Estar allí parado, verla caminar por el pasillo acompañada de Don Pablo con un vestido blanco como su alma, puro como su corazón, le henchía el corazón de orgullo. Era la Mujer más maravillosa que conocía y lo aceptó sin miedo, sin pretensiones, sin grandes proyectos de fiesta de boda. Un sí ante su padre fue suficiente para que 8 días después y gracias a las habilidades de Germinia, se celebrara en la Casona de Los Laureles la ceremonia de matrimonio entre Mario Gómez y Adela Iguarán.
Los invitados eran los trabajadores del rancho y los dos miembros de la familia de la muchacha. El ama de llaves entregó a novio, vestido con un traje negro sencillo, con su cabello peinado hacia atrás, sonrisa estampada en la boca de manera pemanente y el crazón a todo galope.
La novia llevaba un vestido tradicional, amplio, sin mangas y velo, comprado por talla en Cartagena y llevado hasta la casona tan solo un día antes. El ramo era de flores silvestres llamadas ramo de novia, armado por la misma Adela, quien se tomó el trabajo de salir al campo a recogerlas ella.
Su hermana se encontraba enfurruñada en una de las sillas delanteras, al lado de Julian como guardia personal, a quien la boda de su amigo le conmovió. En el fondo sentía que debía haber sido su boda con la calculadora de su esposa tikuna que ya ni lo miraba, a quien extrañaba cada vez más a pesar de vivir bajo el mismo techo. Esa mujer levantó barreras invisibles e infranqueables.
La gente del pueblo se enteró de la boda y todos empezaron a chismear y a hacer suposiciones. Sin embargo, los empleados defendían a capa y espada a la pareja, ya que constituían el equipo perfecto, si había alguien idóneo eran esos dos. El ministro recitó la ceremonia, hasta llegar al intercambio de las alianzas, cuando ambos se prometieron fidelidad, amor, cuidado y respeto mutuo.
- Puede besar a la novia.
Fue tierno, lento, al compás de la melodía del viento que atravesaba los jardines.
La fiesta fue de manera tradicional: guarapo, carnero, yuca, suero y música. Saludaron a todos, estuvieron conversando en cada mesa por ratos, recibiendo los buenos deseos y las bendiciones de sus compañeros de trabajo. Finalmente en la mesa de los familiares, Julian y el padre de Adela no se miraban, Julian y Geminia no se miraban y, Julian y Juliana no se miraban.
Los recién casados sonreían ante las irónicas situaciones sin intentar mediar en ninguna, les hacía gracia ver al dueño de la finca tan fuera de lugar. Antes de retirarse Adela quiso hablar a solas con su familia, quienes vinieron a la boda a regañadientes porque don pablo deseaba casarla en su propio pueblo, y Juliana, sencillamente se había enterado de la firma de su hermana.
En el antiguo cuarto de la muchacha, Adela explicó las razones de sus decisiones, entre esas la más importante era que al día siguiente se realizaría la feria de Los Laureles en la cual debía estar codo a codo con su actual y real esposo. El berrinche de Juliana no se hizo esperar.
- Se que fuiste tú la que firmó la orden, eres una desgraciada egoista, no te voy a perdonar que me internes, tenía un futuro en la universidad, me estás quitando mis sueños.
El padre intentó mediar pero no se le dejó.
- No te permito que me insultes, hoy en día todo lo que tienes es porque yo te lo dí. Papi no fue capaz de ponerte los límites necesarios, pues yo si, mañana te largas para el centro de rehabilitación, acepta tus errores y levántate, ya no más contemplaciones. Las cosas se ganan.
La recién casada salió, dando entrada a los agentes.
- Papá no está solo, recuerde que le estaré visitando.
Terminada la fiesta, se dirigieron a la cabaña, la cabaña del capataz, era ahora la cabaña de ambos. Él le atrajo con delicadeza, sin quitar la vista de los ojos dorados que tanto le cautivaron. Le soltó el cabello acariciando las puntas al terminar, pasando su mano por el rostro de su amada para detallarla con el suave tacto. Inició el beso lento, acompasado, profundizó el abrazo para bajar la corredera del vestido, deslizando sus dedos sobre la piel de la espalda, al tiempo que ella se aferraba a él en un abrazo fuerte. Se separaron solo un poco para dejar caer el traje; ella le desabotono la camisa, él se despojó poco a poco de sus ropas. Entre besos y abrazos se conocieron palmo a palmo cada centímetro de la piel. Ella entregó su última de sus primeras veces y él conoció por primera vez el cuerpo de una mujer. Hicieron el amor en un desorden de piernas y sábanas al ritmo de la pasión, entrelazando sus almas en cada paso que fueron dando hacia el fundirse el uno con el otro. Gemidos y suspiros llenaron la noche al ritmo de los grillos.
En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
y soltaré en delirio mi bandada de flechas.*3
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*3- Poema 3 Pablo Neruda.