Estaba a punto de amanecer, quedaban pocos invitados y Cristian no perdía de vista a aquella mujer de cabello castaño que seguía conversando mientras bebía lo que quedaba de cerveza.
En cuanto Pilar terminó su bebida y se despidió de las personas con las que hablaba, él se acercó a paso rápido, o aprovechaba el momento o perdería esa valiosa oportunidad.
—Princesa, te llevo — le dijo en cuanto estuvo a su lado.
—Em… creo que ya pedí un Uber — rió un tanto borracha. Cristian sonrió de lado y se acercó un pasito más.
—No voy a ser tan malvado de dejarte ir sola en este estado — le susurró cerca del oído—. Además así voy a tener más deuda para cobrar — agregó antes de separarse y regalarle un guiño de ojo.
Sí, definitivamente ella tampoco desaprovecharía la oportunidad de ir con él.
—Vamos — masculló un tanto avergonzada y se dejó guiar hasta aquel lujoso vehículo negro que brillaba con fuerza gracias a los primeros rayos de sol.
Decir que los asientos eran cómodos era poco. Jamás, en su triste vida, se había sentado en algo tan cómodo para sus nalgas. Dejó que el olor a cuero y perfume la envolviera y cerró los ojos unos momentos. No supo en qué momento habían recorrido los cuarenta minutos desde Vistalba hasta su modesta casa, pero ahí estaban, estacionados delante de su humilde hogar a la espera de vaya a saber qué.
—Gracias, por todo. Bueno, por tirarme a la pileta no, pero por el resto sí— dijo ella un tanto enredada.
—Un gusto, princesa — respondió con la voz baja.
—Te escribo para devolverte la ropa — explicó tomando la manija de la puerta.
—No, no, no — la detuvo —. No me vas a devolver la ropa y ya. Te dije que cobro intereses.
—A ver — respondió acomodándose mejor en el asiento —, ¿cuál sería el interés?
—Mañana vamos a algún lado, los dos. Vos elegí el lugar, mirá que bueno que soy.
Pilar rió divertida, era extraña la propuesta pero su beodo cuerpo no lograba analizar del todo aquellas palabras.
—Dale, vamos al río. Aunque no creo que un niño rico haya ido a comer unos choris al lado del río.
—Oh, que mal concepto tenés. Claro que he ido. Es más, en el baúl siempre tengo la parrilla y algunos envases de cerveza.
—Bueno, entonces mañana vamos al río— aceptó extendiendo la mano, como si apretárselas sellara una promesa inquebrantable.
—Te escribo, princesa — susurró muy cerca de su oído —. Hasta mañana — agregó antes de besarla muy cerca de los labios, logrando estremecerla hasta la última fibra de su ser.
—Hasta mañana — respondió con la voz temblorosa. Mierda, esa voz grave la había afectado demasiado.
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La cara de odio demencial de su amigo casi lo hace reír. No lo hizo porque, bueno, no estaba tan loco.
—Cuando le quisiste mandar ese mensaje a Pilar, para decirle que habías visto a su ex en las peleas, junto con esa otra mina, yo te paré, me cagaste a piñas, pero te paré — gruñó Tomás enterrando su cara en la mullida almohada.
—¿Qué parte de que te encerrarte en el jodido baño no entendés? No pude entrar y cuando saliste, borracho de mierda, le habías cambiado el patrón a tu celular y no pude desbloquearlo, ni para borrar los mensajes, ni para decirle a Marco que solo sos un imbécil de porquería— explicó por centésima vez Cristian.
—Lo bardié, lo bardié mal. Le dije miles de mierdas, Cristian, lo hice mierda solo por los celos del orto — gruñó con frustración.
—Ya sé, pelotudo, pero no te pude frenar. Igual tal vez sea lo mejor — pinchó esperando que su amigo... Sí, reaccione como lo estaba por hacer.
—¿Qué sea lo mejor?¿¡Me estás jodiendo!?
—Vos decís que no querés nada a largo plazo. Bueno, mejor que se aleje porque te odia y te soluciona el problema, sin tentación no vas a caer en esa.
—Sos un pelotudo — masculló cruzando los brazos sobre el pecho.
—No, vos sos un pelotudo que no se decide y el pobre chabón se lo está fumando de arriba — exclamó enfadado —. Se te nota a lo lejos que te pasan cosas con él, pero te negás a verlo porque... Que se yo por qué— exclamó con mal humor.
—Sabés que no lo hago a propósito— murmuró bajito, mirando al costado.
—Sí, lo sé boludo, pero él no, él cree que lo pelotudeas, nada más — rebatió con agotamiento. Ya habían hablado de eso miles de veces, pero Tomás no parecía comprender.
—Ya no sé si voy a poder arreglar esto — dijo con cierto dolor —. Ni yo puedo creer las huevadas que dije — murmuró hundiendo sus largos dedos en aquellos cabellos enredados.
—Estabas borracho, no pensabas bien, solo dejaste que los celos te comieran las cabeza— intentó tranquilizar.
—¿Me das una mano?— preguntó de repente —. Para arreglar esta mierda, ¿me das una mano? — Y Cristian sonrió amplio. Sí, le daría todo el maldito brazo si necesitaba.
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Se despertó porque su teléfono se negaba a permanecer en silencio. Extendió la mano con pereza y lo tomó de arriba de la mesa de luz.
—¿Quién?— gruñó con mal humor. Era domingo, por el amor a Dios, y alguien la estaba jodiendo demasiado temprano.
—Hola, princesa ladrona de ropa. Arriba que en una hora paso a buscarte — le dijo en un tono demasiado divertido.
¿Acaso el maldito no dormía? Porque la había dejado hacía menos de cuatro horas y ahora le hablaba en un tono demasiado fresco, como si hubiese descansado sus ocho horas diarias.