Zafiro: La Implosión De Una Vida Vieja

VEINTISEIS

Camino con pasos de apariencia segura cuando en realidad son dudosos y miedosos que cualquier otra cosa. Cristian camina por detrás de mí, todas las miradas púrpuras están sobre nosotros e increíblemente le digo a mi mente que se calle y no piense absolutamente nada. Y me hace caso.

Nos detenemos a la mitad de la pradera, justamente en el centro de este nido lleno de insectos mágicos con vestimenta negra o morada.

— ¿Quién es el segundo al mando de este clan?—pregunta Cristian, en voz alta y con voz llena de seguridad y sin miedo.

—Yo—dice una voz femenina. Una mujer no mayor de cuarenta años se habré pasó entre un grupo de Nigromantes y avanza hacia nosotros—. ¿Quiénes son ustedes?

—Ella es Alice Carney. Y viene a darles un mensaje de sus amos Nigromantes.

—Alice Carney—dice la mujer—. Siervo de Janeth Pacheco, ¿cierto?

Asiento débilmente con la cabeza, entonces Cristian me da un codazo algo medio fuerte para animarme hablar.

—Si—digo, con voz miedoso y titubeante—, realice mi Aquelarre hace algunas horas.

—Lo sé—dice la mujer—. Sé muchas cosas de ti.

Cristian y yo intercambiamos miradas de angustia y perplejidad. Su seguridad de adentrarnos ante todos estos Nigromantes creyendo que nadie había leído el Vademécum es errónea.

Tenemos ante nosotros alguien que lo sabe todo.

— ¿Cómo qué?—le pregunto a la mujer.

—Sobre tu hermana Annabella. El Factor Sorpresa. Y tu alta traición hacia un Nigromante—desvía su mirada de mis ojos y se concentra en Cristian, luego de unos segundos sus pupilas se iluminan demasiado. Como si estuviera lloviendo oro y ella fuera testigo de ese acontecimiento—. Cristian Bells.

—Sofía Bells—dice Cristian.

Es coincidencia que ambos tenga el mismo apellido, ¿verdad?

Algunos Nigromantes se colocan alrededor mío y de Cristian, como si fueran matones profesionales esperando a que les den la señal para golpearnos.

—Arruine tus planes, ¿verdad, bisabuelo?

—Tatarabuelo—la corrige Cristian. ¿Por qué?—. Recuerda que tengo doscientos catorce años.

—Sí, lo sé—dice Sofía, manteniendo la mirada en Cristian—. Tuviste que haber muerto hace más de ciento dieciséis años y no lo ha hecho.

—Y no lo haré hasta que yo lo decida.

—O hasta que la muerte la toque a ella—dice, y los pelos de mi nuca se erizan cuando voltea verme.

—No lo harás—le gruñe Cristian a Sofía.

— ¿Por qué no?

—Porque yo te lo pido—dice, casi suplicando.

—Aun así no importa demasiado—dice, Sofía se acerca hacia mí mientras que todos los demás Nigromantes dejan de hacer sus trucos para volverse espectadores indiferentes pero curiosos.

Sofía da un asentimiento de cabeza, no entiendo por qué lo hace pero cuando los Nigromantes de nuestro alrededor nos sodomizan a Cristian y a mí, lo sé.

Van a matarnos.

—Dijiste que no iban a matarnos—le regaño a Cristian.

—No lo harán—asegura.

¿Acaso no ve el conflicto de nuestra situación?

Sofía dice unas palabras en latín y en un instante aparece una daga en su mano derecha. Después, acerca la punta afilada hacia mi pecho.

—Tienes dos opciones—le dice Sofía a Cristian—, deshacerte de tu sangre. O dejar que ella muera.

— ¿Cómo sé que no la matarás después?—le pregunta Cristian.

—Ya estarás muerto, y los muertos no tienen que preocuparse por nada—le responde Sofía.

¿Dónde están los malditos Licántropos? El Factor Sorpresa podría empezar desde ahora pero no están. Todavía no han llegado.

—Ni llegarán—me dice Sofía—. Supe sobre ese factor desde hace mucho así que vine preparada.

— ¿Qué quieres decir con eso?—le pregunto, más angustiada que desde hace algunos segundos atrás.




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