¡Historia GRATIS y TERMINADA para leer!
La sostenía fuerte contra él y con su otra mano sujetaba la toalla que apenas cubría lo importante.
—¡Que me sueltes! —reclamó la joven molesta, sacudiéndose, aunque le temblaran las piernas. Si algo había aprendido ella era a controlarse, dominaba a diario las ganas de llorar, de querer huir, de abandonar, el deseo y todo lo demás que pudiera sentir. Empujó con todas sus fuerzas sin conseguir superar la fuerza de él—. ¿Acaso crees que soy tonta? —cuestionó indignada mirándolo de cerca, reacción que no se esperó el Balderas, quien creyó que con la toalla bastaba para doblegarla.
—Nunca he creído que seas tonta, terca, imposible, mandona, sí, pero tonta no —dijo sonriendo, para encontrar a una seria mujer mirándolo, que le borró la sonrisa. Ella solía dejarlo desconcertado pues no solía pasar lo que él esperaba.
—¡Suéltame ya! Yo no soy como el montón de mujeres que te has… —No quiso decirlo y luego, sin aviso, tuvo que apretar sus ojos cerrados, pues de decir algo, pasaba a imaginarse a aquel semental sin toalla.
—Si algo sé es que no eres así —respondió el bruto sin dejarla ir.
—Ya mis hermanas me fueron con el cuento de que te metiste con Julia y Julieta dice que eres un salvaje, ni sé cómo lo sabe. Allá las dejé dando recomendaciones de lo que se debe hacer contigo y de cómo tratas a las mujeres. Que incómodo.
—Eso es pasado, mi amor. Desde que te conocí yo no he estado con nadie. Nunca te trataría así.
—Sí, claro… Ya veo que no me vas a soltar. Ya no quiero nada de esto.
—¿De qué hablas?
—Que no quiero estarte viendo más, ni saliendo, ni besos, ni nada. Quiero terminar lo que sea esto. Nos irá mal, lo presiento y yo… Yo ya tengo suficiente.
—¿Terminar qué, si ni hemos empezado? —preguntó él indignado.
—Bueno… Terminar lo que no ha empezado. Suéltame ya.
Aaron se rio de lo que acababa de decir la chica. Así que con su otra mano tomó la barbilla de la joven, soltando al fin la toalla para darle un beso. Ella abrió sus ojos ampliamente al entender que nada lo cubría e intentó hablar, reclamar, pero sus palabras quedaban ahogadas en los labios del Balderas.
Y ya más rendida giró su rostro empuñando la muñeca de aquel hombre y con sus ojos cerrados rogó con la poca fuerza que le quedaba:
—Déjame ir…
—Tú no te quieres ir, ni yo quiero que te vayas —respondió él besando su cuello acariciando su cabello.
Clic en la imagen para comenzar a leer.
1 comentario
Es necesario iniciar la sesión en su cuenta para poder dejar un comentario
IngresarMe 3ncabto está saga
Eliminar comentario
¿Está seguro de que desea eliminar el comentario?
Eliminar CancelarEl comentario se eliminará de forma permanente.
Bloqueo de comentarios
¿Realmente quiere prohibir a comentar?
Prohibir Cancelar