—Buenas noches — le susurró contra los labios. Cristian sonrió y se dejó besar con calma. ¿Cuánto había dormido? No tenía idea, pero estaba seguro que ese era el mejor despertar en todo el maldito mundo.
—¿Llevás mucho despierta?— indagó entre besitos.
—Un rato. Tu celu no deja de sonar — dijo y señaló el aparato.
—Mierda — gruñó y buscó su teléfono. Claro que sí, sus amigos exigían una fiesta en honor al recién llegado.
Sin contestar un solo mensaje apagó el aparato y se volteó para volver a besar a esa mina que se había quedado con cada parte de su ser.
Un ruido en la planta baja los hizo separarse y luego, el golpe en la puerta de la habitación, saltar de la cama.
—Cris, ¿estás?— preguntó su madre.
—Sí, ma, ¿qué pasó?— indagó el morocho acomodando su ropa y viendo a Pilar esconderse en el baño.
—Vamos a pedir sushi, ¿querés?
—Dale, me sumo — respondió bastante divertido.
—Te aviso cuando llegue — dijo su madre y sintió sus tacos alejarse de la puerta.
Cristian caminó hasta el baño, aguantando la risa, abriendo la puerta despacito para encontrar a la castaña bastante alterada dentro de aquel espacio, es que sin Alejo en la casa no tenía sentido que ella estuviera ahí.
—¿Querés comer sushi?— indagó apoyándose en el marco de la puerta mientras cruzaba los brazos en el pecho.
—¿Estás loco? Son tus viejos — susurró al borde del pánico.
—Sí, y ya te conocen. Solo vamos a comer algo — desestimó.
—¿Y qué le vamos a decir?¿Por qué estoy acá? — indagó señalando el espacio a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo acá?— preguntó acercándose a ella.
—Estoy por vos — respondió confundida. Si estuviera Alejo podría decir que estaba con su amigo, pero no estaba.
—Bueno, eso le vamos a decir — explicó tomándola de la cadera.
—¿Qué?— indagó al borde del colapso.
—Sí, que estás acá porque nos estamos viendo. Ellos ya te conocen, Pili, no pasa nada — explicó y le besó la mejilla.
—Esto… ¿Qué?
—No pasa nada, solamente vamos a comer — le explicó tranquilamente.
—Ay, mierda, ¿en serio?— indagó nerviosa.
—Sí, dale — insistió entusiasmado, comenzando a imaginar a sus padres, a ella, todos comiendo en la gran mesa del salón.
—Carajo. Bueno, yo… Dale… dejá que me arregle un toque — pidió y él rió feliz. Sí, todo el tiempo que necesitara le daría, todo el tiempo.
Bajaron juntos, él con esa forma de caminar segura, aplastante, ella nerviosa hasta la médula, casi sin poder respirar aunque conociera a esa familia desde hace años.
—Pilar — exclamó la madre un tanto extrañada.
—Hola, Miriam. Hola, Pablo — saludó con las mejillas encendidas de vergüenza.
—Pero qué tenemos acá — indagó demasiado divertido el padre de aquella familia.
—Pili se queda a comer — avisó el morocho y la muchacha a su lado sintió que se moría de la vergüenza.
—¿Ah, si? Que bien, me parece perfecto — dijo la madre y escondió esa sonrisa de satisfacción.
—Bueno, siéntense — invitó el padre y ambos tomaron sus lugares, enfrente de los progenitores, con miles de piezas de arroz y pescado, de algas y salsas, entre ellos.
Comieron en un ambiente que, de apoco, se relajó, en donde jamás se preguntó cuál era la relación entre aquellos jóvenes, los mayores no querían presionar, aunque sus miradas, con ese brillo en ellas, demostraban la completa aceptación por aquella cosa que se gestara entre los jóvenes.
Se despidieron luego del café y subieron al auto del muchacho con el corazón bombeando con fuerza. Cristian rió con ganas cuando ambos estuvieron en camino hacia la casa de esa bonita mujer.
—Qué incómodo — dijo Pilar entre risas.
—No fue tan malo — rebatió él entre risas.
—Callate, fue raro— explicó ella.
—No, ni ahí.
—Bueno, te lo voy a devolver. ¿Sabés que mis viejos quieren conocer con quién me voy de viaje?— escupió feliz de tener a mano cómo devolver el golpe.
Cristian tragó pesado y desvió levemente la mirada hacia su acompañante. Mierda, no era nada bueno aquello, todos conocían la protección de aquellos dos hombres por sobre su hija mayor. Mierda.
—Yo… ¿En serio? — indagó nervioso.
—Sí, yo te aviso cuándo, pero tiene que ser antes del viaje — dijo satisfecha.
—Ah, carajo — susurró.
A ver, no era lo mismo para él que para ella, sus viejos ya la conocían, la querían, la aceptaban, la admiraban, pero él, él era un proyecto de desastre inminente, un mal partido en todos los sentidos. Carajo.
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Llegó cargando una botella de vino y con las manos transpiradas por los nervios. Bueno, Alejo le había dado algunos tips para no meter la pata. Nunca hablar del Tomba, ellos eran leprosos hasta los huesos, bueno, tampoco que él sabía tanto de fútbol como para hablar de aquello. Jamás preguntar por la extraña pintura de la sala, salvo que quisiera morir del aburrimiento, y, nunca, ni en las peores circunstancias, besar a Pilar delante de sus padres. Se recordó cada regla y presionó el timbre de aquella bonita casa.
No pasaron ni dos minutos cuando una muchacha, más pequeña que Pili, le abrió la puerta con una enorme y traviesa sonrisa.
—Bienvenido al peor día de tu vida — saludó con los ojos brillantes de diversión.
Cristian tragó pesado y forzó una sonrisa extraña.