Una colombiana en Mauthausen

Capítulo 40

La carta para un encuentro

Bogotá, enero de 1967

La luz tibia de la tarde entraba a raudales por la ventana de la habitación del segundo piso en El Rincón del Rosario. Los días eran más frescos ahora, y las sombras del otoño comenzaban a marcar su presencia en los rincones del café-bar. Sofía, con una bata de lino manchada de pintura, equilibraba con torpeza una paleta en una mano y un biberón en la otra. Sobre el caballete, un retrato inacabado de su hija la observaba con los ojos grandes de la inocencia. Al fondo, sobre una mecedora improvisada, Lucile María dormía envuelta en una cobija de tonos violetas.

—Mira, muñequita —le decía al entregarle una pequeña muñeca—. Esta era de tu otra mamá, Lucile. Una muñeca que viajó desde Francia y sobrevivió más que muchas promesas. Es tuya ahora.

Era la misma muñeca que Sofía había traído consigo desde Europa, aquella que Lucile tenía antes de que todo cambiara. Ahora era la muñeca de su hija. La muñeca de su otra mamá, como solía decirle entre susurros mientras la acunaba.

El equilibrio de Sofía era frágil. Entre las jornadas como acompañante, las tareas del café-bar y la crianza de su hija, cada día se sentía como una cuerda floja sobre un abismo. Aníbal y Elena habían permitido que se instalara en el cuarto de arriba, junto al taller improvisado, a cambio de ayudar en las mañanas con el servicio y algunas noches con los clientes más habituales. Carmen, Teresa y Victoria se turnaban para cuidar a la niña cuando Sofía debía trabajar. Sandra, que había dejado la vida de acompañante para convertirse en costurera, con ayuda de Victoria cosió la cuna y tejió a mano cada cobija. Esa red de mujeres, más que amigas, era lo que le sostenía cuando el cuerpo no daba más.

Esa tarde, mientras repasaba los últimos detalles de una comisión —el retrato de una joven pareja que había posado una semana antes—, escuchó pasos en la escalera. Se limpió las manos con un trapo y se acercó a ver. Era Elena, con el ceño ligeramente fruncido y una expresión difícil de leer.

—Sofía, esto llegó para ti —dijo, extendiéndole un sobre amarillo—. Tiene matasellos de la República Argentina.

Sofía parpadeó, con una mezcla de confusión y asombro. Tomó el sobre con cuidado, como si fuera frágil, como si en su interior hubiera algo que pudiera romperse con solo tocarlo. Se sentó en el borde de la cama, miró a su hija —que seguía durmiendo— y, con manos temblorosas, rasgó el papel.

La carta estaba impresa con tinta negra, en letra legible, apresurada:

"Estimada señora Sofía Reyes,

Nos complace invitarla a participar en el Primer Encuentro de Artistas Populares en el Museo Nacional de Bellas Artes, que se celebrará en Buenos Aires entre los días 12 y 20 de Junio de 1967. Su experiencia y vida ha sido recomendada por el jurado de selección gracias a la presentación enviada por el señor Martín Lombardo.

Esperamos contar con su presencia.

Cordialmente, Comisión Organizadora"

Martín. El nombre fue un disparo silencioso. Lo último que había sabido de él era aquella noche en que partió dejándole una tarjeta de presentación, una promesa escrita sin palabras. No volvió a escribir. No volvió a buscarla. Pero su carta vivía en el cajón de su escritorio, doblada en cuatro, junto a una pequeña fotografía donde se le veía fumando a la orilla de una ventana en el centro. Y ahora esto.

Las lágrimas se desbordaron, quemándole los ojos, sin que pudiera detenerlas. La carta temblaba en sus manos. Se llevó la palma al pecho. Era una invitación. Era reconocimiento. Era una posibilidad. Y era, sobre todo, el recuerdo vivo de que su historia no había terminado.

Se limpió el rostro con la manga y dobló con cuidado la carta. La dejó sobre la mesita de noche y volvió a mirar a Lucile María. La pequeña respiraba tranquila. La muñeca de trapo descansaba en su regazo. Sofía se acercó, la acarició y susurró:

—Tu otra mamá estaría orgullosa. Tal vez… tal vez ahora sí tenga sentido todo.

Un reencuentro familiar

A la semana siguiente, el café-bar bullía con el ajetreo del mediodía. Sofía se movía entre las mesas con la destreza que solo los años de práctica podían dar. Llevaba una bandeja con un par de tazas humeantes, pero su mente estaba lejos de allí. Desde hacía días, una duda la carcomía: la invitación desde Buenos Aires seguía sobre la mesita de noche en su taller, intacta, como si al no tocarla pudiera hacerla desaparecer.

En la pequeña cuna detrás del mostrador, su hija dormía ajena a las inquietudes de su madre. Lucile María. Sofía la miró con ternura y suspiró.

—Sigues con esa cara de preocupación —dijo Carmen, dejando un plato sobre la barra—. ¿Todavía piensas en la carta?

—No sé si debería ir. Es un viaje largo, y no tengo dinero para eso —respondió Sofía, pasando un paño por la bandeja.

—¡Pues claro que deberías ir! —intervino Teresa, cruzándose de brazos—. No todos los días te invitan al Museo de Bellas Artes.

—El dinero es un problema —insistió Sofía.

—Para eso estamos nosotras —dijo Carmen con una sonrisa pícara—. “El Rincón del Rosario” siempre ha ayudado a sus amigas cuando lo han necesitado.

—No voy a aceptar limosnas —negó Sofía con la cabeza.

—¿Limosnas? —Teresa resopló—. No seas terca. Podemos organizar una recolecta, vender algunos de tus cuadros por encargo. La gente pagaría bien por un retrato pintado por una artista invitada a Buenos Aires.

Sofía se mordió el labio. La idea era tentadora, pero aún dudaba. Antes de que pudiera responder, la puerta del café-bar se abrió con el sonido de la campanilla. Se giró instintivamente hacia la entrada y sintió que el mundo se detenía.

Era Hernán.

Su hermano se quedó inmóvil al verla, con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer que ella realmente estaba allí. A su lado, Emma Carolina, con el mismo porte distinguido, de cabello recogido con esmero. Tras ellos, sus dos hijos —una joven de unos trece años y un niño de diez— se escondían tímidamente entre las espaldas de su madre. Y, detrás de todos, Ramón y su esposa Elizabeth en compañía de su chófer, observaban la escena con atención.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.