Vidas - Capítulo 3

Capítulo 24

Sentía su cuerpo temblar de la emoción, aunque, gracias a Dios, el morocho la sostenía con fuerza.

 

—Un gusto — saludó Alex y extendió su mano en dirección a la castaña, desplegando con toda intención esa jodida sonrisa sexy que sabía que tenía.

 

—Ay, Dios — susurró tomándole esa enorme, gigantesca mano.

 

—Creo que tu novia me prefiere — dijo divertido el gigante hombre logrando que Cristian ajustara su agarre en aquella preciosa castaña mientras gruñía unos insultos bajos —. De todas formas es un placer al fin conocer a la mina por la que este chabón vino mil veces ebrio — confesó logrando que el gesto de mal humor de su amigo se acentuara. 

 

—Maiia, que tu novio deje de ser un pelotudo por un segundo, por favor — ordenó el morocho y arrancó una ronca risa en ese músico tan sexy, logrando que la piel de Pilar se erizara de manera deliciosa.

 

—No se llevan bien — susurró divertida Maiia y Pilar necesitó un segundo para procesar que su novio no tenía una buena relación con el baterista de aquella banda que ella adoraba.

 

—Yo… ¿Puedo pedirles una foto?— susurró avergonzada.

 

—¡Claro que sí!— respondió Alex demasiado entusiasmado, guiñando un ojo en dirección del otro hombre que parecía dispuesto a arrancarle la cabeza, tomando a la muchacha por la cintura para pegarla a él y sonreír con toda esa galantería directo hacia la cámara. 

 

—Gracias — dijo Pilar con las mejillas encendidas, haciéndola ver más adorable aún, mientras revisaba las fotos que acababa de tomar. 

 

—Cuando quieras — respondió despegándose de ella y atrayendo a Maiia contra su enorme cuerpo —.¿Viste que chiquito se ve el infeliz con mi ropa?— preguntó pinchando un poco más al morocho.

 

—Dios, tan imbécil — bufó Cristian y se pegó a Pilar, a esa mujer que le devolvía la vida, las ganas, las fuerzas.

 

—Mejor vamos a comer algo — propuso Maiia más acostumbrada a esos constantes enfrentamientos entre aquel par —. Tomás dijo que llegaba en un rato — explicó sin dejar de caminar hacia la cocina.

 

—Ya le escribo, no hace falta que venga acá si acaba de llegar a Mendoza — dijo Cristian sacando el teléfono de un bolsillo de aquellos pantalones que le quedaban demasiados largos.

 

—¿Viniste en tu auto?— indagó la castaña tomando asiento en una de esas altas sillas mientras veía cómo la pareja buscaba varias cosas que las iban colocando sobre la isla de la cocina, viéndose increíblemente coordinados en sus movimientos. Sintió esos brazos envolverla por detrás y suspiró feliz, sintiendo con claridad esos labios posarse en su fino cuello, al igual que aquel "te amo" susurrado bien bajito en su oído. 

 

—Sí — respondió Cristian soltándola para ubicarse a su lado.

 

Comieron algo livianito y rieron de varias anécdotas de aquel trío, sorprendiendo a Pilar por la cercanía de su novio con ese hombre famoso y, esperaba, que dicha intimidad se reprodujera con el resto de aquella excelente banda.

 

Se despidieron agradeciendo por todo y encararon directo al ascensor. Ni bien las puertas de aquella caja se cerraron los labios del morocho se apoderaron de aquellos que tanto había extrañado, que tanto necesitaba. Le metió la lengua dentro de la boca para degustarla con ganas y se sintió endurecer en cuanto esos suaves gemidos abandonaron la garganta de su princesa.

 

—Por favor, no me vuelvas a dejar — pidió sobre sus labios.

 

—Nunca más — juró ella y lo volvió a comer con ganas.

 

Salieron del ascensor con sus respiraciones agitadas y sus sonrisas enormes, caminaron hasta el vehículo sin poder soltarse, con él envolviéndola en un apretado abrazo y ella aferrada a su torso.

 

—Tengo que ir hasta mi casa — dijo ella colocándose el cinturón. 

 

—¿Por? Pensé que podíamos pasar directo a la mía. Mierda, princesa, en serio que me duele — explicó señalando su entrepierna y ese bulto que presionaba contra el pantalón. 

 

Pilar rió con ganas y lo volvió a besar un poquito, solo un poquito como para que la cosa no se les fuera de las manos.

 

—Me quiero bañar, amor, y cambiarme la ropa — explicó aún sujetando sus rasposas mejillas entre sus pequeñas manitos.

 

—Te podés bañar en mi casa — propuso con un poquito de miedo.

 

—Ya sé — dijo y se acercó a su oído —, pero en tu casa no tengo la ropa interior nueva que me compré — susurró y sintió esos dedos apretarse más contra su piel.

 

—Una mente maestra del mal, eso es lo que sos — dijo con la voz más grave de lo normal, con esa punzada atravesándole la entrepierna y con esas ganas comiéndole la piel.

 

—Juro que me llevás y no tardo nada en ir a tu casa, ¿si?— preguntó sonriendo. 

 

—¿Querés avisarme y te voy a buscar?

 

—No, gordo, no vas a ir y venir mil veces, me pido un Uber y estoy — aseguró —. Vos prepará todo en tu casa que no te voy a dejar salir por varios días — le susurró con deseo.

 

—Puta madre, princesa, voy a acabar acá no más si me seguís hablando así — dijo y la volvió a besar con más ganas.

 

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Se sintió estúpidamente nervioso, como si fuese a colapsar en cualquier momento. Es que jamás había propuesto eso que estaba por deslizar, jamás había pensado siquiera en una relación con nadie. Bueno, al parecer ella sabía que algo raro pasaba porque no dejaba de mirarlo con sus enormes ojos mientras bebía aquel licuado.

 

—Yo… Emmm… Bueno, la cosa es así — dijo firme acomodándose mejor en su lugar —. Me gusta estar con vos, me gusta una bocha, pero sabés que también me gusta estar con otras, aunque no de la misma forma, o sea, con vos me gusta hablar y todo eso, con las otras solo coger, por eso…




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