Zafiro: La Implosión De Una Vida Vieja

VEINTICINCO

El sonido de la bala disparada hace eco en mis oídos y finaliza luego de unos segundos. La sangre de Shailene se escurre desde el orificio de su cabeza mientras cae al suelo. Estoy quieta. Parada. Observando el cuerpo inerte de Shailene y preguntándome si realmente un vínculo dentro de su cabeza la empujó a desear la muerte.

No sé en qué momento el arma se escurre entre mis dedos pero cuando me doy cuenta nuevamente está en el suelo. Miro del arma a Shailene, de Shailene a Ariana y de Ariana a Janeth quién sigue estando inconsciente con mucha sangre sobre su rostro.

Dentro de mi mente pasan decenas de preguntas sin respuesta. ¿Qué sucederá ahora? ¿Cómo podré enmendar las heridas que yo provoqué? ¿Todo seguirá igual? ¿Podrá algo de esta noche tan siquiera salvarse?

¿Podré salvar a Brenda?

Pero no. No hay nada. No queda nada. Poco a poco estoy obligada a ver el desastre y muertes que ocasioné.

Y me siento mal con tan sólo mirar.

El rugido de un motor veloz se va acercando a cada segundo de culpabilidad, levanto mi vista y observo que un BMW rojo brillante se va acercando a toda velocidad en dirección al cuerpo inconsciente de Janeth. Corro hacia ella y la arrastro hasta la orilla de la carretera para que no sea arrollada.

El BMW se acerca a una velocidad que va disminuyendo hasta detenerse frente a donde estoy. La puerta del copiloto se abre, como invitándome a subir. Entonces alguien baja del auto y por primera vez me alegra saber que es Cristian.

—No podemos esperarte toda la noche, Lame Botas—me dice su dulce voz angelical—. ¡Súbete!

Estoy tentada a subirme pero cuando veo a Janeth, tirada frente a mis pies con los ojos cerrados y con sangre cubriéndole el rostro, me detengo. No quiero abandonarla.

—Tu ama estará bien, Lame Botas—gruñe Cristian—. ¡Ahora súbete!

Lo ignoro. No voy abandonarla.

En lugar de subirme al coche me agacho y paso el brazo de Janeth por atrás de mi cuello, la tomo por la cintura y la sujeto firmemente mientras caminamos juntas al coche.

—Si me ayudarás sería más rápido—le grazne a Cristian, él sólo rueda los ojos y hace el asiento del copiloto hacia delante.

—Ponla en los asientos traseros—dice, en tono molesto e irritado mientras rodea el BMW para subirse al asiento del conductor.

Gruño en voz baja como respuesta.

Acuesto a Janeth en los asientos traseros e inmediatamente me subo al vehículo. Cristian no espera a que cierre la puerta del copiloto ya que antes de que lo haga salimos disparados a más de cuarenta kilómetros por hora con la velocidad en aumento.

—Al menos podrías esperarte para que me ponga el cinturón—le gruño.

—No hay tiempo—dice, observando el reloj digital de la radio. Son las 22:37 P.M.

— ¿Por qué no hay tiempo?—bufo— ¿Acaso tu reloj se descompuso?

—No es momento para juegos, Lame Botas—dice, en voz alta—. Estamos en peligro.

— ¿De qué hablas?—me alarmo.

—Cuando los Nigromantes desaparecieron Dominic y yo fuimos a cazarlos—explica—, el instinto de él nos ayudó a localizarlos y cuando estábamos asesinando a uno, habló. Creyó que le perdonaríamos la vida si nos decía lo que andaban tramando—se ríe mientras susurra estúpido muy alegremente—. Admitió que exterminaron a los Licántropos del Gran Lago del Oso porque no querían competencia para encontrar el zafiro.

— ¿Qué es el zafiro?

—Luego te explico—dice—. Lo que importa ahora es que lleguemos a  tiempo.

— ¿A dónde?

— ¿Has escuchado de la montaña Bermellón?

—Sí, está como a quince kilómetros antes de llegar a Norman Wells.

—Habrá una reunión de brujos y brujas a medianoche. Las brujas no lanzaban su magia en el cielo por diversión, Lame Botas, lo hacían para dar órdenes. Señales de cuándo y dónde se reunirían.

— ¿Para qué?—pregunto alarmada. No es buena señal que varios Nigromantes se reúnan en un mismo lugar, ¿o sí?




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