiendo la cama con desconocidos porque no hay otra opción. Nosotras no tenemos el lujo de pensar que alguien nos va a salvar.

Sofía apartó la mirada. Había algo cruelmente cierto en las palabras de Victoria. En su corazón, quería creer que Marie Claire volvería, que su retrato no quedaría cubierto de polvo, que su vida aún podía cambiar. Pero en su mente, sabía que la realidad rara vez era tan generosa.

Afuera, un grupo de hombres discutía en voz alta sobre liberales y conservadores. Uno de ellos golpeó la mesa con fuerza.

—¡Ese hijo de puta de Gaitán tiene a la gente enardecida! ¡Esto no va a terminar bien!

Sofía sintió un escalofrío.

Victoria apagó otro cigarrillo y se levantó.

—Haz lo que quieras con Marie Claire, pero prepárate. Se acerca algo grande. Y cuando pase, nosotras seremos las primeras en perderlo todo.

Sofía no respondió. Solo miró hacia la calle, donde las sombras de Bogotá se alargaban con el ocaso.

La Marcha del Silencio y del Pasado

El viento de principios de 1948 arrastraba el polvo de las calles, cargado de voces contenidas. Bogotá era una ciudad atenazada por el miedo, como si presintiera una ruptura inminente.

Sofía caminaba despacio por la Séptima, con la muñeca de Lucile apretada contra su pecho. Había comido en un pequeño restaurante de esquina, pero apenas recordaba el sabor de la sopa o del pan. La conversación con Victoria resonaba en su cabeza, mezclándose con recuerdos persistentes.




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