Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 35

La triste despedida en la pensión El Refugio

Bogotá, 14 de abril de 1948

El amanecer en Bogotá trajo consigo un aire frío y una llovizna persistente que cubría los tejados de la ciudad. En la pensión El Refugio, la familia Reyes terminaba de alistar su equipaje en silencio. El ambiente era pesado, cargado de palabras no dichas y sentimientos encontrados.

Sofía observaba desde el umbral de la puerta cómo su madre cerraba una maleta con manos temblorosas, mientras su padre revisaba los pasajes de avión con gesto severo. Hernán, de pie junto a la ventana, miraba la calle sin decir nada.

Teresa y Victoria la acompañaban, sus presencias discretas pero solidarias. Sabían que Sofía estaba rota por dentro, aunque intentara aparentar indiferencia. La partida de su familia significaba más que una despedida: era la confirmación de que su vida en Bogotá estaba marcada por la soledad.

Beatriz fue la primera en acercarse.

—Sofía... —susurró con voz temblorosa.

Sofía bajó la mirada, incapaz de sostener la de su madre. El silencio entre ambas se volvió insoportable hasta que Beatriz la abrazó con fuerza. Fue un abrazo desesperado, como si quisiera grabar en su memoria la sensación de su hija entre sus brazos antes de partir.

—Perdóname... —murmuró Sofía contra su hombro, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.

—Solo quiero que seas feliz —respondió Beatriz, conteniendo su propio llanto.

Don Alberto, menos efusivo, se limitó a ponerle una mano en el hombro con firmeza. Su expresión era la de un hombre que había visto demasiado sufrimiento y sabía que las palabras no aliviarían el dolor.

Hernán fue el último en acercarse. Su mirada era intensa, cargada de emociones que no podía expresar con facilidad.

—Siempre tendrás un lugar en casa —dijo simplemente antes de abrazarla.

Sofía cerró los ojos y sintió cómo su hermano le transmitía un calor familiar que no había sentido en años. Cuando se separaron, él le sonrió con tristeza.

—Cuídate, hermanita.

—Tú también.

Antes de que se alejara, Sofía sacó un pequeño paquete envuelto en una tela oscura y se lo entregó.

—Esto es para ti. Si alguna vez te casas con Emma Carolina, quiero que lo tengas —dijo con una leve sonrisa.

Hernán la miró sorprendido.

—¿Cómo lo supiste?

—Teresa me lo mencionó. No creas que no me alegra. Solo quiero que recuerdes a la abuela —Sofía tomó aire y continuó—. Es su broche de plata, y también hay un cuadro que pinté para ti. Algo para que no me olvides.

Hernán tomó el paquete con cuidado, visiblemente conmovido.

—Gracias, Sofía. Significa mucho para mí.

El taxi que los llevaría al aeropuerto los esperaba afuera. Sofía vio cómo subían y, poco después, el vehículo desaparecía en la neblina matinal. Se quedó en la acera, abrazándose a sí misma, con Teresa y Victoria a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó Teresa en voz baja.

Sofía respiró hondo y asintió, aunque sabía que era mentira.

Una entrega póstuma

El día avanzó con una sensación de pesadez en el pecho de Sofía. Había intentado refugiarse en su trabajo en El Rincón del Rosario, pero nada lograba apartar de su mente la despedida de su familia.

Al caer la tarde, un hombre de aspecto distinguido llegó al café-bar acompañado de un policía y un funcionario de la Mancomunidad Británica. Su intérprete fue quien habló primero.

—Buenas tardes. ¿Es usted la señorita Sofía Reyes?

Sofía asintió, con el corazón acelerado.

—Este caballero es Georges Pétain, hermano de Marie Claire Pétain. Ha viajado desde Canadá para encargarse de sus asuntos tras su fallecimiento.

Sofía sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Georges la miraba con expresión seria, evaluándola.

—Me dijeron que usted fue la última persona en verla con vida —dijo el intérprete, traduciendo las palabras del francés.

Sofía tragó saliva.

—No sé exactamente qué ocurrió. Marie Claire... se fue después de discutir conmigo. No volví a verla.

Georges asintió lentamente, pero su siguiente pregunta la tomó por sorpresa.

—J'ai entendu dire que vous aviez un portrait nu de Marie Claire, que vous avez peint vous-même sans mentionner que vous le factureriez. J'aimerais l'emmener au Canada (Supe que tenía un retrato de Marie Claire desnuda, que usted misma pintó sin mencionar que cobraría por ello. Me gustaría llevármelo a Canadá).

Sofía sintió que la habitación daba vueltas.

El retrato.

Aquel cuadro había sido su último vínculo con Marie Claire. No estaba lista para desprenderse de él.

—J'ai besoin d'un moment (Necesito un momento) —dijo con voz entrecortada.

Se giró hacia Victoria y le tomó la mano.

—Por favor, ve a mi habitación y tráelo —le pidió en un susurro.

Victoria la miró con preocupación, pero asintió y subió a la habitación de Sofía con tranquilidad.

Mientras esperaba, Sofía sintió que algo dentro de ella se rompía nuevamente. Marie Claire se había ido, su familia se había ido... y ahora hasta su arte le estaba siendo arrebatado.

Cuando Victoria regresó con el cuadro envuelto en tela, Sofía lo tomó por un instante, pasando los dedos sobre la pintura. Era su despedida definitiva.

Con un nudo en la garganta, extendió el retrato hacia Georges.

—Emportez-le avec vous (Llévelo con usted) —dijo finalmente.

Georges la miró con una mezcla de gratitud y algo más... ¿compasión?

—Merci, Mademoiselle Reyes (Gracias, señorita Reyes) —dijo antes de marcharse.

Sofía sintió que se quedaba más sola que nunca.

Victoria puso una mano en su hombro.

—Tienes que seguir adelante, Sofía.

Ella cerró los ojos, sintiendo el peso de sus pérdidas.

Pero no estaba segura de cómo hacerlo.

Un Regreso en Silencio

El avión aterrizó en el aeropuerto de Medellín con un golpe seco. El cielo gris y las montañas imponentes recibieron a la familia Reyes con una frialdad que reflejaba su estado de ánimo. Ninguno de los tres habló mientras descendían por la pista y recogían su equipaje.




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